Por José Jaime Ruiz
Claudio X. entrelaza sus dedos hurgando su hirsuta cabellera. «Nunca entendí hasta ahora», se flagela, «esa frase del viejo guango de que la mejor política externa es la política interna. Hay que firmar con sangre, sacrificar a los seguidores más fieles, entregar nuestras aduanas a los gringos para que nuestra mejor política interna sea el entreguismo a lo externo». Claudio X. deja de pasear el dedo índice por su cabello. Toma el teléfono portátil y marca.
–Hola, jefe, ¿cómo va todo? –saluda desde su móvil la Señora X.
–Tengo una duda, ¿por qué el Santo Padre que vive en Roma no se te acercó ni un centímetro para la foto?
–No sé, jefe, ¿cree usted que olió mi huipil de Catemaco?
–Ese Francisco notó algo. Ya ves que hasta le bendijo la rosa de plata a la corcholata… ¿Qué perfume traías? ¿Pachulí para esconder el olorcito de las hierbas aromáticas que te da Fox?
–Cómo cree jefecito, cómo cree…
–Vamos preparando lo del primero de marzo. Antes de la fecha tiene que haber dos sacrificios humanos.
–¿Puedo escoger, jefe? Tengo dos a los cuales podemos infartar –se regocija la Señora X., como si fuera Hermelinda Linda frente a Aniceto.
–Mmmm… Tiene que ser uno que haya sido fiel toda la vida y otro que entró a la secta recientemente. Ese sacrificio nos ayudará.
Claudio X. termina la llamada. Habrá que insistir en la campaña de narcopresidente y narcocandidata, reflexiona, quitarnos de encima de una vez y para siempre que nos relacionen con Felipe y su secretario general del Infierno, Genaro. Y enviarle marmaja para que también allá en Nueva York soborne a sus compañeros de prisión para que testifiquen a su favor… sobornar, sobornar, como aquí empleó a Loret y Riva Palacio, así mero.
–Sí serás pendeja –reclama Claudio X. desde su teléfono.
–¿Qué hice mal ahora? –clama la Señora X.
–¡Lo de entregar las aduanas a Estados Unidos no tuvo que ser tan evidente! Es una negociación secreta. ¡Y lo de la cárcel al estilo Bukele! ¡Ahora sí que nos acusarán de fascistas! Tenemos que vestirnos de demócratas y liberales, no de narcosatánicos… Más de dictadura o democracia. A ver, apunta para la firma del pacto oscuro: “Juro con mi palabra y mi sangre que cuando sea Presidenta de la República voy a mantener e incrementar los programas sociales”.
Viernes primero, el Zócalo y las calles aledañas a reventar, la bandera ondea magnífica. Claudio X. escupe al monitor. “¡Chingada madre! ¿A qué hora firma la Señora X. su pacto? Eso apagará en las redes la concentración masiva de Claudia. ¡Qué mejor que un pacto de sangre! Sangre, sangre, sangre”, se entusiasma, “¡queremos ver sangre!”
–¿La pendejié? –masculla la Señora X.
–No me contestes con tu pinche chicle en la boca, apenas te entiendo…
–Pues ya hicimos todo, los infartados, el pacto de sangre, las veladoras, el mensaje satánico con mis dedos en el Día de los Brujos… pero nada funciona.
Claudio X. cuelga el teléfono. Hay que seguir con las mentiras, se dice a sí mismo, no hay de otra. Mentir, mentir, mentir, como recomendó Alazraki. Mentir, calumniar, mentir, calumniar, mentir… al fin y al cabo la verdad es irrelevante.
–Oiga jefe, me dejó colgada –exclama tímidamente la Señora X.
–¿Qué quieres? –se impacienta Claudio X.
–¿Le vamos a seguir con las veladoras, la sangre y mi señal satánica? ¿Un mudra… así me dijo que se llamaba? ¿Hay que ir al mercado Sonora por huevos de gallina negra?
–(…) –silencio. Claudio X. sólo apaga su teléfono celular y entrelaza sus dedos hurgando su hirsuta cabellera.
*(Farsa en un acto)