En entrevista, el Premio Nobel de Literatura 2008 habla, entre otros temas, de su libro ‘El amor en Francia’, de la migración, de su vida en México y de las preocupaciones de las mujeres en estos tiempos.
Para J.M.G. Le Clézio, la novela contemporánea en el mundo comienza con Juan Rulfo y la revolución del 68 inicia en México, no en París. En entrevista, realizada en el Centro de Bellas Artes de Caguas, Puerto Rico, el Nobel de Literatura 2008 recuerda que nuestro país ha sido su hogar y su inspiración y nos habla de su reciente libro, El amor en Francia (Lumen, 2023), un volumen de cuentos con una historia sobre niños migrantes que atraviesan la frontera hacia Estados Unidos; publicó MILENIO.
Radicado actualmente en Nuevo México, el narrador nacido en Niza el 13 de abril de 1940, autor de ensayos como La conquista divina de Michoacán, El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido y Diego y Frida, dice que en su próximo libro analiza a tres mexicanos: Juan Rulfo, sor Juana Inés de la Cruz y el historiador Luis González y González, sobre los cuales ya lleva varios años escribiendo.
Le Clézio dice que en los doce años que vivió en México, a partir de 1967, no solo aprendió español “callejero” sino que asimismo tuvo una educación política. Y también menciona que en honor a este país su nieta, nacida en 2020, se llama Itzi, voz purépecha que significa “Agua”.
Altísimo, de casi dos metros de estatura, en la plática con este reportero Le Clézio pregunta de entrada cómo está el clima en Ciudad de México y qué tan fuerte es la contaminación. Al saber que era tanto el smog que recién se decretaron varios días de contingencia ambiental, dice: “A ese grado ya se llegó”. Después comienza la entrevista.
¿Cómo se concilian los conceptos de identidad y el Otro en un país como México?
México es uno de los países que ha experimentado el encuentro entre razas, personas de orígenes muy diferentes, encuentros violentos; y, a la vez, una interpenetración de culturas que es un ejemplo para el mundo. Es uno de los países interculturales más activos en el mundo; muy diferente a Europa que se encierra en sí mismo, rechaza a los demás, no se acepta la diferencia ni social ni racial ni de experiencia. Un buen ejemplo que provee México es la educación a los futuros doctores en medicina. Hay doctores que utilizan las recetas, los principios del chamanismo, especialmente en Chiapas. Es posible estudiar medicina en México haciendo una especialización sobre las técnicas curativas de los chamanes. Eso es algo extraordinario, es un símbolo de lo que es posible en México. Por eso México tiene mucha experiencia y mucha expectativa para el porvenir.
Claro que México no es perfecto. Hay barreras sociales muy importantes, hay la tentación de vivir en un país ajeno, de cruzar hacia el otro lado para ver si la hierba es más verde. Eso puede ser el origen de la crítica que se hace contra México. Pero sí hay un sentido del bien común, del México que para mí es bastante verdadero. Yo he vivido en un pueblito en México, Jacona (de Plancarte), Michoacán. Y me acuerdo muy bien que poco tiempo después de nuestra llegada, un anciano, paseando en la calle, se cayó. De inmediato, de cada casa salió una persona con una silla para que descansara. En otros países llamarían a la policía o al hospital, pero en México sí existe la necesidad de ayudar al vecino, de ayudar al otro. Ese es el primer paso hacia el encuentro entre las personas, el sentido de vecindad. En México es muy importante el vecino, Y la estructura familiar es algo fuerte en México y hay respeto a los ancianos en la sociedad mexicana.
Sobre México, usted escribió ensayos históricos, no novelas. ¿Por qué?
Yo soy de esos escritores que tienen dos personalidades: por una parte, me gusta escribir libros de ficción, y para eso me inspira más mi adolescencia, mis años de experiencia en la vida. Y, para la realidad moderna, estoy más dispuesto a escribir temas históricos o culturales. Ahora estoy preparando libros sobre tres escritores mexicanos que contaron mucho para mí: Juan Rulfo, sor Juana Inés de la Cruz y Luis González y González, que fue mi maestro en Michoacán.
Creo que la ficción no puede ser inspirada inmediatamente en la transcripción de una realidad, de un momento histórico. Así lo siento yo. No podía hablar del mar nomás mirando al mar, necesito acordarme de mis primeras emociones o compartiendo sus experiencias del mar si usted es un capitán o pescador. Voy a tratar de aprovechar las experiencias de los demás. El resultado es una combinación de la verdad y de la invención, en la que espero que la invención no esté demasiado lejos de la verdad.
Usted ha dicho que la “la literatura no puede existir si no está buscando la verdad”. ¿Cuáles son esas verdades que ha buscado —y las que ha encontrado— en su prolífica obra?
