El cineasta Krzysztof Zanussi ha explorado la relación entre ciencia, filosofía y espiritualidad desde su primer filme, La estructura de cristal (1969), hasta los recientes Éter (2018) y La cifra perfecta (2022); publica MILENIO.
Físico, políglota, católico, múltiple ganador de premios en festivales internacionales como Venecia, Zanussi (Varsovia, 1939) sostiene que desde el siglo pasado las ciencias han monopolizado la verdad, pero, la verdad es más compleja, tiene otra parte a la que sólo se puede penetrar con el alma humana.
“La ciencia y la fe tienen mucho en común”, sostiene el director de clásicos como Persona non grata, La vida como una enfermedad mortal, Iluminación, Imperativo, De un país lejano o Sol negro.
En vísperas de su cumpleaños 85 el pasado 17 de junio, invitó a su casa vía Zoom a Laberinto para una entrevista exclusiva a propósito de su película debut que abrió la Tercera Semana de Cine Polaco en Cineteca Nacional, dedicada a óperas primas y organizada por la fundación Homo Viator, Ela Films y la Secretaría de Cultura y Patrimonio Nacional de Polonia del Fondo para la Promoción de la Cultura.
Acompañado por Ela Chrzanowska, Zanussi habla desde su estudio sobre su amigo Juan Pablo II, del deseo de volver a México, que visitó hace décadas cuando presentó en la Cineteca La estructura de cristal y conoció a Nelson Carro, hoy director de Difusión y Programación de la institución y su fan número uno.
Zanussi recuerda a su colega y amigo Krzysztof Kieślowski y a Agnieszka Holland, su ex asistente de iluminación y a quien le produjo dos de sus filmes, entre ellos Pokot (Rastro, 2017), adaptación de Sobre los huesos de los muertos (Océano, 2015), libro de la Nobel de Literatura 2018, Olga Tokarczuk.
Director por más de 30 años de los legendarios estudios fílmicos polacos TOR, el cineasta, productor y catedrático de la Universidad de Silesia, defiende que desde medio siglo atrás sigue haciendo cine de autor (casi todos sus filmes están en MUBI con subtítulos), como Éter, su versión del mito de Fausto, o La cifra perfecta, sobre peligros y triunfos de la ciencia. Aunque no sea fácil de ver, pero así nos gusta.
Usted es políglota. ¿Concibió al lenguaje del cine como otro idioma para sus ideas?
Sí. Es un idioma muy universal, el idioma audiovisual. La forma del cine puede ser ya consumada, pero hay otras perspectivas: la narración es un fundamento de la humanidad, porque todos los animales se comunican entre ellos, pero no se comunican con el pasado y no pueden proyectar el futuro. La narrativa es una característica de la humanidad, no podemos vivir sin la narrativa; se puede pensar la vida sin pintura, sin música, pero, sin narrativa, el desarrollo no es posible.
¿Qué piensa entonces de que en este siglo XXI se privilegie la imagen sobre el contenido?
La imagen siempre tiene un contenido. Puede ser profundo, unido con sabiduría, pero también puede ser una estupidez, por ejemplo las imágenes de algunas series (de televisión). Esa es mi preocupación: el contenido. La técnica se desarrolla con gran éxito, pero no es suficiente.
Cuando comenzó a hacer cine ¿se lo planteó como una misión (en el sentido religioso)?
Sí, pero como misión general. Porque la memoria de la experiencia de las generaciones pasadas sirve al desarrollo de las generaciones futuras, esto es algo específico del hombre, de la humanidad. El cine pasa la experiencia de nuestros abuelos, de nuestros vecinos, de otra ciudad o país o continente. Y podemos estudiar las experiencias de los otros, esa es la misión del narrador. El cine es el narrador dominante hoy.
¿La física y la filosofía fueron insuficientes en su búsqueda estética y ética y por eso recurrió al cine?
La física fue un amor no correspondido; siempre he estado enamorado de la física, pero la física no se enamoró de mí. Es mi gran decepción al inicio de mis estudios. Y la filosofía está siempre basada en la palabra, eso no es suficiente. Para mí, la comunicación a través de las imágenes es más rica y más precisa. Si veo la cara, entiendo el mensaje mucho más que leyendo palabras. Por eso he elegido el cine. Y después de 60 años de hacer cine, pienso que he elegido bien, porque encuentro siempre alegría trabajando en el cine, presentando las historias que el cine puede observar, transformar y expresar.
Tenía la impresión que, en sus primeras películas, con personajes que son matemáticos, físicos, profesores, usted buscaba algo más profundo a través de la imagen: el alma, lo abstracto, lo metafísico.
