Por Carlos Chavarría
Ante la incertidumbre del futuro, nuestros ancestros no tenían otra alternativa que la especulación. Durante siglos, esta práctica fue la herramienta común para crear una narrativa que coincidiera con sus percepciones. Era así , ya que los métodos para comprender la realidad que los rodeaba no se basaban en evidencias, ni mucho menos en la ciencia, que aún no se había consolidado como la mejor manera de modelar el futuro. Para lo que no se podía predecir, se creaban mitos explicativos o se invocaban fuerzas aún menos comprobables.
En la era del Antropoceno, donde la información abunda, los datos históricos son numerosos y la transmisión del conocimiento es más fácil que nunca, resulta inaceptable que la especulación siga siendo la práctica preferida para formular verdades instantáneas. Estas «verdades» se convierten en un obstáculo para la construcción de futuros alternativos deseables, plausibles, probables y preferibles. La especulación, como una caja oscura creada por diversos actores con intereses propios, en su mayoría ajenos al bien común, nos impide vislumbrar estos futuros alternativos. Cuando no existe información suficiente especulamos para completar la verdad que reduzca la ansiedad originada en la incertidumbre.
Cuando iniciaron las tecnologías de la información a mediados del siglo XX se hablaba de una sociedad futura manejada por datos, que se construiría para cumplir la tan familiar promesa modernista de alcanzar un conocimiento mejorado: datos fuente abundantes, manejados por maquinas imparciales que revelarían las secretas correlaciones que gobiernan nuestros cuerpos y el mundo social.
La realidad que hoy se vive es muy alejada de aquella imparcialidad ofrecida, pues detrás de cada máquina inteligente siempre existe alguien que engrasa sus ruedas para que se mueva en la dirección que intencionalmente se desea, aunque se sacrifique la prometida objetividad tecnológica.
Encabezado típico de los medios de hoy: “…volatilidad financiera mexicana causada por la incertidumbre electoral en relación a las reformas al poder judicial…”. Rumor especulativo: “…pues yo creo que lo mejor será irse para los EEUU antes que esto se ponga peor…”. Voces acercándose al pasado: “…un informe de la ONU afirma que Israel ha cometido crímenes contra la humanidad, incluido el exterminio…”. Sesgo científico: “…la OMS cataloga el talco como producto probablemente cancerígeno…”. La lista es interminable.
La cualidad conjetural de la especulación, que dio lugar a múltiples y conocidos avances científicos, hoy se ha transfigurado en una abierta cultura de la especulación que supera las evidencias científicas, distractora de la necesidad de fijar futuros alternativos dominantes y transformadores de los derroteros actuales que llevamos que no van a ningún lado.
La pandemia de COVID y su manejo fue un doloroso ejemplo de las consecuencias de privilegiar la especulación francamente anticientífica, la fantaciencia y política sucia. En lugar de actuar conforme los riesgos ante la incertidumbre que el COVID causó, se lanzaron las voces que ofrecían verdades alternas sin sustento.
Todos fuimos cándidos resonantes de la especulación, desde Trump que recomendaba el cloro, hasta los que sugerían no hacer nada y esperar que murieran los que debían esperando la inmunidad de rebaño, pasando por tomar medicinas para los piojos y otras políticas sin sentido.
En la era actual, una de las prácticas especulativas más peligrosas es la manipulación de datos, cálculos y gráficos para impulsar un pensamiento extrapolativo a través de modelos pseudopredictivos. Estos modelos, diseñados para afirmar una «verdad» deseable para ciertos actores económicos y sociales, distan mucho del bien común.
Esta manipulación convierte la especulación en una abstracción engañosa, y las personas son manipuladas para aceptar una «verdad» inexistente que las lleva a la parálisis reflexiva o a tomar decisiones precipitadas o vacías frente a amenazas supuestas. Un ejemplo de ello es la percepción errónea entre algunos electores estadounidenses de que Biden es incapaz e incompetente para gobernar, a pesar de ser solo tres años mayor que Trump.
La inducción de acciones mediante la especulación organizada ha acompañado a la humanidad desde la Edad Media, cuando surgió la Modernidad en su versión mas simple, la del cambio determinado desde las fuentes que mas parecieran bien intencionadas y coincidentes con la sola intuición popular sin rigor alguno. Las Cruzadas por ejemplo en realidad fueron campañas organizadas sobre la base de “recuperar los santos lugares, cuando en realidad fue el saqueo su objetivo para mantener el poder de las ciudades-Estado del Mediterráneo europeo.
En la «nueva modernidad», la especulación y la incertidumbre se erigen como mecanismos dominantes, reduciendo el futuro y sus cambios a un mero juego de simulación de escenarios. Guiados por intereses globales, estos escenarios inspiran el temor a transgredirlos, perpetuando el statu quo a pesar de las evidencias de deterioro. En resumidas cuentas: especulación sin pensamiento crítico.
Sin embargo, el pensamiento especulativo posee un valor intrínseco e insustituible en el análisis de problemas. Su capacidad para generar conocimiento auténtico a través del intelecto puede situarnos en el núcleo de la ciencia. Alcanzar el éxito en esta tarea no es sencillo, requiriendo audacia y la disposición a arriesgarse por la innovación disruptiva.
A diferencia del enfoque empírico, basado en la observación y experimentación, el método especulativo emplea la intuición y el pensamiento abstracto como herramientas principales. También se distingue del razonamiento deductivo, donde las premisas se consideran verdades absolutas para derivar conclusiones lógicas. Este método busca expandir nuestro entendimiento al considerar posibilidades más allá de lo evidente.
Con la elección de hegemonías que esta ocurriendo en el mundo, estamos por un empezar un nuevo ciclo de nuestra historia cuyos defectos no deben repetirse so pena de perder la oportunidad de autodeterminar nuestro nuevo modelo de futuro profundo.