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Por Carlos Chavarría

Aún no termina el proceso de respuesta de Israel al ataque terrorista, cuando un grupo de ISIS se infiltra hasta Moscú y asesina en un teatro a 140 personas, casi al mismo tiempo en Culiacán, sucede un secuestro masivo de 66 personas, perpetrado por bandas de criminales, solo por considerar lo más reciente del absurdo del terrorismo. El miedo y el terror solo se distinguen por las magnitudes y publicidad de las atrocidades, pero cuando al terror se le da alguna connotación política, se usa el terror porque se busca un cambio en alguna condición de la relación con el poder.

Los perros, simios, y fieras que se agazapan en la mente de todo ser humano, herencia de una edad que parece olvidada pero siempre lista para la violencia en todas sus formas, al servicio del poder para devolverle al miedo su justo valor. Foucault: “la violencia es una modalidad extrema de poder que implica abuso y negación de la libertad, pero en esta definición, predomina el sentido del concepto del poder sobre la observación de la forma límite que la violencia representa”.

En la medida que el poder sea imprudente, el terrorismo siempre estará vivo y listo para actuar. Toda imposición en cualquier nivel social y en todo tiempo, siempre dejará un residuo de reivindicaciones mal resueltas que servirán como la razón propiciatoria que justifique la violencia.

Si se le suma la difuminación y debilitamiento de la ética en su razón prudencial más primitiva y elemental, y debido a una educación que se concentró en el utilitarismo y dejó a un lado todo signo de humanismo, estamos frente a un enorme reto para todos los aparatos creados para juzgar a cabalidad los sucesos que nos rodean.

El poder y el miedo son parientes cercanos asociados en el mismo  parádojico propósito, que todo parezca estable y bien conducido.

Parafraseando a Nietzsche, el Estado es paz y todo lo que queda fuera de sus límites, es guerra, es violencia. El Estado debe su función primordial histórica y originaria al sostenimiento del orden y la estabilidad, y obviamente la seguridad. El terrorismo pone en entredicho no solo al Estado sino a la sociedad que lo diseñó y construyó.

México no puede continuar con su posición ambigua al respecto del terrorismo y sus vaivenes en la definición de su política interior de seguridad, no debe  hacerlo pues ha sido firmante de todos los protocolos de la ONU sobre el tema en cuestión además de haber sido parte del propio Consejo de Seguridad en diversas ocasiones. [https://documents.un.org/doc/undoc/gen/n05/504/91/pdf/n0550491.pdf?token=Yic3zMLvt26ytil6Qz&fe=true]

En el Siglo XX, el terrorismo se convirtio en sitio común para manifiestación de las ideas, el terrorismo casi fue un deporte y sus asesinatos en todas las modalidades, secuestros, etc.,  se usaban de ocasión solemne para reivindicar viejas luchas y posiciones en todos los temas. Hoy no puede tolerarse regresar a la edad del terror que se supone concluyó con la Revolucion Francesa dando paso a la política y la negociación.

Los estados que eluden la lucha contra el terror y escogen el camino de la economía del miedo para sacarle tajada política en su circunstancia,  atentan contra los sustratos que animan y sostienen las relaciones sociales, jurídicas, políticas y económicas. La tarea no puede comenzar sin una política que propicie la recuperación del espacio público como lugar privilegiado del trato con las alteridades que caracterizan a cualquier sociedad. Todos somos diferentes entre sí, en ideas, propósitos, métodos, etc. Y el Estado debe garantizar que se conduzcan  esos diferendos en el mismo espacio.

El Estado debe verse y ser capaz de garantizar la paz a todos los ciudadanos que dependen del mismo.

“Everyone’s worried about stopping terrorism. Well, there’s really an easy way: Stop participating in it.” Noam Chomsky

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Vía / Autor:

// Carlos Chavarr{ia

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Autor: stafflostubos
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