Depende de la época. Depende del lector. Depende de lo que uno está buscando en un libro. Pero siempre es un elemento de verdad para uno mismo. El escritor se vuelve una especie de caja de resonancia para los deseos y las preocupaciones y las obsesiones de una cierta civilización. Si se habla de la literatura realista mexicana, el más extraordinario de los escritores modernos es un mexicano: Juan Rulfo, él inició la novela moderna, contemporánea, porque él, a pesar de que escribe situaciones atadas a la circunstancia histórica, a la lucha entre los cristeros y el gobierno central, también sus historias se pueden leer a nivel personal, porque son encuentros de personajes que son diferentes. En la manera en que pueden cooperar uno con el otro, pueden encontrar una solución a la vida cotidiana.
Vivió su infancia en una guerra. El primer sonido que recuerda es una bomba lanzada por los canadienses sobre su casa en Niza. Escribió La guerra, con una de las descripciones más duras y precisas sobre ella. Otra vez hay guerras acechando al mundo. ¿Qué no hemos aprendido?
Es una buena pregunta. Quizás sea por falta de educación. Hay algo que faltó en la transmisión de las experiencias de los ancianos, porque todos los ancianos que han vivido la guerra no pueden aceptar la guerra, es imposible aceptarla. Sí hay una ruptura entre la generación que toma las decisiones —como la de (Vladimir) Putin, que no ha conocido la guerra, apareció después de ella—, y la generación precedente que experimentó la guerra. Es muy curiosa la falta de enseñanza por los hechos de la vida. Encontré a un ucraniano que fue prisionero en las cárceles de Gran Bretaña porque había sido un aliado, como todos los cosacos de Ucrania, de Hitler. Y muchos años después, un señor como Putin utiliza ese ejemplo del patriotismo de los ucranianos, que se valían de un enemigo común para vencer al enemigo supremo, que era el ruso, el enemigo mayor de los ucranianos. Mal cálculo, porque al final se encontró en la cárcel de Gran Bretaña. Es curioso que un ejemplo como este no haya servido para la historia futura. Se repite la historia con los mismos errores, los mismos juicios y los mismos prejuicios.
Su más reciente libro, El amor en Francia, incluye una historia otra vez relacionada con México, sobre la separación de la gente que migra.
¿Y de quién es la culpa? En los años 1850 las fronteras estaban abiertas. El enemigo a veces eran los apaches, enemigos comunes a ambos lados de la frontera. Pero el cierre de fronteras, como se practica hoy, empezó en la época de Kennedy, se empezó a construir la muralla, a cerrar fronteras. Es un error desde el punto de vista humano; no hay posibilidad ni razón para impedir a un ser humano buscar un futuro mejor, un compañero o compañera del otro lado de la frontera. Eso es imposible, insoportable. Y la prueba de eso la dieron los pápagos, que están al lado de la frontera, porque cuando el gobierno de Estados Unidos los invitó a participar en el cierre de la frontera, ellos dijeron: “Ustedes tienen que acordarse que vivimos a ambos lados; ustedes son nuevos, vinieron recientemente; nosotros estamos aquí desde hace muchos siglos y no vamos a cerrar la frontera; es necesario que los animales, las aves todos puedan circular libremente”. Y rechazaron la orden del gobierno estadunidense y la frontera se quedó abierta.
Otro de los cuentos aborda la situación en Palestina. ¿Qué papel a su juicio tiene un escritor ante estos temas?
Es difícil tener una opinión autorizada; no conozco el lugar, no he vivido con su gente. Pero es evidente que la población de la provincia de Gaza está muy maltratada, padece injusticias, encerramiento; (Gaza) parece más una prisión. Y eso no es bueno para la humanidad. Aparte de eso, no puedo hacer un buen comentario al respecto. Yo puedo abordarlo utilizando la ficción. Así que imaginé dos niños árabes de la parte ocupada por Israel, que pasan la frontera porque buscan qué comer. Para ellos es una necesidad para sobrevivir. Pero los niños no son un buen argumento para los políticos, que no se preocupan por el destino de los niños, generalmente. Lo raro es que los críticos que hablaron del cuento mencionaron que eran niños de Líbano, pero no, eran de Palestina, que escaparon a Líbano.
Sus libros hablan sobre las guerras, las epidemias, violencia, migración… Una niña le preguntó si volvería a ser escritor si hoy fuera adolescente. ¿Qué le preocuparía hoy?
Es difícil decirlo. Tendría que conocer mejor a esta generación. Tengo niñas con más o menos la edad de la jovencita que mencionas. Su primera preocupación es resolver tres problemas que les tocan a las mujeres en la actualidad: lograr éxito en su vida sentimental, encontrar una buena pareja, un buen compañero; (segundo) tener un buen papel en la sociedad, buen empleo, dinero; (tercero) respeto a la generación de los padres. ¿Cómo hacer que estos tres puntos coincidan y tengan éxito sentimental, éxito familiar…? Eso es en lo específico de las mujeres; en los hombres no, son más livianos, más olvidadizos. Las mujeres son la buena conciencia de nuestra época; tenemos que darles la confianza, ellas van a encontrar la solución.