Por Félix Cortés Camarillo
No sí si a ustedes les ha pasado, pero ha sido muy frecuente en los últimos años, que en internet muchas personas recibieron -entre ellas, yo- un mensaje extenso de un lejano y misterioso personaje, contando su triste historia: es legítimo heredero de una millonaria fortuna en su país, fortuna de la que él no puede disponer porque está anclada en cierto banco por injustas disposiciones fiscales y legales de su tierra.
Necesita, para disponer de su riqueza, de la asistencia de un buen samaritano comprensivo, alguna persona en otro país para que reclame como suya esa monumental suma del dicho banco, descuente la jugosa comisión por su sencillísimo trámite y restituya el resto al oferente. Esa afortunada persona he sido yo en una media docena de veces. Claro, de continuar interesado en la transacción hay que proporcionar todos los datos, incluyendo cuenta bancaria, y eventualmente hacer una transferencia bancaria, como depósito inicial de este viaje por el camino amarillo a donde está el Mago de Oz.
No conozco a nadie que haya caído en la trampa, que es un fraude obvio. Sí conozco, a cambio, los que han caído en otro fraude, muy frecuente actualmente en las redes llamadas sociales, en las que el truco es más sofisticado porque para sacarle dinero a los ingenuos utilizan la imagen y la voz, debo suponer que con los recursos de la inteligencia artificial de hoy en día, presentan argumentos más convincentes que los de la carta lastimera.
Desde hace meses ha circulado un par de versiones del ingeniero Carlos Slim en una supuesta entrevista con un medio conocido (se usan sus logotipos oficiales) en los que uno de los hombres más ricos del mundo «por casualidad» revela indiscretamente uno de los métodos a los que él acude para incrementar su riqueza. La advertencia de introducción señala que hay que escuchar el consejo del señor Slim antes de que los bancos, o el medio de origen, lo manden borrar. Se trata de fórmulas mágicas de inversión: ¿quién duda de que el ingeniero conoce el paño?
El ejercicio incluye, a veces, una prueba documental: el entrevistado pide a su entrevistador que le proporcione su teléfono celular; ahí mismo, y a nombre del periodista, le abre una cuenta en ese banco de la ilusión, y resulta que al cabo de unos minutos los doscientos pesos iniciales se convirtieron en seis mil. Y así por el estilo, en el más puro esquema de Ponzi que conocemos como pirámide.
Ayer me llegó una invitación semejante, en la que el entrevistado rico, inteligente e indiscreto era un compañero y amigo mío, dando a conocer sin quererlo, una de las fuentes de su fortuna. Ya no me acuerdo si era invertir en bonos de Pemex, monedas virtuales del estilo de los Bitcoins o una simple pirámide vil. Lo cierto es que tengo la certeza de que su nombre e imagen ha sido usada sin que él lo supiera o hubiese accedido a ello.
Tengo un querido amigo que depositó cuatro mil quinientos pesos a donde le dijeron, para hacerse de una fortuna pequeña invirtiendo ¡en Pemex! De veras que hay que ser.
Nunca he tenido duda de que la avaricia rompe el saco, como decía mi abuela, y que los fraudes seguirán existiendo mientras la gente siga pensando que el dinero crece en árboles si es que los sabemos sembrar y abonar. Lo que no entiendo es por qué ninguna de las muchas autoridades fiscales, mercantiles, del consumo, de comunicación, ha hecho algo para impedir este asalto a la inteligencia.
O, ¿será que Joaquín nunca quiso compartir conmigo su secreto?
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): La última novedad para el debatidillo presidencial de la semana que viene: ¡serán niños los que hagan preguntas de fondo sobre seguridad y desarrollo a les candidates! Tómala.