Historiadoras, curadoras y directoras de museo hablan sobre la necesidad de impulsar espacios culturales que tomen en cuenta la inclusión de voces y perspectivas, y la perspectiva de género.
El Inegi contabilizó, en 2022, 1273 museos en el país, los cuales reportaron una afluencia superior a 37.5 millones de visitantes (46.5% hombres y 53.6% mujeres). Recientemente, celebramos la designación de Amanda de la Rosa como subdirectora artística del Museo Reina Sofía, en España, aplaudimos el nombramiento de Tatiana Cuevas como directora del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) tras su relevante gestión al frente del Museo Carrillo Gil, y festejamos que Sol Henaro, por fin, recibiera la oportunidad de demostrar sus capacidades al frente del Museo Universitario del Chopo. La mayoría de los recintos culturales nacionales está dirigida por mujeres; sin embargo, tal como escribe Ana Garduño en el libro Agentas culturales del siglo XX. Desafíos de una gestión (UNAM, 2023): “Abordar la trayectoria de las mujeres que contribuyeron a forjar nuestra cultura actual tensiona una historia del arte parcial y en cierta medida acrítica, que creó una imagen del pasado como un logro exclusivamente masculino”. Resulta polémico sobre todo porque la presencia femenina en 2022, según el Inegi, es de 46.8%; publicó MILENIO.
Quizás haya quienes estén convencidos de que la presencia innegable de las mujeres en los museos implica inclusión. Habría que señalar que, también de acuerdo con el Inegi, 34.4% del personal de los museos es voluntariado y prestadores de servicio social. Por otra parte, el portal Data México informa que 65.2%, del rubro “Directores y gerentes de museos, cines y otros establecimientos deportivos y culturales”, corresponde al género masculino y 34.8%, al femenino, con un salario promedio de 9 mil 720 pesos, para ellos, y de 3 mil 280 pesos para ellas. Históricamente, el sector cultural ha sido castigado en sus salarios. Los salarios castigados eran quizá suficientes para las mujeres, quienes no tenían la “responsabilidad” de mantener una familia, pero sí las ganas y el ímpetu de romper estereotipos y salir de sus entornos domésticos. Eran otros tiempos y aunque esas gestoras, como escribe Garduño, “actuaron en un entorno acotado, estamparon su impronta y, en la medida de sus posibilidades, consiguieron proteger el arte y la cultura”.
Podría afirmarse que el ámbito de los museos está “dominado” por mujeres; pero, como señala la curadora feminista Karen Cordero: “El hecho de que la persona a cargo de un museo sea mujer no implica que tenga una conciencia feminista ni que la programación y el plan de trabajo del museo tomen como prioridad realizar un análisis de la institución desde una perspectiva de género y promover cambios sustantivos para cerrar la brecha de género en su colección, programa de exposiciones y políticas internas y públicas. Sin embargo, hay casos, y no necesariamente solo de mujeres, en los que ha habido iniciativas sostenidas que han efectuado cambios en las colecciones y los programas de exposición que coadyuvan a una mayor representación de mujeres artistas y, lo que es más importante, el cuestionamiento de las narrativas hegemónicas patriarcales en la historia del arte y el sistema artístico”.
Provenimos de senderos críticos trazados por directoras de museos, como Helen Escobedo y Sylvia Pandolfi, cuya gestión al frente del Museo Carrillo Gil (1984-1998) rememora Cordero: “Visibilizó al arte feminista y amplió de manera significativa la presencia de mujeres artistas en una colección que en su acervo fundacional prácticamente no tiene representación de mujeres”. Los tiempos ¿cambian? ¿Qué piensan hoy las dirigentes de los museos?
Taiyana Pimentel, directora del Museo de Arte Moderno de Monterrey (Marco), apunta que, “a pesar del predominio de estructuras masculinas de pensamiento de poder y de estructura, hay colegas como Magali Arriola (Museo Tamayo) y Lucía Sanromán (Laboratorio Arte Alameda) que están pensando en términos de la diferencia”.
Cordero resalta el trabajo de Itzel Vargas, primero directora del Museo del Palacio de Bellas Artes (2010-2013) y después curadora en el Museo Universitario del Chopo. “Durante su gestión fue notable el aumento en exposiciones de mujeres artistas, sobre todo de creadoras cuyo trabajo ha marcado pautas distintivas en sus temáticas y uso de materiales que podemos entender desde una perspectiva de género”.
