Por Félix Cortés Camarillo
En 1922, don Rafael Alducín, fundador de Excelsior, el segundo diario mexicano de la historia, y muy cercano a José Vasconcelos, secretario de Educación, al regresar de un viaje a los Estados Unidos decidió copiar un hábito de aquel país dedicando un día a la celebración de las madres. Allá se celebra el primer domingo de mayo; Alducín lo fijó en el día 10 de ese mes.
Yo no estoy cierto de si don Rafael estaba animado por un fervor filial o una inquietud mercantil: ese festejo ya generaba allá en el Norte un buen movimiento comercial alrededor de las fechas: el impulso al comercio podía generar anuncios para la prensa.
En todo caso, la iniciativa prendió y desde entonces los que no tenemos madre debemos portar –claro que ya no se hace– un clavel blanco en la solapa; los que llevan clavel rojo tienen la fortuna de conservar viva a la suya. Poco después de la iniciativa de Alducín, el comercio entendió el mensaje y comenzaron a nacer otros Días: el día del padre, el día del niño, el del abuelo. Yo fui testigo del invento del día del compadre. Luego vino una mazorca incontenible y cada día nos dicen si es el día del ginecólogo o del plomero, de los músicos por Santa Cecilia o de los arquitectos.
Recuento la leyenda del origen de esta fiesta porque debe ser falsa, pero es bella.
En los inicios del cristianismo, digamos ya siglo tercero de nuestra era, el emperador romano Claudio III, llamado “el gótico” decretó prohibir los matrimonios para no mermar la leva de soldados. Un médico, convertido al cristianismo y llamado como monje Valentín, comenzó a casar subrepticiamente a las parejas. Claudio, al enterarse, lo mandó prender y encarcelar. Dícese que su carcelero tenía una hija, una tal Julia, que era ciega. En los diálogos carcelarios le contó su tragedia al monje. Éste se puso a rezar y a pedir el milagro de su cura.
Valentín el piadoso fue condenado finalmente a la lapidación, esto es morir a piedrazos, y a ser decapitado. El cuento afirma que camino al cadalso, el monje le entregó a la ciega Julia un papelito escrito por él, que se había enamorado de la morra. Cuando ella lo abrió pudo leerlo, pues el milagro había operado: el recado decía: tu Valentín. Eso es lo que dicen hoy muchas tarjetas del día de los novios.
Lo que dice el mercado es que el día de los novios era poquito: mejor el día del amor y la amistad; además, la fecha encaja de manera preciosa entre el desenfreno de compras navideño y el próximo de la Semana Santa, en donde también soltamos la talega.
Yo no tengo nada en contra del movimiento del mercado. Pero, si he aprendido algo en mi transcurso por este mundo es que el amor no es flor de un día sino capullo, planta, árbol permanente. Yo no puedo querer a mi madre solamente el diez de mayo o adorar a don Ricardo nada más en la fecha en que murió. Tampoco voy a esperar al 14 de febrero de cada año para dar pruebas de mi amor a aquellas que quiero. Cosa que tal vez no hice siempre.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Todos los mexicanos, especialmente uno que ya sabemos quién es, debemos escuchar y digerir los pronunciamientos de Carlos Slim, que no es valioso por ser rico, sino que es rico por ser valioso.
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