Continuo con lo mismo, porque mi última película habla del alma, de la metafísica y de las matemáticas, porque están juntas. La ciencia y la fe tienen mucho en común.
La estructura de cristal (1969) abrió la Semana de Cine Polaco en Cineteca. Y después de volverla a ver me recordó mucho Jules et Jim (1962) ¿Lo influyó François Truffaut?
Sí, pero es sólo uno de los motivos en esta historia. La construcción de un triángulo, de tres personas en la relación emotiva, es muy general en la historia de la narrativa europea, en particular. Esto lo mantengo en otras películas también. Estoy muy contento que vieron mi película en México. Fue una de las que tuvo los primeros premios en el continente americano, en Argentina, en Mar del Plata. Desde esa primera visita a Mar del Plata, continuó mis contactos con los espectadores en América y México. Para mí es un privilegio, una gran alegría, encontrar a gente que se interesa por la dimensión espiritual.
Ha dicho que tres de sus directores favoritos son Bergman, Bresson y Buñuel. Los dos primeros están muy presentes en su cine. ¿Pero dónde quedó Buñuel? ¿Cómo lo asumió su cine?
Cuando tuve la oportunidad de descubrir Viridiana, esa paradoja del hombre que quiere perfeccionar, mejorar el mundo, y es una desilusión, con resultados son mínimos. Esa imagen del perro que corre detrás de la carreta, esa es para mí una imagen que expresa un fracaso del hombre en su esfuerzo para mejorar el mundo, para hacerlo más perfecto. Y las últimas películas de Buñuel también me han parecido muy interesantes, igual que me han parecido muy válidas las de su periodo español.
En Imperativo, su personaje, que ronda entre existencialismo y romanticismo, se pregunta si es libre. ¿Cómo se formuló usted esa pregunta viviendo como cineasta en Polonia?
He vivido muchos años en el régimen comunista donde la libertad de la creación fue muy acotada por la censura, por limitaciones ideológicas. Ahora tenemos otras limitaciones, orgánicas, naturales, porque el cine cuesta mucho. El control del capital es muy profundo y radical, pero tenía muy buena suerte para realizar películas difíciles, con financiamientos públicos y aun privados. Con coproducciones es más fácil hoy, tenemos más contactos con otros países, porque en el que se hace llamar “mundo libre” los contactos son más fáciles que antes.
¿Y cómo ha cambiado en usted su postura como cineasta respecto de la ciencia desde La estructura de cristal hasta Éter y La cifra perfecta?
Pienso que es la continuación. No creo que haya cambiado mi postura en mi larga vida. Pienso lo mismo: la ciencia es un gran instrumento para el desarrollo, pero también para la autodestrucción de la especie humana. En La cifra perfecta, la ciencia llega a su límite y después se abre el mundo espiritual, el mundo del alma, una realidad también válida. La ciencia desde el siglo pasado ha monopolizado la verdad, y la verdad es más compleja; la ciencia tiene acceso solo a parte de la verdad, hay otra verdad sobre el mundo que no se puede penetrar con la ciencia, pero sí con el alma, con la fuerza del alma.
¿Su cine apela a la espiritualidad o a la religión?
Seguramente. Sobre todo a la espiritualidad. Pero la religión es un segundo paso. Al inicio, la persona que busca la verdad hace las preguntas sobre si existe Algo o no; después, viene la revelación y viene la religión. Pero, al inicio, tenemos que descubrir este interés en la pregunta principal: ¿Existe o no existe Dios? ¿Existe o no existe la fuerza mayor que dirige el mundo?
Respecto de esta espiritualidad, ¿qué piensa del ascenso de la ultraderecha, del regreso de partidos neonazis en Europa? ¿Cómo lleva esto a su cine?
Esa es una pregunta a los críticos que miran mi cine, que pueden interpretar mis intenciones más objetivamente. Seguramente esos problemas tienen un gran peso, me interesan mucho, me inquietan profundamente. Pero, pienso que la confusión es muy profunda. Hay un teólogo checo, de Praga, el profesor (Tomáš) Halík, que habla que la indiferencia metafísica del hombre de hoy está basada sobre la riqueza, sobre el hecho de que tenemos bastante comida, que no tenemos el miedo metafísico habiendo una comida suficiente. Esto es un peligro de nuestro éxito, que no tenemos más hambre, pero no tenemos tampoco el miedo, que es necesario para ser realistas, para entender la condición humana, que es la condición que siempre está ligada con el peligro de la destrucción.