La directora general de Museos y Patrimonio de la Secretaría de la Cultura y las Artes del Gobierno del Estado de Yucatán, Ana Méndez, recuerda que “la evolución en la gestión de museos en México ha estado marcada por cambios en enfoques, temas y formas de relacionarse y liderados por mujeres. Graciela de la Torre, Silvia Singer, Dolores Béistegui y Rosario Ramos han enfrentado diversos retos en el proceso de deconstrucción, han desafiado y superado los paradigmas tradicionales de gestión museística arraigados en estructuras jerárquicas, burocráticas o conservadoras, abriéndose a nuevas ideas y enfoques más transversales e inclusivos”.
Y a pesar de que se pueden identificar iniciativas, como refiere Cordero, “muchas no llegan a ser políticas que abordan la problemática de manera sistémica y sostenida”. ¿Por qué? Quizá porque aún la estructura impide el paso y tampoco nos hemos sentado a profundizar y a reflexionar sobre qué debemos hacer las mujeres para dejar de alimentar el sistema patriarcal.
“Esta discusión es vital si queremos crear una estructura de trabajo y de pensamiento”, asegura Pimentel.
¿Será que debemos desmantelar el concepto de poder? Giovana Jaspersen, directora del Museo Franz Mayer, no cree en el empoderamiento femenino, “porque es como si pensáramos que el poder es la única fórmula que tenemos para hacer las cosas. No creo que las mujeres necesitemos poder; las mujeres necesitamos más un espacio para existir de la misma manera en que pueden existir los varones”. Desde su perspectiva, lo urgente es la creación de “más escenarios de seguridad, de confianza, de diálogo, de construcción y de comunidad”.
¿Es el poder un concepto patriarcal? Perla Labarte, directora del Museo Frida Kahlo, opina que las relaciones de poder hoy lo son, “pero no necesariamente tienen que seguir un solo patrón. En una estructura jerárquica hay personas que tienen más injerencia en la toma de decisiones, mayores responsabilidades. Esto no significa que tengan que ser relaciones de desventaja. Las personas que ostentan el poder tienen la obligación de asumir estos cargos con la responsabilidad de ser una influencia positiva. Transformarlo implica hacerlo consciente, entenderlo y no reproducirlo”.
Por otro lado, Jaspersen considera que sí es un concepto patriarcal. Por ello, “no pensaría tanto en transformarlo sino en eliminarlo, porque es un concepto que a nivel simbólico representa cosas que no queremos seguir alimentando y porque, para que exista ese poder, necesita existir una contraparte que puede ser oprimida, suprimida”.
La directora del Museo Arocena, de Torreón, Fabiola Favila, considera que “se puede transformar con empatía y comunicación. Ese poder que tradicionalmente suponemos es asumido por un solo género o una sola persona ahora es visto como un liderazgo empático. El éxito de las empresas es generado y compartido por todos los que integran un equipo de trabajo”.
Virginie Kastel, coordinadora general de Artes Visuales del municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León, subraya que “el poder ha sido ejercido por instituciones lideradas principalmente por hombres los últimos 2 mil y tantos años, por lo que diría que el poder es la continuidad de la palabra del padre, aunque el hecho de ser mujer no nos salva de la lógica patriarcal, de la cual hay también cosas rescatables. Sin embargo, creo que el poder desde lo femenino es más útil para la gestión de espacios porque es un poder que ha sabido, por generaciones, administrar los recursos. Feminizar al poder es aportar desde las herramientas de la domesticidad”. Su enfoque concuerda con el de Méndez, quien destaca que uno de los retos más importantes de los museos consiste en “asegurar la accesibilidad y la representación diversa en la programación de actividades y exposiciones, lo que implica no solo cambiar las temáticas tratadas sino garantizar la inclusión de voces y perspectivas diversas. Fomentar la colaboración comunitaria en la configuración de la programación del museo nos ha permitido abrir espacios para la participación activa en la creación y cuestionamiento del contenido de las exposiciones y actividades”. El cambio, desde su punto de vista, abarca la implementación de prácticas en la gestión y operación que “consideren la sostenibilidad y responsabilidad ambiental, desde la elección de materiales de exhibición y su reciclaje hasta la implementación de prácticas sostenibles de operación diaria”. Sin duda, otro gran desafío que no debemos desatender es el cuidado del medio ambiente y de los recursos disponibles.
