Por Carlos Chavarría
Que lamentable que en esta “nueva modernidad” persistan resabios neandertales en las comunidades, sin duda indicativos de que existen incentivos primitivos para la acción humana.
Corto se quedó Lope de Vega con su obra que relata la reacción de una comunidad ante los excesos del estado en la figura del comendador. Lo que ocurrió en Taxco Guerrero es todo lo contrario, la retracción y abandono del estado ante la tiranización espontanea de la turba rabiosa que se asume victimizada y dueña de la circunstancia, por el secuestro y asesinato de una niña de solo 8 años.
En todos los escenarios donde se han producido linchamientos, tanto en zonas rurales como urbanas, se dibuja es un déficit de Estado. Este déficit puede manifestarse de diversas maneras como la incapacidad de las instituciones públicas. Las instituciones responsables de prevenir los linchamientos, como la policía o la justicia, pueden ser ineficaces para cumplir con su cometido. Esto puede deberse a una falta de recursos, a una formación inadecuada o a la misma corrupción.
Ineficacia en la identificación y castigo de los responsables: En muchos casos, los autores de linchamientos no son identificados o no son castigados como lo marca la ley. Esto puede generar un clima de impunidad que propicia la repetición de estos actos.
Involucramiento de agentes públicos: En algunos casos, agentes del Estado, como miembros de la policía o del ejército, han participado en linchamientos por omision o acción. Esto es una grave violación de los derechos humanos y deslegitima el uso de la fuerza por parte del Estado.
La ausencia, incapacidad o desinteres del Estado crea las condiciones para que se produzcan linchamientos. El Estado puede llegar tarde, de forma inadecuada o incluso violando la ley o las costumbres locales. Esto genera un clima de inseguridad y desconfianza en la población, y dificulta la construcción de una sociedad justa y pacífica.
Ante la ausencia de un Estado legítimo y capaz de garantizar la seguridad, diversos grupos pueden tomar la ley en sus propias manos para castigar a los transgresores. Estos grupos pueden ser comunidades organizadas o incluso grupos temporales formados por personas que se encuentran en una situación particular, como pasajeros de un autobús, transeúntes o asistentes a un evento deportivo.
La experiencia de un daño o peligro común une a los miembros del grupo, incluso si no tienen otras conexiones entre sí. Este sentimiento compartido de victimización activa un instinto básico de supervivencia que impulsa a la acción colectiva. De esta manera, se pone en marcha una forma cruda, pero real, de lo que se conoce como «capital social»: la capacidad de un grupo para ejecutar acciones conjuntas que beneficien a sus miembros utilizando sus propios recursos.
Desde la perspectiva de quienes lo perpetran, el linchamiento es una respuesta terrible pero efectiva a la falta de un Estado legítimo. Es una forma de compensar la inseguridad que el propio Estado ha contribuido a crear o agravar.
Si bien no es de ahora el problema de la violencia creciente, tampocoo se va a resolver con una estrategia -sin duda humanista- de largo plazo que motive a los delincuentes por “las buenas” a abandonar la filas del crimen en todas sus formas. En tanto esperamos que los criminales abdiquen por motu propio de sus metodos y practicas antisociales, por “las malas” la sociedad esta perdiendo espacios y libertad y eso incentiva a saltar la ley y hacer justicia por mano propia, creando una ciclo decadente y peligroso.
“Lo específico del Estado moderno es pues su capacidad de hacerse de la violencia, para reglamentarla, violencia que de otra manera quedaría en manos del arbitrio de los particulares; en ese sentido la monopoliza y la legitima al someter su aplicación, alcances y límites al orden normativo que un número relevante de miembros de la sociedad considera válido (Cfr. Serrano, 1944, Legitimación y racionalización. Weber y Habermas: la dimensión normativa de un orden secularizado, Anthropos/UAM-I.)”.