Por José Francisco Villarreal
En el borde de la mayoría de edad, apenas me estrenaba como citadino y con el privilegio de ver TV en casa sin tener que pagar 20 centavos en casa de algún vecino. Normalmente esperaba frente a la TV la llegada de papá Antonio, que regresaba por la noche de su trabajo en el restaurante “París de Noche” y siempre con una torta de lengua o de milanesa, a veces hasta con un litro de menudo. Entonces veíamos juntos IMEVISIÓN, empezando con el noticiero que conducía Pedro Ferriz de Con, sobre todo la sección de deportes, cuyo titular concluía con recetas rápidas para mordisquear a esas horas. Luego, con botana, veíamos películas. En esa dinámica vimos una película muy simpática, dirigida y protagonizada por Sacha Guitry. Disfrutamos mucho aquella cinta de los años 40, “Le Diable boiteux”, algo así como “El Diablo cojo”, o “Aburrido”. Básicamente una obra biográfica sobre el príncipe, duque, conde y obispo Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord. Su Alteza Eminentísimo y Reverendísimo fue un diplomático vital para Francia, testimonio de una transición política y social desde el gobierno de Luis XVI hasta el de Luis Felipe I, pocos años antes de la Tercera República. La cinta es muy divertida, pero muy corrosiva en su época.
No comprendo por qué Guitry llamó a esa cinta, y a su versión teatral, “El diablo aburrido/ cojo”. Talleyrand no era aburrido sino un adorable cínico, y el propio Guitry retrató con destreza el humor del príncipe. Cojo sí era, porque tenía una deformidad en uno de sus pies. Pero lo notable fue la extraordinaria habilidad de Talleyrand para sobrevivir políticamente activo durante varios regímenes. Interesante que un diplomático ejerciera su función por encima de los gobiernos en turno. Esto significa que tenía su propia agenda, y/o que tenía una idea mucho más clara de un proyecto de país a largo plazo. Este tipo de personajes me hubiera gustado ver durante el primer debate de candidatas y candidato a la presidencia de México. La única candidata que se aproximó esbozar a un estadista fue Claudia, con una impasibilidad que destacaba frente a la tensión nerviosa de doña Bertha o a la sonrisa inopinada de Máynez. Impasibilidad que dista mucho de dibujar a una persona “fría y sin corazón”. Doña Bertha apeló a la presunta ausencia de virtudes morales de su oponente, cuando la política debe necesariamente estar al margen de la moralidad. Los mejores ejemplos de cómo la moral contamina a la política los tiene doña Bertha en los partidos que la postulan. El PAN con una moralidad muy judeocristiana; y el PRI con una inmoralidad proverbial. Ambos, ya en el gobierno, han sido un manojo de contradicciones. Imposible empatar todo tipo de principios morales con las convenciones sociales que compactan a un país.
Álvarez Máynez no estuvo tan mal, salvo por algunos detalles fuera de lugar. Tener o no tener una familia amorosa y feliz no es relevante para los electores. Cada elector tiene la suya, y no hay una idéntica a otra. Todas, sin embargo, están sujetas a las decisiones de los estadistas. Es él quien debe empatizar con las familias de los electores, no buscar simpatía por la suya. ¿Alguien en verdad desea una familia como la de Máynez, o la de doña Bertha, o la de doña Claudia? El candidato naranja tampoco debió presentarse por medio del lenguaje de señas. Era innecesario. Había ya una persona encargada de hacerlo. Fue otro “juay de rito” o “yujab tu wok de tok”, pero en silencio. Pero nada me distrajo más de las intervenciones de Máynez como su sonrisa. Más de una vez no entendí, y no entiendo, por qué se reía tan inoportunamente. Por lo demás, creo que tiene en la cabeza un borrador aceptable con ideas sueltas de un proyecto de gobierno, pero todavía es un borrador, y en las precisiones se corre el riesgo de convertirlo en un éxito o en un desastre. Logró demostrar que estaba presente y que no era un artículo decorativo en el debate. Algunas de sus propuestas seguro despertaron simpatías. Si bien sus posibilidades de llegar a la presidencia son remotas, lo poco o mucho que gane en estas elecciones, redituará en fortaleza para Movimiento Ciudadano y serán merma para el frente cardiaco. ¿Esquirol de Morena? No lo aseguraría, pero sí fue oportuno frente a los ataques de doña Bertha, ataques que, por cierto, en general no fueron dinamita sino chinampinas, y completamente fuera de lugar.
