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Lêdo Ivo: la imaginaria ventana abierta de un poeta mayor

El escritor brasileño cumple cien años y el autor de este ensayo lo recuerda a través de la relectura de sus libros, bajo la luz de un tiempo en el que se sigue escuchando su voz cálida y poderosa.

Este domingo 18 de febrero se ha de celebrar y recordar al poeta brasileño Lêdo Ivo en el centenario de su nacimiento; publicó MILENIO.

Comparto ahora mi forma personal, en que decidí emprender el camino para volver a sus libros, sus declaraciones, pero sobre todo, releerlo a la luz de lo que me está diciendo ahora.

Fue en el año 2010, en un Encuentro de Escritores que se llevara a cabo en Ciudad Juárez (honrando la memoria de Carlos Montemayor) donde tuve la oportunidad de conocer y conversar con Lêdo Ivo; su presencia ahí no era circunstancial, pues Carlos Montemayor fue, allá por 1980, el traductor de su primer poemario en México: La imaginaria ventana abierta (Premiá editores –9 libros del bicho). Visto así, cuando aparece este libro (que es una antología), el poeta brasileño contaba ya con una amplia trayectoria, tenía 56 años. En el prólogo, Carlos Montemayor apunta:

“Desde ‘As Imaginaoes’, su primer libro de poemas, aparecen las constantes de su obra: el sueño, la fantasía; la mujer; lo cotidiano; la ciudad; el ímpetu panteísta…”.

Dos poemas de largo aliento que abren estas páginas dan fe, precisamente, de ese ímpetu panteísta: “Elegía didáctica” y el “Canto de la imaginaria ventana abierta”, poema este último que da título al libro. Cito el aire inicial de estos versos:

No cantaré la casa en que nací

ni el arroyo que no existió en mi infancia.

No quiero ser el poeta menor de la niñez y de las inexistentes

                                                                        alegrías perdidas,

ni llorar los primeros amores, que fueron los mejores sólo

                                                         porque no había amado.

Cantaré, en cambio, la imaginaria ventana abierta

donde ella me decía adiós cuando yo no pasaba,

y los campos que no miré, mas estaban húmedos de rocío

                                                                          al imaginarlos.

Cantaré la vida que ante mí se despliega, las ciudades

de cemento armado y calles claras que la noche cubre

con su misterio dulcemente medieval.

Cantaré los hombres que trabajan, sueñan y se desesperan,

y que avanzan arduamente hacia la muerte anónima

y hacia el domingo.

Cantaré todo, pero solo como un cantor que necesita

                                                                                  la soledad

para comunicarse con la vida…

Otro registro personal sobre la poesía de Lêdo Ivo se da en traducciones del recién fallecido poeta Héctor Carreto (Material de Lectura #136 de poesía moderna, UNAM, 1988). El tema de la Muerte, así con mayúscula, no tiene para el poeta la última palabra, sino que lo visualiza como un tránsito a una transformación que se regenera en la inmensidad del cosmos. Su poema “Por última vez”, así lo manifiesta:

En la iglesia de nuevo se abre el ataúd

y los acompañantes vuelven a contemplar

el rostro del difunto.

Oh, Muerte, ¿dónde está tu victoria?

Todo sepulcro es una cuna en el suelo del universo.

Como la araña que hace estremecer la hierba

fuiste apenas un instante. Nadie te encontrará

cuando vuelvas a renacer entre las estrellas.

Y si la Muerte no tiene la última palabra, mucho menos las mezquindades del mundo, pues la poesía, el lenguaje poético, le permite al poeta cruzar el desamparo e instaurar en ese mundo una esperanza distinta.

Comparto entonces algunos versos de “Finisterra”, también un poema de largo aliento donde Ivo, Lêdo Ivo, se reconoce aun cuando es desconocido:

Voy entre la multitud y mi nombre es Nadie.

