Por Félix Cortés Camarillo
Dos de mis autores preferidos, Camus y Brecht, coinciden -palabras más, palabras menos- en que los tiranos no triunfan por sus virtudes, sino por las flaquezas e indiferencia de los que se oponen.
Convicción o emoción. Nunca he ocultado, sino todo lo contrario, mi desprecio fundamental por las encuestas de preferencias electorales, cuya estructura y mecánicas conozco muy bien. Son herramientas para diseñar pronósticos a modo del cliente que paga, para que los votantes ajenos a éste, eviten las urnas electorales porque los supersabios de la estadística ya determinaron quien va a ganar. ¿A qué carambas voy?
Ayer me encontré, en la maraña de las mentiras, datos que pueden ser interesantes, de una de las chingomil compañías encuestadoras sobre información y preferencias del populacho. Además de que yo las considero cercanas a verdad creo que son un presagio de lo que veremos la noche del dos de junio.
Dice la encuesta que solamente el 67 por ciento vio el debate de antenoche, el tercero y menos aburrido de todos. Unos porque no sabían de su existencia, otros porque la política (23%) les vale gorro, y algotros porque no van a votar. En mis personales predicciones ese es el porcentaje de gente que irá a votar, un 67/33. La ecuación no se repite cuando se pregunta por la favorita: 56 por ciento para Xóchitl, 36 para la candidata del presidente López. Ahí ya huelo a simpatías vendidas, y no compro.
Se presume, y yo difiero, que el acto de votar por gobernantes es resultado de un proceso racional y meditado, por el que han pasado todos los argumentos repetidos a saciedad durante las campañas. Luego de evaluar todas las promesas, uno supuestamente vota por quien cree el más confiable o el que pertenece al mejor agrupamiento político.
En realidad, uno vota por personas, por individuos, y nunca -o casi nunca- por partidos políticos, siglas o emblemas. Seríamos todos nazis. Tal vez el mejor ejemplo en Nuevo León sea el triunfo de los últimos tres gobernadores. Rodrigo Medina era un jovencito güero de ojos claros, frente a un viejito pelón; el Bronco era simpático e irreverente y Samuelito era un pirruris de San Pedro que le cargaba la bolsa con bastones a su papá en el campo de golf. Nadie mejor para una sociedad clasista y mojigata. Luego su hijito le iba a ayudar en los negocios de sus despachos legales y fiscales, pero ese es otra historia.
Allá en la capital lejana, la semana pasada el presidente López trató de contener por todos los medios la ola rosa que se le convirtió en tsunami.
Primero convocó a sus porros de la CNTE para que vinieran a ocupar lo que más pudieran del Zócalo previo a la marcha en pro de Xóchitl y Taboada. Y que no se fueran de ahí. Luego ordenó que, como hace siempre, cuando algún indeseable quisiera manifestarse en la Plaza Mayor, no se izara la bandera monumental en el Zócalo el domingo de marras. Para eso es su bandera, faltaba más. Luego le dio órdenes a su gato a cargo de la capital, Martí Batres, para que cerrara todos los accesos viales a la plaza, con cualquier pretexto.
Todo fracasó.
Y no fracasó por el raciocinio de los marchantes rosa sino por su emoción. Las acciones del ser humano no están determinadas por sus sueños, que diría Freud, ni por sus reflejos como afirma Pavlov.
Hay un recóndito sitio de la naturaleza nuestra que se llama sentimientos. A diferencia de los otros animales, gracias a ello somos objeto -nos conducen- de los sentimientos. La compasión, la solidaridad, la ternura, fraternidad o ira incluso. Todas esas formas que tiene la menifestación del amor. Por eso somos animales diferentes y superiores.
Usted dirá a Dios gracias. Yo nada más digo gracias.
(PARA LA MAÑANERA, porque no me dejan entrar sin tapabocas): Para los que se molestan que le llamemos presidente López a Lopitos, a manera de vals del adiós o Las golondrinas: “Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por las ventanas de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en su interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza”, Primeras líneas de la novela El Otoño del Patriarca, Gabriel García Márquez, 1975.