Por Félix Cortés Camarillo
La crisis de 1968, precursora del gran cambio diez años más tarde, tuvo tres polos definidos: París (prohibido prohibir), Praga (la primavera de Praga) y la Ciudad de México ante el hartazgo de un régimen represor de libertades. En cada una de esas sedes los estudiantes fueron vanguardia. Jan Palach, el joven checo que se prendió fuego al pie de las escalinatas de su Museo Nacional en protesta por la invasión soviética, era también un estudiante.
La crisis de hoy está en las universidades norteamericanas. Jóvenes que desde fuera solemos calificar como entes aislados, metidos en su propia individualidad, prestando atención sólo a la realidad que les regala la pequeña pantalla que traen en la mano, nos están dando una lección de participación ciudadana y de vocación democrática y ética. Están protestando masivamente en contra de la feroz e infame invasión de la franja de Gaza por parte de Israel, sus inclementes bombardeos sobre cualquier objetivo, matando a miles de niños y otros civiles a mansalva.
Los estudiantes de Nueva York en la Columbia y de California en la UCLA han sido macaneados, esposados y presos, así sea brevemente, por la cátedra de valor civil que nos están dando. Yo no he visto en México una sola manifestación en contra de esa barbarie. Claro, tampoco he visto que los mexicanos se vuelquen en muestras de solidaridad con el pueblo ucranio, que está sufriendo igualmente los ataques del ejército imperial ruso.
Cuando los jóvenes comienzan a inquietarse y toman las calles, eso denota un caldo de cultivo para cualquier cosa. Los políticos profesionales se saben la tonada y tienen los instrumentos para desviar esa energía saludable por el camino que quieren. En México, esta temporada electoral y las maniobras que dirige el comandante en jefe desde Palacio Nacional, lo está demostrando. Así sean las madres que andan como la llorona en busca de sus hijos desaparecidos, los padres de Ayotzinapa, los choferes que son asaltados diariamente en las carreteras para robarles o los agricultores, chicos y grandes, que se quejan de las extorsiones que impunemente les aplica el crimen organizado. No hay que olvidar a la juventud. Puede, y yo creo que debe -como la de Estados Unidos- debe despertar.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): parece que la moda de las ocurrencias y caprichos de los poderosos, a la manera de Lopitos, tiene tendencias epidémicas. Gregg Abott, que cobra como gobernador del estado de Texas, considera que la política de los Estados Unidos y de México en torno a la migración es equivocada y débil. Por ello y por sus pistolas, primero sustituyó a la línea fronteriza imaginaria -que supuestamente debe correr por el mero centro del caudal del Río Bravo, que ellos llaman Grande- sujeta a las oscilaciones de la corriente, por una hilera de tambos amarillos. Los futuros braceros nadaban por debajo. Luego mandó poner tela de alambre de púas-navajas en el borde gringo. Los bravos compraron pinzas cortadoras. Ahora impuso una revisión minuciosa a cuanto tráiler cruce la frontera con cualquier clase de mercancía. El cruce que tardaba en promedio una hora se ha multiplicado por quince o veinte. Las filas son kilométricas. Hay productos perecederos en peligro. Lo peor es que se pierden decenas de millones de dólares al día por la demora. Algo que se reflejará en los precios del consumidor final, que está de aquel lado del río.