Al caminar por Río de Janeiro, vivo todos los asombros,

red que en la oscuridad encuentra un banco de sardinas,

hombre que detrás del sol se enfrenta

con los terrenos cenicientos de la amargura.

La hora traza un arco de luz para que yo pase

entre los millonarios…

Aquí los bancos son más bellos que las catedrales.

Y cabizbajos confesamos a los gerentes nuestros pecados:

codiciamos a la mujer del prójimo y su mansión y su esclavo

y su yate y su buey y su asno y sus desventuras

y el sol de su piscina.

Adiós oh viejas palabras que nada significan

y que bogan en las letrinas por momentos.

Como los deshuesaderos de automóviles, los museos

                                                                  guardan la chatarra.

El arte de hoy está en los muros,

en letreros que anuncian aparatos eléctricos.

¡Oh diálogo de constelaciones, oh sintaxis planetaria!

Como las palabras dementes que aprendí en la escuela,

gastadas como suelas de zapatos,

ya no sé cantar al mundo ni decir amor mío.

Mi silencio muerde un pan cocido

en los hornos de la mentira.

Abandonado en el horizonte, bebo la blancura de la noche

que ilumina la fachada de los hospicios.

¡Oh noche bella como un navío!

Soy el grano

en el silo.

Soy el viento

que viene de los suburbios de orina y querosén

y que ciega lentamente los ojos de las estatuas.

Los gigantes del mundo me preguntan: “¿Cuál es tu nombre?”

Respondo: “Me llamo Nadie.”

Pero, ¿dónde está la finisterra que me prometiste,

más allá de las islas idiotas y de los mitos

                                                    carcomidos por la marea?

Como el esplendor del teatro cuando las luces se encienden

mi vida entera se estremece a la caída de la noche

y oigo en la oscuridad el canto de todo lo que parte.

Con el paso del tiempo, para el 2008, cuando ese “Nadie” finalmente se ha vuelto visible, cuando México le otorga el reconocimiento de Poesía del Mundo Latino, Lêdo Ivo había ya publicado más de veinte poemarios y al menos diez títulos entre novela y cuento; el poeta tenía entonces 84 años. En una entrevista que se publicara en el periódico El Financiero, la lucidez y la gracia de este gran escritor se manifiesta íntegra:

“La poesía es la memoria del mundo. Este mundo tiene su lenguaje, el cual es el de la creación artística. Sin este lado creativo, el mundo no tendría sentido”.

En otra instancia de la conversación, el poeta brasileño muestra complacido una edición pirata de sus versos, misma que encontraría entre los puestos de libros de aquel evento en Aguascalientes; y ante la pregunta explícita sobre qué pensaba de que piratearan sus poemas, respondió simplemente: “Es muy curioso, es un honor para mí”.

Y añadió: “Sin su antología (se refería a la de Carlos Montemayor) yo no sería homenajeado hoy, ni mis libros serían pirateados”.

Desde aquella antología (La imaginaria ventana abierta) hasta la fecha de este reconocimiento, habían pasado 28 años, sus poemas y convicciones tocaron sensiblemente a más lectores, y estos lectores necesitaban otro libro. Para tal caso, se publica otra antología: Poesía en general (Antología 1940-2004) que incluye poemas hasta su libro Plenilunio. De ahí tomo, en la versión de Rodolfo Alonso, un poema¹, que vuelve a ser enfático en esa actitud desenfadada y de desprendimiento de Ivo, y que sin aspavientos, deja a la voluntad azarosa del destino “un quiero ser lo que pasa”:

El deseo

La eternidad no quiero,

la trama interminable

de una roca que urde

un día tras otro día

en duración perpetua.

Quiero ser lo que pasa:

la leve nube blanca

que se esfuma en el aire,

la estela de un jet

en cielo vacío y claro.

No me agrada o seduce

vivir tras de vivir.

Antes quiero el relámpago

que rasga el cielo oscuro,

una hoja de álamo

en el suelo de un viaje,

la lluvia del momento

que cae en las ciudades.

