Por José Francisco Villarreal
De verdad creo que se está cometiendo una gran injusticia en contra de doña Bertha X, la desafortunada candidata del frente claudista (de Claudio X, no de Claudia S)… ¿O debería ser “frente claudiXta”? La señora no quiso decir lo que dijo. Para los medianamente enterados del tema, quedó claro que eso de estar “bien güey” por tener más de 60 años y no tener casa propia, era un dardo vitriólico dirigido específicamente a su némesis, la candidata de la 4T a la presidencia de la República, Claudia Sheinbaum Pardo. Doña Claudia admite que vive en un departamento rentado, como millones de mexicanos. De ninguna manera pensó doña Bertha X en ofender a esos y otros millones de mexicanos que, de cualquier rango etario, no tienen casa propia. No, no pensó en eso… de hecho, me parece que ni siquiera pensó. Todos tenemos claro que la vivienda digna es un Derecho Humano. No tenerla es lastimoso, pero no es motivo de burla. Yo, por fortuna, me salvé del insulto involuntario, porque aunque sí estoy muy güey, no es por no tener casa propia. Pero no importa. Los mexicanos hemos devaluado mucho la semántica de los insultos; tanto que hasta una mentada de madre se recibe, se replica y se festeja entre los adversarios. “Güey” ya casi entra en la categoría de pronombre personal. Así que el insulto de doña Bertha X contra doña Claudia tampoco es la gran cosa. Incluso es un término muy afín a la singular manera de expresarse de doña Bertha X. Un lenguaje que intenta desesperada e inútilmente conectarse con el pueblo. Ya que la señora dispone de recursos millonarios indetectables y expertos en bots, tal vez sería más efectivo que le consiguieran un robot C-3PO (el androide políglota de Star Wars) para traducir sus discursos y enmendar de inmediato sus desafortunadas declaraciones. Cosa que, además, reforzaría su presunta “expertise” en cuestiones tecnológicas.
Es cierto que su frase se ha sacado de contexto. Nuestro idioma no es limitado, pero nuestro lenguaje sí. Somos flojos, así que recurrimos a elementos adicionales como el momento, el lugar, y hasta el interlocutor, para expresarnos. Nuestras frases no son ecuaciones perfectas, son esbozos de lo que pensamos. Esta deficiencia en nuestra comunicación nos dispersa, todos somos Babel. Además, puede usarse perfectamente para manipularnos. No hay problema cuando pido un kilo de tortillas en la tienda y al recibirlas las rechazo con un lacónico “de las otras” por la pereza de no nombrar la marca que quiero. Pero hay espacios en los que se debe ser muy cuidadoso: el aula, el púlpito, el micrófono, las campañas… por ejemplo. Si se va a utilizar el contexto, hay que incluirlo claramente en la frase. Doña Bertha X sí lo hizo, pero es fatal a la hora de organizar sus enunciados. Una edición chambona puede fácilmente desvirtuar lo que dice. Sí, se ha manipulado su discurso para hacer contundente y universal el insulto que originalmente iba dirigido sólo a Claudia Sheinbaum. Insulto muy relativo, porque “estar güey” suena más bien como una palmadita compasiva. Un niño de primaria ofendería mejor.
Hasta aquí, se puede decir que no quiso decir lo que dicen que dijo. El problema es que sí lo dijo. El enunciado no es particular aunque ella, con su pésima oratoria y su limitado discurso, lo haya utilizado así. Insultar a alguien por una característica que es común a otros, homologa el insulto entre todo ese universo.
Si doña Bertha X tiene en su misterioso proyecto de nación alguno sobre vivienda social, no puede ofrecerlo si excluye de él a su enemiga política. Además, recriminar a doña Claudia y a millones de mexicanos, sobre todo a los viejos, por no tener vivienda propia, no se queda en algo genérico. El señalamiento de doña Claudia contra doña Bertha X no fue por tener casa sino por tener una casa en particular, roja, de lujo, y conseguida de manera muy sospechosa y no aclarada plenamente todavía. En ese contexto, que doña Bertha X omitió, es muy poco probable que la inmensa mayoría de los mexicanos sin casa, si no es que todos, lleguen a los 60 años viviendo plácidamente en un lugar así. Si de por sí la casa de doña Bertha X es prohibitiva para los mexicanos, los honrados, vivir en ella es imposible, porque la gran mayoría de los mayores de 60 años no podrían costear su mantenimiento. Tener una casa como la casa roja de doña Bertha sólo se lo pueden permitir quienes han acumulado millones. En México, donde los adultos mayores dependen de pensiones que van de miserables a modestas, sólo se puede llegar a esa edad con esa solvencia económica de dos maneras: transmigrando la honesta fortuna familiar durante varias generaciones de trabajo tenaz, o careciendo de escrúpulos.
Doña Bertha X no quiso decir lo que dijo, pero sí lo dijo. Y tan lo dijo que puso el dedo en la llaga y sal en la herida. Estoy seguro que muchos mexicanos adultos mayores entendieron el motivo del dislate de doña Bertha X contra doña Claudia, pero también acusaron de recibo de un rezago que padecen y que, además, saben que van a heredar a sus hijos, nietos, bisnietos y choznos. Sin querer doña Bertha lanzó una crítica devastadora al proyecto de nación que sus padrinos, PAN, PRI y PRD, y su Pater Putatibus político, Claudio X, quieren resucitar e imponer a través de ella. Sin querer, doña Bertha X denunció décadas de descuido y desidia oficial, de corrupción, de discriminación, de rapiña, que fue lo que impidió el acceso universal a una vivienda digna. Regímenes que están ahora amalgamados en esos intereses y partidos a los que dice que no pertenece, pero que son intereses y partidos a los que sirvió antes como activista, empresaria y funcionaria, y sirve ahora como candidata. Y para acabarla de amolar, sin querer pero con mucha puntería, su insulto a doña Claudia le dio a esta un factor de identidad con millones de electores, que es justamente todo lo contrario a lo que un candidato debe buscar en una campaña. Se le puede perdonar a doña Bertha X que confunda UDEM con UDM, pero no hay manera de perdonar un enunciado que la ha convertido en el azote de los güeyes, que están muy güeyes sólo por el pecado social de no tener una casa… ¿como la de ella?