Mauricio García Lozano confiesa que Todas las noches de un día, de Alberto Conejero, es uno de los montajes que más trabajo le han costado a pesar de tratarse de una obra corta y con sólo dos personajes; publica MILENIO.
“Como director de escena no está tan fácil. Es una obra que si te pasas tantito, se pasa de cursi, o se pasa de intensa; pero, si te quedas abajo no pasa, se queda ahí adentro. Lo que hemos estado haciendo es buscar que el montaje corresponda al cariño y al cuidado que tiene Alberto Conejero a sus fuentes, que homenajea, y a sus personajes. Él, desenfadadamente, la cataloga como ‘poema escénico’.
“Y tiene que ver con las alegorías que existen, con las metáforas que están ahí, pero también con que considera a sus personajes versos que tienen la posibilidad de construir estrofas, de convertirse en poemas, por lo que hacen, dicen, por lo que les pasa o por lo que provocan entre sí”, dice el director sobre este drama expuesto con recuerdos y producido por las compañías: Magnifico Entertainment y Teatro del Farfullero; escenografía, iluminación y vestuario de Ingrid SAC y sonido de Pablo Chemor.
Mauricio Pimentel interpreta a Samuel, un jardinero enamorado que en su propia vida siembra la vida de Silvia (Samantha Coronel), una solterona abandonada por su prometido, cuya vida recuerda la última época de Marilyn Monroe, en la que salía a ofrecer sexo a cualquier desconocido en la calle.
La tragedia de Silvia encierra en su desenfreno un silencioso caso de abuso fraterno que rompió la vida de la protagonista. Samuel, tras años de la presunta desaparición de su patrona, debe rendir cuentas al policía anónimo que lo interroga, un público al que el jardinero responde como ante un agente judicial.
El “poema escénico”, como lo llama su autor, rinde homenaje a muchos fuentes no sólo del teatro, desde Anton Chéjov hasta Edgar Allan Poe; mezcla géneros, desde el thriller hasta el melodrama, y movimientos literarios, del romanticismo al gótico, para llevar al escenario del Foro Shakespeare otra pieza del dramaturgo andaluz, del que ya se vio Leonora (oratorio sonámbulo por tierras de España).
Ahí pueden estar las Narraciones extraordinarias de Poe o los cuentos fantásticos de Henry James o alguna película de Alejandro Amenábar o de M. Night Shyamalan, conviviendo con La señorita Julia.
“Están Poe, García Lorca, Chejov, Strindberg. Híjole, sí. Conejero es un autor que abreva mucho de la literatura con bastante libertad, la libertad del poeta, de quien se deja inspirar y regresa con su pluma a construir un universo pero que le debe a todas esas fuentes y que no le da ninguna pena, al contrario, las homenajea”, dice el director sobre la obra que estrenó temporada del 12 de julio al 1 de septiembre.
—¿Cómo se planteó llevar toda esa riqueza al escenario?
El montaje es complicado. Te diría que es de los que más trabajo me ha costado. Y es chiquito, delicado. De repente, hace uno cosas grandototas, que no me dan tantos nervios como ésta, porque ésta trae un cuidado específico en todo. Si decidimos que esta orquídea fuera amarilla y no roja o dónde íbamos a poner el cactus. Y los elementos con los que estamos jugando, qué poder simbólico tienen.
“Estamos jugando con la memoria dislocada y, por tanto, tenemos una sensación de que esto ya lo vimos y lo volvimos a ver. Jugamos con una percepción cíclica en el espectador mientras la obra avanza en distintos tiempos, nunca sabemos en qué tiempo está, fuera del interrogatorio, que tampoco sabemos si ya fue o va a ser. Ha sido como buscar acompañar la voluntad de Alberto en el montaje”.
—Jardinero no sólo rima con sepulturero, sino que en ambos oficios se trabaja con la tierra, sólo que en uno se siembran flores y en otro muertos, en uno lo sembrado sube y en el otro desciende. ¿Cómo fue llevando esas paradojas en la obra?
Ah, qué padre. Qué fuerte. Nunca lo había pensado, pero me encanta lo que dices. Espectadores sensibles serán capaces de encontrar muchas más paradojas de las que nosotros hemos encontrado. Pienso que la obra artística lo que propone es un punto de partida para múltiples lecturas. Y si la obra está hecha desde el corazón y con profesionalismo y entrega, de pronto puede generar eso. A mí no se me habría ocurrido jamás lo que acabas de decir. Y ahora que me lo dices, salta a la vista, y yo no lo había procesado, creo que una de las paradojas más potentes de esta obra tiene que ver obviamente con la lucha entre la vida y la muerte, y cómo lo muerto puede estar intensamente vivo y viceversa.