Prefiero un vuelo de ave

a cuanto es eterno.

A cuanto es durable

prefiero lo que es mortal:

la sombra fugitiva

en el día luminoso

de narcisos y rosas;

los instantes que rigen,

en la noche indecorosa,

el amarse de amantes,

sus gritos y gemidos;

el pétalo fugaz

que ha herido el otoño.

Me contenta el trayecto

entre una puerta abierta

y una puerta cerrada

en plena madrugada

o en el alba más cándida.

El Dios mío es relámpago,

el breve resplandor

antes del sueño grande.

Me rehúso a durar

y a permanecer.

Nací para no ser

y ser lo que no es

tras de tanto soñar

y tras tanto vivir.

A finales del 2012 fallece el poeta de un paro cardiaco, algo súbito y a todas luces inesperado, pero ya previsto por el mismo Lêdo Ivo en algunos poemas que dejara en sus últimas publicaciones.

Como ejemplo, transcribo un poema donde surge la manifestación salvadora del instante, vivir el aquí y ahora ante las puertas enormes de la eternidad; el poema aparece en el libro Rumor nocturno (Vaso Roto ediciones, 2009):

Epigrama del pájaro

“Necesitamos dejar algo para la posteridad”,

dijo el poeta, contemplando al barrendero

retirar la basura de la ciudad.

Y el pájaro que no deja canto alguno tras su muerte

y se limita a ser vida en el aire perenne

que habita el instante,

se posó silencioso en la rama de un árbol.

En este otro ejemplo, queda claro cómo Lêdo Ivo preparaba su despedida; los versos sugieren un emotivo diálogo interior con el agnóstico que el escritor evoca. La cita es de un texto del libro Una antología de una antología personal (UANL- Colección del Oro de los Tigres III, 2011), en una traducción del poeta José Javier Villarreal:

Quizá esté o no esté

Nunca me dijiste dónde puedo encontrar a Dios.

¿En mi frente? ¿A mi lado? ¿Siguiéndome en la calle

cuando cruzo en rojo?

¿Dentro de mí, en la circulación de mi sangre

o en los sueños que me persiguen desde la infancia?

Tal vez Su morada sea entre las estrellas,

                       en el espacio

más allá de mi alcance, como los pájaros

y los cometas.

¿Estará en el vuelo de un mosquito

o en el movimiento imperceptible de las galaxias?

¿En la marea? ¿En el bochorno? ¿En el solsticio

                                                                de verano?

Te hago estas preguntas todo el día y no me respondes.

Quizá Dios esté en tu silencio. Quizá esté o no esté.

Antes de finalizar este apunte, debemos volver a la figura de Lêdo Ivo, pero no para recordarlo en su persona, ni siquiera como el gran poeta que fue; hay que leerlo como él mismo lo deja en claro, privilegiando la esencia misma del oficio:

pues el poeta no es siquiera sus versos…

No es la palabra, sino la alegría de la palabra…

En el prólogo de aquella primera antología en México, que nos presentara Carlos Montemayor, se apuntaba ya este tránsito de desaparecer y aparecer de nuevo en el lenguaje:

“El poeta está solo, pero al alcance de todos; tiene conciencia de su muerte, pero deja de perdurable el cántico de todo lo efímero que los hombres amamos. Este cántico es la vida…”.

Lêdo Ivo, se manifiesta en el mundo llevando ese lenguaje que, aun en lo sagrado, no sabe de territorios prohibidos… “y vuelve a ser un poeta que canta a la tribu”, un poeta que a cien años de su nacimiento, nos invita a asomarnos por “La imaginaria ventana abierta” de su poesía.


¹ La Antología… fue publicada en la colección Alforja por La Cabra Ediciones y la UANL.

Fuente:

// Con información de MILENIO

Vía / Autor:

// Eduardo Zambrano

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Autor: lostubos
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