“Me siento una farsante aquí”, dice Paz Alicia Garciadiego (Ciudad de México, 1949), quien es una de las invitadas principales de la Feria del Libro de la Frontera en Ciudad Juárez; publica MILENIO.
En entrevista con MILENIO, la aclamada guionista de películas como El evangelio de las maravillas, La virgen de la lujuria y El diablo entre las piernas asegura que se retira del cine porque el mundo se ha vuelto un lugar horrible, gazmoño y puritano.
No es común verla en una feria del libro, ¿cómo se siente?
Es muy inusual y me siento como fingiendo lo que no soy, aunque pregono que los guionistas somos escritores, pero somos un gremio muy demeritado. Al principio del cine no existían los guiones, eran historias muy cortitas y después fueron como una tabla de deberes y recordatorios, y muy lentamente fue adquiriendo especificidad.
«Pero los estudios han matado a Hollywood, no solo a los guionistas porque ahora son jóvenes ejecutivos, no es gente de cine, y a ellos les importan los éxitos y recurren a las adaptaciones o remakes. Las series de televisión han empezado a ser escritas por equipos que rara vez funcionan, por eso digo que siempre hemos sido maltratados y mal vistos.
¿Cómo es escribir sobre pasiones humanas y lo bello del horror humano?
Es una tendencia innata, está escrito en mi ADN y me encontré, además, fortuitamente con Arturo Ripstein que tiene lo mismo, estábamos predestinados para hacer cosas juntos. Yo no sé si para ser pareja, pero sí para hacer películas juntos y nos gustan las mismas cosas.
¿Por qué sus guiones siempre son historias extrañas, perversas?
En mi caso es que la humanidad está en lo oscuro y lo perverso. Adán se hizo hombre cuando mordió la manzana. Decía Tolstoi, al principio de Ana Karenina, todas las familias son iguales, todas las familias felices son iguales, solamente las familias infelices lo son a su manera particular. Esas historias son las que me permiten hurgar en el alma humana, comunicarme y entenderla, y si no lo son, yo las convierto en eso.
¿Cómo nacen sus historias?
De diferentes maneras. El diablo entre las piernas nació en mi estudio, estaba lloviendo. Tengo una ventana al jardín y estaba muy bonito, los charquitos, y de pronto dije: “Voy a escribir sobre el encierro de una mujer que está en una casa así de bonita y la trama de un hombre que maltrata a su esposa” y se fue desarrollando.
«O La calle de la amargura, sobre dos enanos luchadores. Me fascinaba mucho el caso real y sobre todo la mamá que hace Silvia Pasquel, una actriz muy menospreciada, quien hizo a una madre dolida pero mercantilizada. Así van surgiendo.
¿Le gusta escribir guiones por encargo?
No, y en muy pocas ocasiones me han llamado a escribirlas y no funciona. Yo no hago lo que los productores quieren, no es por rebeldía, y no me salen. Yo doy la cara por todas las cosas que he hecho y no me avergüenzo de ninguna, bueno, salvo una, pero no te voy a decir el nombre.
«Lo hice porque mi papá se estaba muriendo, tenía cáncer y yo necesitaba dinero y cuando firmé el contrato fue el día que se murió mi padre, qué paradoja de la vida. Aquella vez, el presunto director le hizo tantos cambios al guión que le dije “ya no es mío” y no quedó bien, no era mi cine.
¿Es usted voluntariosa?
No, es que yo no sé escribir personajes gratificantes, no me salen. Si Televisa me llamara para sus comedias espantosas fracasarían todas en la taquilla, serían lúgubres, tristes, la protagonista tendría mal aliento, pasarían mil cosas mal y es mi manera de ser.
Usted fue de las primeras guionistas en México y ahora hay muchas mujeres haciendo cine.
Siempre hubo. Yo te voy a decir una cosa, a mí no me importa tener presidenta o ser la primera guionista. Hacer uso y abuso del género de ser mujer como un instrumento para avanzar me parece muy poco justificable y aquí ya me gané el odio de un montón de gente (risas).
¿Es verdad que se ha retirado del cine?
Sí, es verdad. Mira, soy mexicana pero no soy afrodescendiente, ni descendiente de la comunidad tarasca que habla el tarasco preclásico. No uso ser mujer como un arma que justifique todo y no soy de minoría de género. Soy una mujer vieja heterosexual, tengo tres hijas, una nieta. Soy el enemigo perfecto. Ya estoy cansada, en el mundo ha ganado gazmoñería, se ha vuelto un mundo puritano, escandalizable, quejoso.
«Yo prefiero quedarme con la última película (El diablo entre las piernas, 2019). Escribiéndola me di cuenta de que yo estaba ganándome el odio de cierto sector del feminismo cuando la criadita, en vez de defender al personaje de Silvia Pasquel, toma lado por el marido. Eso es crimen a la patria porque la sororidad femenina tiene que prevalecer. Pero los celos del marido y los insultos le ratifican a la protagonista que es hembra deseable, me gusta mucho.
¿Podría dedicarse a escribir libros?
A lo mejor es el camino ahora, pero me siento poca cosa para escribir novelas y cuentos. Me da miedo. Así como me siento perfectamente capaz de escribir un guión de cualquier cosa, la literatura me da miedo. Si fracaso, me van a descubrir la verdadera cara. Me da miedo, pero sí me gustaría.
¿Y el maestro Arturo Ripstein no le pregunta qué va a hacer si usted no escribe sus películas?
El maestro Ripstein también se siente cansado, no es por vejez, es porque el mundo se convirtió en un lugar horrible, gazmoño, puritano y espantoso. Ahorita, El lugar sin límites no podría filmarse porque Manuela es derrotada al final. Ahora tienen que ser enseñanzas positivas; como en el socialismo estalinista, es dar guía a la clase obrera. Lo de hoy es hacer películas rosas, comerciales y también pasa en las series.
¿Es complicado reunir recursos para hacer cine como el suyo?
Es un proceso largo. ¿De dónde saca uno el dinero? Ahora uno va a Imcine pues quiere hacer cine, pero resulta que hay una señorita transgénero de la comunidad mixe que tiene un proyecto y pues va primero. Es un discurso resentido y lo digo adelantándome al lector: sí, es muy resentido. Yo estoy muy harta, no me gusta el mundo que me está tocando.
¿Se arrepiente de algo?
De nada. Yo no me arrepiento. Por supuesto que hay películas mías que me gustan más que otras, pero no me avergüenzo y las volvería a hacer.
Imagen portada: Andrea García | MILENIO