Por José Jaime Ruiz
Las recientes declaraciones de Enrique Krauze no son temerarias, por el contrario, acusan demencia, senectud intelectual. Lo escribí en otra ocasión: “Dos obsesiones ha tenido Enrique Krauze: Carlos Fuentes y Andrés Manuel López Obrador. Obsesiones contemporáneas, no históricas. Sus ‘biografías del poder’ son esencialmente comerciales, no de investigación y de aportación. Ni es Miguel León-Portilla ni es Luis Villoro. Menos es Daniel Cosío Villegas u Octavio Paz. Karma Krauze; sólo es un ‘dandy’ de la anécdota mexicana, y bien que lo cobra a gobiernos y empresas a través de Clío”.
La revista etcétera, el sitio antiperiodístico no por excelencia sino por indecencia, promueve un artículo de Krauze: “Latinus es ahora lo que Proceso fue en los 70”. Nada peor que un historiador desmemoriado. El Proceso de Julio Scherer García y la revista Vuelta de Octavio Paz brotaron por el golpe de autoritarismo de Luis Echeverría y Proceso nació para seguir denunciando la corrupción del antiguo régimen de la “dictadura perfecta”. Latinus, por su parte, nació para prolongar la corrupción del régimen, impulsada por uno de los mayores embusteros del sistema, Roberto Madrazo. Enloquecido Krauze si piensa que Carlos Loret de Mola equivale a Scherer García (desde hace mucho Alain Finkielkraut denunció esos absurdos cuando escribió que “un par de botas equivalen a Shakespeare”.)
Le daré una clase de historia al senil historiador citando a Julio Scherer: “Vi a mi alrededor viejos amigos, jóvenes compañeros. Muchos cambiaron su vida para siempre, sin reconciliación posible con el atropello inocultable. No recuerdo en qué momento me tomó del brazo Abel Quezada ni en qué momento lo hizo Gastón García Cantú, Abel a la derecha, Gastón a la izquierda. Sobre el Paseo de la Reforma avanzaba entre los dos sin saber hacia dónde la tarde del 8 de julio de 1976. Después de 30 años de trabajo sin sospecha se me trataba como a un ladrón, limpios los bolsillos de dinero ajeno. Sobre la calle, otras voces daban forma al contra punto. Los ladrones se quedaban en Excélsior” (Los presidentes, Julio Scherer, Grijalbo).
El golpe a Excélsior fue dramático y nauseabundo (tal parece que Krauze nunca leyó Los periodistas de Vicente Leñero). Scherer dice más: “El 6 de noviembre de 1976 nació Proceso entre intimidaciones del secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia y el secretario de Patrimonio Nacional, Francisco Javier Alejo. Moya dijo que los hijos de Echeverría podrían vengarse de mis hijos, Alejo afirmó que el buen nombre del presidente de la República implica la razón de Estado”.
El Latinus de Madrazo y Loret de Mola se ha dedicado a cumplir lo expresado por Moya Palencia contra los hijos de Scherer, nomás que sus objetivos son los hijos de Andrés Manuel López Obrador. Y el nombre de Andrés Manuel, lo vivimos todos los días con un respeto irrestricto a la libertad de expresión, no “implica la razón de Estado”. Nunca como hoy un gobierno ha “respetado”, inclusive, las injurias en contra del presidente, los vituperios. La democracia implica el diálogo circular, nunca la intimidación.
Jesús Reyes Heroles decía: “nadie que yo sepa busca la castidad en una casa de citas”. La emputecida memoria de Enrique Krauze lo confirma: comparar Latinus con Proceso y la reciente aglomeración de la derecha en el Zócalo con Tlatelolco 68. El mandarín venido a menos se exhibe: “Nunca pensé que yo iba a extrañar -muy moderadamente- la ‘dictadura perfecta’, porque hay algo peor que es la dictadura sin adjetivos… que es la dictadura a la que siempre tiende el populismo”.
Si algo puede verse como definitivo con la aparición de Latinus, al contrario del Proceso de Scherer, es el carácter nauseabundo que tienen sus calumnias dentro del periodismo mexicano. Si algo puede verse como definitivo en las recientes declaraciones de Krauze, es su carácter acrítico, deshonesto, decrépito.