—Y cómo lo vivo, en realidad, se está pudriendo, está en proceso de descomposición.
Así es, cómo lo vivo se está pudriendo. Lo ves a todos los niveles, en la metáfora del espacio, del continente donde ocurre la obra, pero también en los personajes, en lo que son y en lo que habitan, estas complejidades o contradicciones que habitan en ellos. Y quizás por eso la obra se vuelve hasta cierto punto frustrante y dolorosa porque uno quisiera en cierto momento que el jardinero pudiera efectivamente plantar y que la flor floreciera y que ella se lo permitiera. Pero a veces el jardinero lo que quiere es enterrar y a veces ella, a pesar de estar bien plantada, no quiere florecer.
—El monólogo final de Silvia es magnífico y da respuesta en el drama.
Así es. Sí, ahí se resuelve. Es una obra que se mueve hacia allá. Alberto en el fondo está buscando como ese clímax donde se revela el thriller, que se esclarece en la última escena, pero entender qué es lo que ella trae, y ponerlo en un monólogo clásico, extenso, es un gusto que él se dio. Y cuando te llega así de bien escrito es un gusto para quienes dirigimos y, obviamente, para quienes lo interpretan.
—Para lograrlo necesitaba actores como Samantha y Mauricio (cuyos apellidos por azar riman).
Me parece que hay algo como muy liberador al poder llegar hasta allá con Samantha y Mauricio, porque ellos dos son actores de teatro, con una generación de por medio. Lo interesante fue buscar el casting opuesto; normalmente, ella tendría que ser mayor que él, y él mucho más joven, porque así ocurre en la historia, él llega muy jovencito a la casa de esta solterona.
“Pero como es una obra que trata de la memoria dislocada donde el tiempo ya pasó, o pasó por uno pero por la otra no, me gustó la idea de juntarlos con sus dos experiencias tan diversas. Samantha tiene mucha experiencia, pero no tanta, es muchísimo más joven que Mau. Lo que sí tienen y comparten los dos es una vocación brutal por el teatro a pesar de que actúan en otras plataformas, cine, tele, etcétera. Y un compromiso increíble. Una obra como esta se necesita muchísimo compromiso, entrega total”.
—Hay también un conflicto de clase muy fuerte plantado literalmente y metafóricamente en Todas las noches de un día. Ella es la flor, la clase alta; y él, la tierra donde está sembrada. Ella es orquídea, que se marchita, y él es el cactus, que resiste.
Total. Hay un discurso político fuerte. Esa fue de las lecturas que más le interesaron a Mauricio (Pimentel): el discurso social. También trae una cuestión de un mundo que existe encerrado en sí mismo, pero que está siendo amenazado por la urbanización; este último oasis o reducto de paz está ya siendo absorbido por la urbe, y este espacio donde la poesía existe, muy pronto va a ser desgarrado por las máquinas, que es lo que se siente al final, por eso pide parar las máquinas para resolver el poema.
“Pero claramente hay un discurso de clases: ella es fifisísima, lo ha tenido todo, pero está quebradísima; y él está en la tierra, como bien dices, pero tiene la posibilidad de hacerla florecer. En ese sentido hay un discurso muy bello de complementaridad de clases, que todos lo hemos vivido. En México lo hemos vivido al interior de nuestras casas. Yo crecí con una trabajadora doméstica que me crió como si fuera mi madre y que me hizo florecer de muchas maneras; aunque nuestras clases sociales no coincidieran, la relación familiar no puede ser más profunda. Eso se ve de manera muy clara aquí, en su encuentro y en su conflicto”.
—Las escenas finales me recordaron mucho cuentos de Poe, como
“El corazón delator”.
Total. Ahí está y está pulsando todo el tiempo y siempre estuvo aquí.
—¿Qué quiso destacar más en esta obra: la complicidad del amor o la complicidad en la muerte?
El equilibrio entre ambas. Incluso yo me iría hacia donde a ti te gusta, a la paradoja. Es decir, ahí, en la complicidad del amor y la muerte, es donde puede surgir el poema.
Imagen portada: Ignacio Ponce | MILENIO