Los retos son muchos porque, como reitera Pimentel: “las estructuras masculinas siguen siendo muy sólidas, todavía hay mucha desigualdad en el salario”. ¿Cómo contrarrestar lógicas jerárquicas? Cambiarlas es una labor cotidiana. “La estructura de co-work es una buena estrategia para neutralizar la lógica jerárquica patriarcal”, añade Kastel, para quien es imprescindible que las mujeres “asumamos la conciencia de que podemos y sabemos liderar desde la intuición. Debemos dejar de temer a ser señaladas”. No es sencillo y, como subraya Pimentel, “aunque las mujeres estemos dirigiendo, nos topamos con estructuras patriarcales asentadas en nuestros museos. Sabemos de mujeres directoras que tienen detrás a hombres que insisten en esas estructuras decimonónicas”.
Para Labarte, no se trata solo de dirigir sino de transformar. “Existe más de una forma de liderar y dentro de este amplio espectro, una misión esencial para el Museo Frida Kahlo es la de nunca cesar en la búsqueda ni en la creación de esos espacios que nos permitan equilibrar nuestras relaciones laborales y personales. Debemos fomentar ambientes de trabajo y convivencia más horizontales, más cálidos y participativos. Es en esta búsqueda constante donde podemos encontrar y aprovechar oportunidades para construir juntos entornos más inclusivos y armónicos que celebren y potencien la diversidad de voces y experiencias en el mundo de la cultura”.
Resulta primordial, como apunta Méndez, “un esfuerzo colectivo y multifacético, de hombres y mujeres, para abordar las estructuras patriarcales arraigadas en la sociedad; se debe buscar cambiar las normas y prácticas que las perpetúan”. Hay mucho por trabajar, desde el acceso igualitario a la educación hasta la deconstrucción de estereotipos de género, la promoción en la participación igualitaria en la toma de decisiones y la equidad salarial. “En Marco”, recalca Pimentel, “hemos buscado un equilibrio tanto salarial como de los espacios que ocupan, de forma tal que las decisiones de poder sean balanceadas entre un género y otro”.
Los retos operativos se entretejen con los personales en el día a día. Para Kastel, uno de los principales desafíos fue “introducir la lógica del proceso creativo a los procesos institucionales tanto en la gestión expositiva como en la administrativa. Es complejo pensar creativamente y romper ciertos paradigmas de productividad cuando hay una oficina de recursos humanos que dictamina tu tiempo y estamos obligados a estar en la oficina durante un horario imposible de ocho horas laborales al día. No todos los días son iguales, ni la energía o el deseo. Prefiero pensar en términos de tareas específicas, de proyectos”.
¿Por qué estamos tan aferrados a contar las horas como a los prejuicios de edad? Siempre se es demasiado grande o demasiado joven. “Comencé a dirigir proyectos antes de los 20 años”, comenta Giovana Jaspersen, “y por más esfuerzo, méritos, concursos de oposición abiertos y trayectos largos para llegar, el reduccionismo de joven y mujer parece ser imán de ataque, juicio y burla. Deconstruir esa percepción y cómo se minimiza nuestro trabajo de manera constante se convierte en un reto cotidiano. Con el paso del tiempo mi mayor reto ha sido deconstruir los esquemas que nos fueron impuestos, para ver desde otras perspectivas, con otros lenguajes y otros caminos”.
Por ejemplo, entender que las mujeres que han alcanzado puestos directivos pueden llevar una vida familiar equilibrada. A Fabiola Favila le resulta casi una obviedad. “Alguien con un sinfín de retos y responsabilidades, en estos dos ámbitos, ha desarrollado una capacidad multidisciplinaria y multifuncional que la lleva por más desafíos que se traducen en satisfacciones por compartir con quienes la rodean”. Además, y sin romantizar, también la creencia de que las mujeres no nos apoyamos entre nosotras está cambiando: “La empatía es una de muchas cualidades que sobresalen en el equipo femenino del Museo Arocena”, agrega.
Unirse con otras mujeres es para Virginie Kastel tan valioso como resaltar que, “sin importar si nos toca limpiar, crear un programa cultural, cuidar el edificio, todos tenemos el derecho a tener una vida laboral creativa, que debe promover la autorrealización. Una tarea difícil en un sistema en el que las corporaciones y los organismos logran la adhesión al invocar ciertos valores, como la entrega de sí o el que la convivencia obligada nos convierte en algo como una familia extendida. Este es el camino seguro al abuso afectivo. Para tener una vida laboral creativa hay que dar más importancia a la intuición que al formato Excel, y la valoración de lo aprendido en el hacer sobre la presentación de resultados”.
