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“Portamos un archivo en nuestra piel, en nuestro cuerpo y nuestra memoria”

El 22 de abril de 1992 el sector Reforma fue testigo de la mayor tragedia que se ha registrado hasta ahora en Guadalajara. A 32 años, el recuerdo sigue vivo y la herida permanece abierta para quienes sobrevivieron; publica MILENIO.

“Precisamente todo se inició con épocas como ahorita, donde empezaban las temperaturas muy altas, 33, 35, 38, subieron cerca de 40 grados precisamente el día de las explosiones. 

“Días antes, nosotros hicimos en Cruz Roja, en el área de rescates, fuimos a hacer mediciones en las calles para ver cuánto era la cantidad de explosividad que se tenía y era del cien por ciento”, recuerda Pablo Fernando Carrera, quien estuvo como rescatista.

Sonia Solórzano viajaba ese día en un camión de transporte público. Al subir al camión, alcanzó a caminar hasta la parte trasera de la unidad y sostenerse de uno de los barrotes, de repente se sintió el golpe por la parte de abajo y todo se hizo negro. En la esquina de Fray Antonio Segovia y Río Lagos, en la colonia Atlas.

“Me tocaron dos explosiones aquí en mis espaldas, en la esquina nos toca la primera, el camión vuela, cae de techo, vuelve a explotar, vuelve a aventarnos y caemos hasta la otra esquina. A mí me daban por muerta, hasta que me tocaban con un fierro, me gritaban, me decía que sí escuchaba, que si estaba viva, empiezas a oír todo como cuando a un radio le subes el volumen poco a poco (…) fui la última que rescatan del camión, que estaban atoradas mis piernas en los fierros, que vi destrucción”, recordó.

En la unidad iban 56 personas, de las que 15 viajaban de pie, “por increíble que parezca, de ese camión nada más a once nos bajaron con vida”. Entre las calles Gante y 5 de Mayo, en la colonia Analco, murió la madre de Humberto Romano.

“La encuentran al día siguiente en la fosa común, ella muere politraumatizada, al tiempo de que explota cae ella, arriba de ella escombro y demás (…) una mamá soltera, hijo único, en donde ella había llegado de trabajar, yo escucho que ella llega, iba a llevarme con ella, no hubiera estado aquí con ustedes, sin embargo, me vio dormido, dormitando, como un niño en vacaciones”, dijo.

Su madre iba por calle cuando se escuchó “un sonido devastador que hace que el techo de mi casa, el fondo de dos habitaciones de esta pequeña casa, se viniera abajo”, relata Humberto, “mi abuela estaba tirada hacia el interior de esta casa y que con una desesperación obviamente digo y se me enchina la piel nos abrazamos y no sabíamos qué estaba ocurriendo, si era el fin del mundo, si había sido un terremoto”.

En ese momento corrió a una ventana para revisar qué estaba sucediendo, “no se veía nada, era una nube de tierra, eran gritos, eran cristales que se rompían, de verdad era devastador y aturdido (…) era sorprendente yo todavía tengo registrada la imagen donde había gente hincada pidiendo perdón, decían que era el fin del mundo, nos subimos en camionetas la gente iba de pronto, la verdad, es que reitero, desesperados no sabíamos qué estaba pasando”. 

El rescatista Pablo Fernando Carrera recuerda cómo fue su llegada a la zona, alrededor de 15 minutos después de la explosión, todavía había una nube de polvo, y al fondo se veía la calle destruida

 “Un agujero como de 20 a 30 metros, todo continúa a lo largo de la calle, todas las construcciones de los costados totalmente destruidas (…) eran las casas, talleres, empresas, todo, todo eso se vino abajo (…) sí, sí olía a combustible, sí es cierto que sí olía y se sentía el ambiente mucho muy pesado”.

Intentaron rescatar a toda la gente que veían, una de ellas fue precisamente Sonia, “ya nos metimos el muchacho que iba conmigo, me ayudó a liberarla de unos fierros que la tenían atrapada de la pierna que precisamente, desgraciadamente, fue la que tiene ahorita todavía dañada”. 

Para los sobrevivientes, las explosiones marcaron un antes y un después en sus vidas. Sonia se siente ahora “como una persona resiliente, soy portadora de una discapacidad motriz, pero también me siento una persona resiliente”, aunque todavía le cuesta trabajo regresar al lugar donde resultó herida “en 32 años esta es la quinta ocasión que paso por esta zona, evito pasar la verdad, la evito, porque es como revivir el momento, y trata uno de vivir el día a día mejor”.

Humberto tampoco ha vuelto a la casa de la calle Gante en la que creció y vivió las explosiones, sin embargo, para él, “caminar por estas calles significa agradecimiento, creo que lo que sucedió aquí, en este lugar, es lo que me ha permitido ser quien soy, estar donde estoy, entonces creo que tengo mucho que agradecerle, no tengo rencor ni a la vida ni a las circunstancias ni a nadie”.

Recordar el 22 de abril es seguir pidiendo la justicia que no ha llegado para las víctimas y que no se olvide, “podrán destruir todos los documentos que existen, podrán destruir videos, fotografías, pero les pregunto, a nosotros que portamos un archivo en nuestra piel, en nuestro cuerpo y nuestra memoria, ¿cómo lo van a deshacer?”, finalizó.

Imagen portada: José Hernández Claire | MILENIO

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Staff

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Autor: lostubos
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