Por José Francisco Villarreal
Me aburren mucho los ensayos cuando se saturan de citas. Insertar demasiadas frases o versos para demostrar lo que decimos sí funciona, pero aporrea nuestra originalidad, o nos exhibe como fastuosamente soberbios y sabihondos. Usar cuñas bibliográficas para coincidir con grandes escritores de nuestro tema siempre nos pondrá en el riesgo de incinerar nuestras ideas en hogueras más lúcidas. Está bien cuando desarrollamos temas científicos, que deben tener un sustento demostrado e irrebatible. Pero en el campo de las ideas puede ser más trascendente no citar o al menos no exagerar, y así exponernos al honesto error sin referencias o a coincidir con otros sin ser un plagiario doloso.
Vale en la escritura, pero ¿y en el diálogo? Me formé, para mí mismo no para la posteridad, como mirón en conventículos intelectuales y barras de cantinas. La diferencia en ambos círculos eran las citas, que sazonaban la dialéctica con la intención de dar carpetazo a la discusión. En unos las citas eran o tan textuales que llovían comillas alrededor de la charla, o interpretaciones que sólo avivaban el fuego de la discusión; en cualquier caso era un derroche de mamonería. En las barras de las cantinas era más simple: el contundente refranero popular o el puñetazo.
Esto viene a cuento porque mientras me sobaba mis novísimos achaques, escuchaba una mesa de opinión con Leo Zuckermann en la que uno de los concurrentes se refirió al texto de un muchachito francés del siglo XVI. Se llamó Étienne de La Boétie, y su texto es el “Discurso sobre la servidumbre voluntaria”. Étienne fue invocado, ¡cómo no!, por el ilustre intelectual mexicano Héctor Aguilar Camín. Quien, de paso, debería ajustar su GPS y ubicar en el espacio y en el discurso en dónde está Saltillo y en dónde está Fresnillo. Claro que mencionar el texto no fue una cita, sólo fue un alarde. Pocos o nadie se molestarán en buscar el texto, así que se quedarán con lo que sugiere el título, en este caso la explicación de Aguilar ante la popularidad del régimen de López Obrador.
Con esta misma mañosa manera de citar, donde no se refuerza una idea sino que se induce una sola interpretación, se me ocurrió citar también al joven francés, pero no para explicar la popularidad de don Andrés, sino para explicar el estatus de Aguilar y su pandilla de influencers intelectuales ante intereses económicos y políticos ajenos al interés superior de la mayoría electora, es decir, de la democracia. Un ejercicio simple de un garlito verbal:
“Aquel que tanto os domina sólo tiene dos ojos, sólo tiene dos manos, sólo tiene un cuerpo, y no tiene nada más de lo que el menor hombre del gran e infinito número de vuestras ciudades, a no ser las facilidades que vosotros le dais para destruiros. ¿De dónde ha sacado tantos ojos con que espiaros, si no se los dais vosotros? ¿Cómo tiene tantas manos para golpearos si no las toma de vosotros? Los pies con que pisotea vuestras ciudades, ¿de dónde los ha sacado si no son los vuestros? ¿Cómo es que tiene algún poder sobre vosotros, si no es por vosotros? ¿Cómo osaría atacaros si no fueseis sus cómplices? ¿Qué podría haceros si no encubrieseis al ladrón que os saquea, si no fueseis cómplices del asesino que os mata y traidores a vosotros mismos?”
“…os debilitáis a fin de hacerle más fuerte y más inflexible para ataros en corto. Y de tantas indignidades que las mismas bestias, o no las sentirían, o no las soportarían, vosotros podéis libraros si intentáis, no ya libraros de ellas, sino simplemente querer hacerlo. Resolveos a no servir más, y seréis libres. No quiero que os lancéis sobre él, ni que le derroquéis, sino, solamente, que no le apoyéis más, y le veréis entonces como un gran coloso al que se le ha retirado la base y se rompe hundiéndose por su propio peso.”
¿Me excedí al citar? Sí, lo sé. Con frecuencia nos convertimos en lo que detestamos. Mi espejo me lo recuerda todos los días… por eso no me rasuro con frecuencia. Supongo que Aguilar evita esa incómoda confrontación yendo a la barbería.