Por Carlos Díaz Barriga
Al amanecer en la plancha del Zócalo lo único que suena ―además del raspado de las escobas de vara― es una rara balada hoy desconocida, Gotas de fuego, de los inicios de José José, cuya poderosa voz se sale de la bocina de un señor de avanzada edad que está armando su carrito para bolear zapatos en los Portales de Mercaderes. Se oye hasta la bandera, a media asta como todos los diecisietes de julio, por disposición oficial, en memoria del general Álvaro Obregón al conmemorarse la fecha de su asesinato.
Dentro de Palacio, un imponente guardia militar bosteza debajo de un enorme árbol colorín. Puede dar testimonio de que existe un régimen de tolerancia. En el salón Tesorería hoy no hay música. Veinticinco minutos de solemnidad. Falta ambiente. Al fin aparece el Presidente de la República por la puerta que está al frente de lado derecho. Directo al atril. Un minuto después entra se incorpora Elizabeth García Vilchis para su sección semanal de ‘Quién es quién en las mentiras’, y Luisa María Alcalde, secretaria de Gobernación. El Presidente se arranca con machucones y topes y sombrerazos a los medios de comunicación “con honrosas excepciones”. Y se acuerda de cuando Jacobo Zabludovsky le hizo su primera entrevista para la televisión allá por 1995, “pero grabada y la pasó como si fuese en vivo”. Luego, recuerdo grato: “lo que son las cosas, se va a Radio Centro, y hay una etapa de periodismo del licenciado Zabludovsky, de primera, él busca reivindicarse, y tenemos nosotros que agradecerle mucho porque era de los pocos, después, que nos daba espacio”.
Luisa María argumenta jurídicamente el tema de la sobrerrepresentación de los partidos oficialistas en el próximo Congreso, y ofrece con estilo: “Sería bueno también escuchar a la academia, qué dicen los constitucionalistas respecto a qué dice nuestro texto constitucional y cómo debería ser interpretado”. El Presidente ratifica: “sería bueno escuchar a Valadés, a Carvajal, a todos esos sabiondos constitucionalistas, que cuando se trata de estos asuntos, que son muy evidentes, se quedan callados”. Y habla entre líneas, que no todo mundo cacha al momento, de una posibilidad, como posibilidad: “Si no se avanza porque son intereses creados muy prepotentes, pues nosotros cumplimos, ya nos vamos, pero hacia adelante la historia no nos va a juzgar, que no hicimos lo que correspondía”. Del libro que anunció ayer su esposa Beatriz Gutiérrez Müller, “ya voy por la mitad… es un buen libro. Ella se dedica a la investigación, es inteligente; para decirlo coloquialmente, no de manera acartonada, es ñoña”. No sobran los avisos parroquiales: “voy a testar, es decir, voy a tachar nombres, pero sí voy a dar a conocer algunos casos de cómo el Poder Judicial tiene desde hace meses retenidas audiencias y resoluciones sobre el pago de impuestos de grandes corporaciones. No les va a gustar, pero es dinero del pueblo”. Para despedirnos, un par de sugerencias: «Al carajo con el racismo. Eso es un absurdo, no hay razas, eso es un atraso… cuando vean a un clasista, a un racista, si viene caminando en una acera, cámbiense». Cuando ya se está yendo, le preguntan por Carlos Ahumada. Too late.
Afuera, en la puerta de enfrente, dos trabajadores en andamio pintan el Antiguo Palacio del Arzobispado. Ya hace sol. Se seca rápido el color terracota. En la plaza, buena postal. Tomo la foto. Pirámide maya pasajera, bandera ―a media asta― y al fondo la Catedral. Un teporocho semidesnudo que pasa por ahí, pone la firma de la casa. Grita una y otra y otra vez: “¡Viva México, cabrones!”.
@diazbarriga1