Quizás incorporar el cuidado como un eje central en las gestiones de los museos podría estimular enfoques más inclusivos y equitativos. “Así como cuidamos a nuestra familia, amigos y a nosotras mismas”, asegura Méndez, “es también nuestra responsabilidad cuidar no solo de los visitantes sino de nuestro personal. Las prácticas laborales dentro del museo deben reflejar valores de equidad, cuidado, empatía y respeto. Implementar políticas que apoyen el equilibrio entre el trabajo y la vida personal es esencial para asegurar el bienestar físico y emocional de las personas que repercutiría en un mayor desempeño de calidad”.
O tal vez ser más provocadoras e impulsar a los museos como espacios de guarecimiento y libertad, tal como propone Jaspersen. “Dentro del Museo Franz Mayer buscamos eso en todas las actividades y exposiciones que arrancamos: espacios de seguridad, libertad y encuentro para todas las audiencias; hacer del museo un espacio de guarecimiento”. Además, como dice Kastel: “un museo es un lugar disruptivo donde la experiencia estética existe y fomenta la conciencia de la libertad. En un museo se debe pensar y hacer desde y para el cuerpo: el cuerpo en su sentido filosófico, sociológico, espiritual y emocional. Las experiencias de arte transforman vidas siempre y cuando la experiencia de los cuerpos sea parte de la puesta en escena”. Ese sería un mundo satisfactorio.
¿Nos falta mucho? Los cambios nunca son rápidos ni fáciles, y si bien hay que celebrar cualquier iniciativa, como señala Cordero, “tenemos que estar muy atentas, y con una perspectiva crítica y autocrítica, para no limitar las acciones en materia de género en los museos a acciones emblemáticas que no se basan en un compromiso profundo, sostenido y transversal. Es fundamental tomar en cuenta que las acciones que buscan transformar las bases y estructuras heteropatriarcales del sistema artístico e histórico-artístico deben concebirse como procesos dialógicos en un mundo cambiante y diverso, sujetas a constante reflexión y revisión. Y que deben tomar muy en serio el lema feminista de que ‘lo personal es político’ ”.
“Los museos son la plaza pública del siglo XXI”, afirma Pimentel. “Por ello tendría que ser nuestra obligación tomar este debate como un problema del día a día. Trabajar en dos sentidos: en las estructuras duras y en las estructuras institucionales”. De esta manera, se podría consolidar al museo, como refiere Méndez, en “un lugar seguro, inclusivo, accesible, amigable, comprometido con el cuidado de su entorno y del medio ambiente y cuyos programas y actividades se enfoquen a las necesidades e intereses de los diversos públicos”. No hay que olvidar, como señala Labarte, que “los museos tenemos una gran capacidad transformadora emocional y cognitiva”; y si bien tienen el potencial para ser plataformas poderosas para el pensamiento crítico y la gestación de sociedades más incluyentes, sus dirigentes, hombres y mujeres, tienen que estar conscientes de sus contextos.
Y aunque ha habido y hay mujeres al frente de museos que han apostado por enfoques más inclusivos y equitativos, la reconfiguración de sistemas jerárquicos y de poder lleva tiempo y suele encontrar resistencia, inclusive de algunas mujeres. Sin embargo, como apunta Favila: “Se están afrontando estos temas cada vez más en las instituciones culturales. Somos más las mujeres en estos espacios y está llegando una nueva generación familiarizada y sensible con temas de género y equidad”. Sin duda, tal como refiere Jaspersen, “si pensamos en las líderes que solíamos ser hace 15 o 20 años y las que somos ahora, somos distintas y somos mucho más conscientes de elementos que antes teníamos normalizados”.
Nadie puede negar ya, como señala Cordero, que “la transformación del feminismo en un movimiento o impulso masivo en el mundo durante la última década ha hecho necesario que las instituciones tomen en cuenta las problemáticas profundas de desigualdad y violencia de género. No se trata en este sentido de gestiones aisladas sino de acciones conscientes en un contexto que, en la medida en que forman parte de posturas y políticas integrales y autorreflexivas, pueden tener un impacto significativo, creando espacios que modelan, en sus formas, contenidos, estructuras y procesos, nuevas relaciones de poder, modos de representación y de vida, y así permitir imaginar, vislumbrar y posibilitar otros futuros”.
En efecto, nosotras, las de entonces, ya no somos las mismas.
Imagen Portada: LABERINTO | MILENIO