Por Félix Cortés Camarillo
Quiso volar, igual que las gaviotas. // Alberto Cortez
¡Querer volar!
En 1951, un presbítero nuevoleonés llamado Carlos Álvarez, nacido en Rayones –en donde se dan las mejores nueces del mundo, diga lo que diga Parras, Coahuila– tuvo la idea de crear en Monterrey la Ciudad de los Niños, para apoyo de los huérfanos y desvalidos. En esa labor le había precedido el padre Severiano Martínez, que no tuvo tan amplias metas.
Con el dinero que le dieron los empresarios y los católicos regiomontanos, el padre Álvarez hizo esa colonia de albergues al pie del Cerro de la Silla y pronto miró hacia arriba y soñó que era una buena idea llevar por teleférico turistas a la punta norte de esa monumental montaña, para que desde ahí vieran el único atractivo visual de mi ciudad que es su vista panorámica de ese valle entre cerros.
Sin problema, el padre Álvarez reunió el dinero suficiente y el gobernador Rangel Frías dio inicio a las obras en 1957. Cuatro años después, el 2 de junio de 1961, se inauguró con bombo y platillo el teleférico con trece torres y una estación intermedia. Esa misma noche, una góndola se desplomó con la muerte de cuatro personas, de ellos tres ingenieros que supuestamente revisaban la operatividad de la línea. La noticia se disfrazó como una irresponsabilidad de uno de los muertos y el negocio siguió.
Se acabó el sueño, se desmontó todo y aquí se rompió una taza.
Muchos años después, en la Ciudad Capital, a la aspirante presidencial Claudia Scheinbaum se le ocurrió hacer un “Cablebús”, para enlazar por aire dos montículos del Valle del Anáhuac. Todavía hoy los capitalinos no le tienen mucha confianza; no pueden olvidar los 26 muertos que dejó el nulo mantenimiento de la línea 12 del Metro por parte de la señora Scheinbaum.
Pues ahora viene el presidente municipal de Monterrey con el bombástico –y ya adelantado– anuncio de un teleférico para unir el centro de Monterrey, San Pedro y puntos intermedios. Luis Donaldo tiene buenos apellidos, pero escasa memoria; a cambio tiene una enorme vocación a imitar al gobernador de Nuevo León, que además de soñador es mentiroso. Ya me canso de escuchar en la radio regiomontana que “ha hecho en dos años lo que la vieja política no hizo en 40”. A saber, un acueducto que ya estaba y no trae agua, una presa que ya existía, tres líneas del metro -¿dónde me subo?- y otras paparruchadas de su imaginación.
A propósito del teleférico, a los dos se les olvida, que desde hace dos años uno de los pocos atractivos turísticos del estado, las maravillosas Grutas de García, están esperando que les reparen –no que construyan– un pinche teleférico de mil quinientos metros de largo. ¿Así quieren hacer uno de seis kilómetros sobre la mancha urbana? ¿Ya se les olvidó (ahí te hablan Mauricio?) del Cristotote sobre la Loma Larga, que iba a dejar chiquititito al del Corcovado en Río de Janeiro?
Parece que al aspirante a senador no le bastó con deforestar gran parte de la capital estatal para dejar pelona la Alameda Mariano Escobedo, hacer ciclopistas quitando ejes viales, y dejar los baches más destapados que la señora Claudia.
Dice la leyenda griega que Ícaro se sintió más dios que Dios y se hizo unas alas pegadas con cera para volar.
Ya sabemos lo que le pasó.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Ya sé que no se debe decir, pero cuando el gobernante de un país dicta una y otra vez que su palabra es la ley, no hay otra palabra para llamarle que dictador. En su caso, orate.
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