Fue amigo y colaboró con el papa Juan Pablo II. ¿Cómo fue su relación?
El cine habla de la vida y de la religión también. Con Juan Pablo II tuve la oportunidad de conocerlo cuando fue obispo de Cracovia, en una casa de un amigo. Y recuerdo mi gran sorpresa, cuando ese sacerdote totalmente desconocido —y yo un estudiante sin ninguna importancia— habló conmigo con una gran atención. Esta atención es una cosa rara, porque muchos políticos, muchas personas públicas hacen las preguntas, pero no les interesan las respuestas cuando les contestamos. Él tenía estos principios: que en cierto momento buscaba todo el contacto con su interlocutor. Esta es la primera cosa que observé. Durante muchos años tuvimos contacto, muchas veces hablamos. Y esa era su fuerza.
También sus nexos con el teatro. Porque el teatro es una base de su intuición de que el mundo y la vida son dramáticos. El mundo de hoy niega el dramatismo, ese es un gran error porque la realidad es dramática. Sus decisiones personales varias veces me han parecido un poco como el teatro. El cardenal (Angelo) Sodano tenía la fisicalidad de un senador romano y fue elegido como secretario de Estado del Vaticano, probablemente fue un error, pero un error debido al teatro, porque las apariencias engañan y dominan nuestra percepción. Esas son cosas que puedo decir de Juan Pablo II. Después de muchos años de observar pienso bastante objetivamente. Cometió errores, pero no pecados. Pecado es con mala voluntad; error es eso, un error. Él no podía estar seguro de las acusaciones contra varias personas que no sean verificadas. Muchas veces, como el teatro las apariencias fueron positivas. Pero no veo ningún momento para acusarlo de ser hipócrita, eso no es verdad, la hipocresía es un pecado, no un error.
En México se quiere mucho al cine polaco. Usted produjo uno de los filmes más recientes de Agnieska Holland, Pokot, basado en la novela de la Nobel polaca Olga Tokarczuk. También trabajó con Kieślowski, que es un ídolo en México. ¿Qué me puede decir de ellos y su relación?
Tenemos la obsesión de la continuación. Agnieska Holland fue mi asistente de iluminación; después, he producido dos de sus películas. Con Kieslowski fuimos amigos y colegas de la escuela de cine y después del estudio de producción estatal que dirigido por más de 30 años, Tor. Kieslowski trabajamos mucho juntos, fuimos muy amigos personales, con las familias. Su muerte fue una gran pérdida.
Es profesor universitario. ¿Cómo ve las nuevas generaciones de cineastas polacos?
Todos mis estudiantes permanecen independientes, autónomos. No quiero crear la continuación de mi trabajo; no es necesario, porque cada artista puede buscar su camino. Pero, veo que los jóvenes tienen solo la experiencia de la vida privada, familiar, personal, y menos entienden una preocupación sobre el futuro de la humanidad, el futuro de la técnica, sobre la inteligencia artificial, no entienden que esa es la nueva prospectiva. Y por eso muchas veces vengo a iniciar esos temas, no siempre con éxito.
Después de más de medio siglo de hacer cine ¿cuál ha sido su mayor su deseo como cineasta?
Es una gran fortuna. La desocupación es un estado natural del artista, el trabajo es una gracia que encontramos solamente. Desde esta perspectiva, me ha parecido que mi vida es muy afortunada porque he tenido muchas oportunidades de trabajar. Todas las películas que he rodado son de autor, difíciles y serias. Esa es una gran fortuna: poder trabajar más de 50 años haciendo las películas no comerciales; no muy populares, pero sí películas exigentes, en las que la colaboración con el público, con el espectador, es necesaria, porque esas películas no son muy fáciles de ver, porque el contenido no es muy fácil.
Que no sean fáciles es lo que nos gusta. Ojalá pronto regrese a México y traiga sus más recientes películas.
Estoy listo para ese viaje, aunque sea muy fatigoso. Pero, para encontrarme con el público, puedo viajar siempre. Estoy listo para México. Y con mi última película, La cifra perfecta, una película válida sobre los peligros de la ciencia y sobre sus triunfos, porque nuestro mundo está todo formado en las ciencias. Y las ciencias, en la universidad. La universidad tiene sus raíces en el judeocristianismo, otras religiones no han formado una estructura similar como las universidades europeas de tradición cristiana, con la garantía de la libertad de búsqueda, una cosa muy rara en la historia de la humanidad.
Muy feliz cumpleaños.
Muchas gracias. 85 años es una cifra muy alta.
Imagen portada: Cortesía | MILENIO