Por Obed Campos
¿Por qué me acordé tanto de mi amigo el urbanista argentino Antonio Rossi, quien, de paso por Monterrey, hace unos 10 años (cuando todavía no había este desmadrito que nos cargamos en vialidades y ocurrencias) me advirtió que valía más fabricar latas de sardinas que invertir en automóviles?
Ah, ya sé por qué: nada más a mi se me ocurre ir al centro por la tarde en taxi… y quererme regresar de la misma manera sin contratiempos.
Si hubo algún momento en que a las mamás de funcionarios de urbanismo, vialidad y todas las demás mamostretas les ardieran las orejas, fueron esas dos en que me atreví a caminar al pardear por el sórdido centro regiomontano.
Si cree que exagero, le reto a que haga usted lo mismo: visite el centro a pie, pero sin feria ni tarjeta, para que no tenga a quien pedirle auxilio en caso de que ningún taxi libre se le aparezca y las aplicaciones conocidas como Uber, Didi, Cabify e Indrive estén tan saturadas, que no encuentren unidad que mandarle.
Esto, mi amiga, mi amigo, es amar a Dios en tierra de indios y sí, tenía razón el arquitecto Rossi: vale más ir pensando en fabricar latas de sardinas que automóviles particulares, al mismo tiempo que es imprescindible resolver lo del transporte urbano, de una vez por todas.
Porque Monterrey ya no es “una Ciudad de México chiquita”… es mucho peor en vialidad y en seguridad.
Ese es en gran parte el legado de Colosio, quien ya se ve sentado en su curul.