Por Félix Cortés Camarillo
Debo confesar que no tenía idea de que en la Secretaría de Gobernación de mi país había una Comisión Nacional de Búsqueda, siendo que estoy al tanto de hay más de cien mil compatriotas desaparecidos a la fecha. Los denunciados, claro.
Busqué en segob.gob.mx a ver como estaba el asunto. Me salió una pantalla diciendo que esa particular dependencia estaba actualizando sus archivos y que no me podía dar información de lo que andaba yo buscando. Ni modo.
Mi inquietud surgió del leer el edicto por el cual el Senado, como establece la ley, autoriza al presidente López a mandar al extranjero un destacamento militar de 80 elementos para una operación de investigación arqueológica, “en apoyo” de la mencionada comisión de búsqueda, que consiste de 11 miembros, más dos de Relaciones Exteriores. El edicto no lo dice, pero es ampliamente sabido que desde el lunes zarparon de Veracruz en el buque Huasteco AMP 01, con uniformes verde y naranja, 20 elementos del Ejército y 60 de la Armada para hacer una búsqueda y rescate de los restos de un tal Catarino Erasmo Garza Rodríguez en la isla Bocas del Toro, Panamá.
En realidad, Bocas del Toro, al noreste de Panamá no es una isla sino un archipiélago de siete islas con base continental y centenares de islotes de bellísimas playas y agresivo oleaje caribeño. La misión de búsqueda, rescate y recuperación terminaría el 16 de abril. Nada mal para una vacación en el Caribe.
Un poco sobre el norteño don Catarino
Nació en 1859 en Matamoros, Tamaulipas, fue periodista, y se mudó a Brownsville cuanto cumplió 18 años; eso de que se mudó es un chiste, porque Brownsville siempre ha sido un barrio de Matamoros y a la inversa. Desde ahí lanzó en 1891 la llamada Revolución de Garza en contra de Porfirio Díaz, casi veinte años antes de que Madero lo hiciese. En 1893 publicó su último panfleto antiporfirista con el subtítulo “Rusia en América”. La autoridad tejana le obligó al exilio en Nueva Orleans y finalmente en América Central. A sus 35 años murió en Bocas del Toro, Panamá.
Andrés Manuel López Obrador, prolífico escritor –dicen que hace un libro año– se interesó en el personaje y en 2016 presentó en la feria del libro de Azcapotzalco su texto que se llama Revolucionario o Bandido. Creo que está agotado, así que no lo he leído. A priori, creo que es un personaje importante del siglo diecinueve de nuestro país, y que el interés del presidente López por encontrar sus restos y darles cristiana sepultura es impecable.
Todo este asunto, sin embargo, me despierta dos inquietudes. La primera es que el edicto de marras establece de manera clara que veinte soldados del ejército mexicano van a Panamá a labores arqueológicas: al terreno, pues. Los sesenta elementos de la Armada se dedicarán todo este tiempo a “labores sociales y de interacción comunitaria”. Estoy citando, no invento. Mi ingenuidad pregunta: ¿serán esas labores semejantes a las de propaganda política de los médicos cubanos importados a México que no recetan ni un Mejoral?
Si es así, sea.
Mucho más importante es mi otra preocupación. Qué bueno que el interés histórico, antropológico, y patriótico del presidente López provoque esta pesquisa; ojalá tenga éxito. Nada más qué muy lejos de Bocas del Toro, aquí en territorio nacional, hay más de ciento diez mil desaparecidos, que tal vez no tengan el halo romántico de don Catarino. Tienen a cambio miles de madres, hijas, esposas, novias o concubinas que andan rasgando el terreno de México en busca de un cadáver que velar o unos huesos para darles sepultura. Y eso es andar en búsqueda del tiempo perdido, que diría Proust.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): En el análisis de las concentraciones en pro de la democracia y defensa del voto, ¿alguien se dio cuenta de que en las calles aledañas al Zócalo de la Ciudad de México o de cualquier otro sitio donde la gente se reunió, no había estacionados autobuses por docenas que usualmente acarrean a los participantes de las concentraciones de Morena?
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