Lo personal es político en este texto que reflexiona alrededor de la maternidad y las luchas de las mujeres en distintos aspectos de sus vidas.
Reviso las últimas pruebas finas para mi nuevo libro mientras amamanto a Lucio. Sin soltarse de mi pezón, tiene los ojos puestos en las páginas desplegadas sobre mi escritorio. Con un brazo sostengo su cuerpo y con el otro hago anotaciones con un plumón naranja; publicó MILENIO.
Mientras llevo a cabo esta operación, me pregunto si seré capaz de escribir otro libro. Concebir éste me llevó años de dedicación casi absoluta. Ahora, atada al bebé y en la densidad de estos días de vigía nocturna, no existe el espacio ni físico ni mental para ponerme a escribir. Porque escribir es eso: ponerse y callar al mundo, sentarse y sentirse sin prisa. Pero la maternidad conspira contra esa voluntad, este pequeño perverso polimórfico y ruidoso succiona toda mi energía, todo mi calcio.
Reto para las escritoras contemporáneas: conquistar su tiempo y su silencio.
A pesar de la actual circunstancia, todavía encuentro algunos momentos para leer, como cuando voy camino a dar mis clases apretujada en el Metrobús. Con el ejemplar recargado en el hombro de alguna desconocida, leí Fruto, el libro en el que Daniela Rea reflexiona sobre la crianza de sus dos hijas mientras continúa su carrera como periodista de a pie. Las contradicciones internas entre querer pasar tiempo con ellas y rogar que guarden silencio para terminar un texto. Tener que dejarlas para salir a trabajar o llevarlas a situaciones difíciles como a entrevistar madres con hijos desaparecidos para no aislarlas de la realidad.
Ahora en casa, Lucio irrumpe, alejo mi manuscrito de sus manos que son ventosas decididas. Me ve con sus ojos diseñados evolutivamente para enternecer, pidiéndome que lo deje destruir.
Aunque ser escritora no pasa forzosamente por la maternidad, surge la pregunta de si es posible hacer las dos cosas —criar y escribir— o si es un suicidio laboral o un camino al colapso. Pareciera que este oficio solitario y poco lucrativo es de por sí una boca que succiona el tiempo libre. Sin embargo, Daniel Rea cuida a otres a través de la escritura. Sin romantizarlo, entre precariedad y falta de sueño, también nos dice que está cabrón, pero se puede.
Por eso Simone de Beauvoir decidió no tener hijos porque le parecían un obstáculo para su desarrollo intelectual. La maternidad la vinculaba con la servidumbre y un estado perpetuo de menor de edad. En Los adioses de Natalia Beristáin, Rosario Castellanos ve sus transes de escritura interrumpidos por el llanto del bebé, el huésped que le roba color a su sangre. Castellanos sufría a pesar de contar con el apoyo de una niñera, según se ve en la película.
Itziar Ziga podría estar hablando de Castellanos cuando cuestiona el privilegio de Betty Friedan, la feminista que revolucionó la conciencia de las mujeres blancas, burguesas y heterosexuales después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Friedan afirma que quiere más que marido, hijos y casa, no se detiene a profundizar sobre quiénes son las mujeres racializadas que sostienen su “burbuja doméstica”, dice Ziga. Es verdad, pero Friedan perdió su trabajo cuando decidió tener hijos y se vio atrapada en la burbuja que deseaba reventar.
Otros retos para las escritoras en nuestra época y geografía: no romper el techo de cristal buscando el éxito individual, sino politizar la escritura, encontrar formas de colaboración transversales. No dejarnos domesticar por la familia ni por el mercado. Más allá del género, la profesión o las identidades, construir alianzas de clase. Concebirnos como trabajadoras precarias sin seguridad laboral y vincularnos con ese tipo de luchas. Tampoco encapsularnos en la burbuja de la escritura. Transformar las instituciones, abrirlas a las disidencias, a la fragilidad que encarna un cuerpo gestante pero también uno viejo o en otras condiciones de diversidad psíquica o motriz.
Lucio por fin logra tirar las hojas al suelo. Con un zarpazo, el bebé da su veredicto: el reto es justamente cuidar más y teclear menos. Así se compaginan la vida y su escritura.
Imagen Portada: LABERINTO | MILENIO