Yo suponía que doña Bertha sería agresiva con sus oponentes en el debate, especialmente contra doña Claudia. No me decepcionó en eso, pero sí en su anémica intensidad y su pésima puntería. La señora no llevó propuestas al debate, llevó ocurrencias y las mismas “denuncias” que han desplegado sus publicistas y su equipo de comentócratas durante meses, y que durante meses no han funcionado. Nada nuevo y nada concreto, rumores al margen de las instancias oficiales. Lo que debería considerar es que a fuerza de notas y montajes estilo LatinUS, la gente aprendió a desconfiar de las afirmaciones “contundentes” desde la campaña cardiaca, (la electoral y la otra, la sucia). Un terraplanista tendría más credibilidad. Doña Bertha no dio el kilo como propuesta de estadista. Nerviosa, distraída, balbuceante, confusa y confundida, contradictoria… No sé si le ayudó el reloj, pero lo que menos debería tener es tiempo, porque entre más abunda en un tema, más se dispersa. Le urgen ensayos que le obliguen a ser concreta, y profundizar en el delicado mecanismo de relojería de cada bomba fétida contra sus oponentes. Un arma es inútil cuando se maneja pensando en su impacto y no en su objetivo. Esa confusión ha sido la constante de la caterva de incompetentes que manejan la campaña sucia de doña Bertha. Ni hablar de la mención del colegio Rébsamen, de niños con cáncer o de víctimas del derrumbe de la Línea 12 del Metro… Simplemente deleznable. ¡Y sigue aferrada y sin proyecto!
Yo no me aventuraría a decir que hubo ganadores en el debate. Tanto doña Claudia como Máynez, e incluso ambos moderadores, hicieron lo que pudieron ante un formato extraño, preguntas redundantes, errores en conteo del tiempo… Sí quedó claro que hubo una gran perdedora. Para mí, doña Bertha no estaba preparada para este debate, estaba preparada para otro debate, en un espacio amigable y en el que ella pudiera marcar el rumbo y llevarlo al campo de los dimes y diretes que dominó tan bien como senadora. Y así lo hace al llevar sus bombas fétidas a sus redes y a los medios. El debate me pareció excesivamente denso. El diseño no fue ágil; tampoco fue ameno, aunque esto último se entiende, porque no se debe caer en la tentación de llevar la espectacularidad fatua de las campañas a un debate que debe exigir seriedad, atención y un mínimo de esfuerzo mental al espectador. Comprendo a quienes extrañan los “divertidos” debates de otros tiempos, mochando manos, callando chachalacas, escondiendo carteras; sí, pero nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Fue divertido, eso sí, que desde el frente cardiaco se aventuraran a difundir una presunta encuesta que mostraba a doña Bertha como ganadora del debate. La realidad les explotó en la cara pocas horas después. Yo no diría que doña Claudia ganó el debate, pero sí que no lo perdió. Lo que en verdad importa de este primer debate está en los resultados reales, no inventados por una encuestadora falaz y parcial, y no sobre quién ganó el debate sino cómo modificó las preferencias. Por lo demás, el debate sigue en medios y redes tratando de imponer percepciones y predisponer ánimos.
En lo personal, tuve qué ver el debate dos veces, porque hubo cosas que no entendí. Además, porque como en aquellas noches de cine en IMEVISIÓN, tuve que ir un par de veces al mingitorio, otras a buscar totopos, una a ver si ya había empezado el eclipse desde la noche, alguna a cambiarle agua a Medea (pastora alemana), otra a lavar vasijas, otra más nomás de oquis… y así. Aunque debo ser honesto, ni con una revisión pude aclarar muchas cosas. En mi descargo debo decir que fui más responsable que la mayoría de los mexicanos que sólo conceden su tiempo a los primeros minutos del debate. Si no los atrapan, escapan, y acabarán definiendo su voto por simpatías y aversiones, por su comodidad en este modelo de régimen o en los anteriores, pero no por la evaluación de las propuestas… Creo que doña Bertha debería ver “Le Diable boiteux”, aprendería mucho sobre la claridad y coherencia personal con un proyecto de nación que determina la nación no los partidos políticos; además se divertiría, cosa que los mexicanos no hicimos en el debate.