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Por Francisco Tijerina Elguezabal

“Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado.” // Alberto Moravia

Terminas por entender que votar es un acto de fe.

Votas por el candidato(a) que a tu juicio tiene las mejores ideas y propuestas, aunque a veces no te quede más que cruzar la boleta por el menos peor.

Hoy, cuando las ideologías han muerto y se ha impuesto el pragmatismo puro, los partidos ya no son ni siquiera una marca, sino algo parecido al nombre de un equipo deportivo al cual los políticos se inscriben para participar en el siguiente partido.

Cero convicción, cero ideales, simple y llanamente que me presten sus colores y nombre para ser candidato a algo.

¿Es que alguien ha escuchado en estas campañas a un solo candidato hablar de los estatutos, la plataforma política o el ideario de sus partidos? ¿Sabrán todos los nombres de los fundadores?

Pero volvamos a la fe.

Votas por una ilusión que buena parte de las veces termina siendo una quimera, aunque para justificarse todos le echen la culpa a los gobiernos anteriores.

Votas con las entrañas más que con el cerebro; con el hígado si no estás conforme, con el estómago si tienes hambre y no tienes empleo y pocos, muy pocos, con el corazón por estar plenamente convencidos.

Pero menos pocos lo hacen utilizando el razonamiento. Casi nadie se detiene a pensar que al sufrir problemas comunes y ser nuestras principales preocupaciones, los aspirantes llegan y te prometen resolver todos tus problemas, aún y cuando la solución no esté en la esfera de sus competencias.

Como si trajesen una varita mágica o fueran poseedores de super poderes, afirman categóricos que ellos sí podrán arreglar lo que lleva toda una vida sin solución.

Te dejas llevar por el ruido y el ambiente, por los colores y la foto bonita retocada con filtros hasta el extremo, por el slogan pegador y la cachucha de regalo, por la selfie y oyes la letanía de promesas, aunque en realidad no escuchas y menos piensas si será verdad.

Votar es un acto de fe, es comprarle intangibles a un vendedor de ilusiones, es adquirir de contado algo que en la teoría te irán entregando en un tiempo determinado.

Y como los peces en el río, nuestros políticos mienten y mienten y vuelven a mentir con un cinismo y un descaro increíbles, sabedores de que no es posible concretar una milésima parte de todo cuanto ofrecen, pero aquí lo importante es conseguir el voto… ¿lo demás? Lo demás, luego averiguamos.

Las campañas y la elección siguen siendo lo mismo de siempre, la ilusión de una promesa que un montón de veces no nos han cumplido y que para nuestra desgracia seguirá exactamente igual.

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// Francisco Tijerina

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Autor: stafflostubos
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