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Por José Francisco Villarreal

Por prescripción médica estoy evitando caer en el vicio (léase, “deformación profesional”) de dedicarle mucho tiempo a la información noticiosa. Entiendo la orden, porque envejecer es un trabajo demandante y de tiempo completo. Si bien no tengo limitaciones intelectuales, todavía no, ahora necesito utilizar todo mi sistema operativo para enfrentar, evadir, superar, retos que en otro tiempo no representaban más de un par de minutos de estupor. Dedicarle mucho tiempo a la información noticiosa tal como nos la recetan no me suma puntos y sí me resta salud. Valdría si me dedicara a eso como periodista o analista, o bien fuera un “grillo” político estridulando en plena canícula. No hay noticia que represente la solución a un problema. Es un cuento de nunca acabar. La progresión geométrica de la angustia. Hasta la más positiva implica el germen de un nuevo problema, y sólo para empezar.

Ante el llamativo titular, nos gancha el interés por la nota desarrollada. Pero si somos responsables, después de la lectura completa hay que volver sobre toda la nota una vez más, o sobre párrafos específicos. Lo que sigue es obligado para un profesional de la información y recomendable para un consumidor, pero podría omitirse si el medio de comunicación es confiable. Viene, sí o sí, la revisión de antecedentes, contexto, inconsistencias, connotaciones, consecuencias, tanto en los datos como en los voceros. No es necesario ser un profesional, después de todo en el fondo toda noticia es un chisme; basta con tener buena memoria, ser un poco paranoico y tener tiempo. Ni una sola nota queda incólume; tras ese ejercicio incluso la información encontrada con frecuencia contradice la nota original. En esta revisión noticiosa no hay “datos duros”, todo depende del impacto en la cabeza a la que van dirigidos.

En los seis años que van contando en este régimen obradorista, la mayor omisión del periodismo, el análisis y la comunicación, ha sido precisamente la evaluación rigurosa de la información que pretende emitirse.

Una omisión deliberada con un objetivo tan mal planificado que reluce tentador en el prohibido Árbol de la Obviedad. En este paraíso de la manipulación, muchas serpientes “emplumadas” nos ofrecieron ese fruto, pero la mayoría no se lo tragó. Fue mal cálculo suponer que los medios pontifican con infalibilidad. Los heresiarcas de los medios alternativos despojaron del báculo episcopal y la tiara a los medios corporativos. El Gran Cisma de Occidente se ve minúsculo frente al Gran Cisma Mediático actual. 

No sé si Sergio Sarmiento fue el primero en señalar esta crisis, a partir de una investigación divulgada por Reuters. El hecho: cae credibilidad de los medios de comunicación, especialmente en México. Sarmiento no fue el primero en culpar a don Andrés. En esto y en cualquier desastre, real o falso, el speach normal de los que ahora dicen ser “oposición” ha sido culparlo. A veces con razón, las más sin ella. A mí Sergio Sarmiento me ha enseñado mucho; me ha enseñado mucho a desconfiar de él. Y así otros tantos, desde instituciones y empresas, hasta comunicadores y analistas. Durante los recientes seis años he ampliado tanto la lista de embusteros mediáticos que he pensado usar el método de Linneo para clasificarlos. No lo hago porque me da pereza desempolvar mi latín. No hay que esforzarse mucho para entender que don Andrés no causó esta crisis, o que su lenta y socarrona oratoria no es capaz de inducir el voto en 36 millones de electores. Entonces, ¿quién causó este “cisma”? 

Antes que un informe cotidiano, las mañaneras han sido una reacción en defensa propia. El volumen y densidad informativa contra don Andrés específicamente han sido abrumadores. Los espacios para la réplica han sido tacaños, cuando no relegados al equivalente gráfico de la “letra chiquita”. En las mañaneras se contrastó la información emitida desde actores políticos y sus replicantes mediáticos frente a la información oficial en voz del titular del Poder Ejecutivo. Esto por sí mismo no es suficiente, pero da al público un elemento adicional para la certidumbre informativa. A fuerza de repetir sistemáticamente el procedimiento, se enseña un método básico para evaluar la información. La fuente falsaria, puesta al descubierto, no tuvo otra salida que sistematizar una respuesta absurda: asesinar al criterio infectando confusión. En ese caos todo es posible. Mentir para imponer certezas imposibles, por ejemplo.

¿Cuál fue el evangelio de los heresiarcas de la noticia contra el cónclave de medios institucionales? Creo que desde las plataformas alternativas, básicamente redes sociales, se ofrecieron los elementos del análisis  que no tenía la información difundida convencionalmente. Desde el caos cibernético, la información recibió su dosis homeopática que señalaba antecedentes, daba contexto, apuntaba inconsistencias, discernía connotaciones, adelantaba consecuencias. Desde diferentes espacios más o menos serios, más o menos críticos, más o menos profesionales, se difundieron esos elementos, cada comunicador alternativo añadía lo que podía o lo que sabía. No era desestimar sin fundamentos la información original sino aportar datos para su mejor análisis. Un trabajo que debió hacerse antes, en las mesas de redacción y en los solitarios escritorios de los analistas. El resultado fue la exposición de información falsa, lo que ya sería reprobable de por sí. Pero lo más importante fue que se adiestró al consumidor de noticias en un método de análisis, salvaje pero método al fin. Además se evidenció que la difusión de información falsa no era accidental ni irresponsable, sino deshonesta.

La información como arma política de intereses económicos, ese “nado sincronizado” en los medios convencionales, acabó por ser inútil.

Todavía puede rescatarse como disciplina olímpica al menos como ejemplo de coordinación, aunque todo el medallero olímpico de París no será suficiente para enmendar el despilfarro millonario de recursos invertidos en esta estrategia tan sólo durante el pasado proceso electoral mexicano.

No es que la gente no crea en los medios porque le crea más a don Andrés; no cree en los medios porque mienten. Así de simple. Además, el público posee un elemento más para evaluar la noticia: la experiencia directa. Hasta la más abstracta información tiene impacto en la vida cotidiana, porque la política es, o debería ser, una disciplina dirigida hacia el bien común. En la correspondencia entre la administración pública y el bienestar social, hasta el ciudadano más ignorante puede discernir entre lo cierto y lo falso. Y tiene todo el derecho a tolerar o rechazar los matices en la noticia. Al parecer, contra todo pronóstico, los ciudadanos no sólo afirmaron la ruta del régimen que desean, también eligieron a voceros, así como exigen elegir a magistrados, jueces y ministros.

En estos recientes seis años es cierto que los ciudadanos se politizaron, pero no por aceptar sumisamente una ideología dictada desde Palacio Nacional. La politización llegó con el descubrimiento de mecanismos para depurar la información. No en balde, desde las vocerías fatuas de la comentocracia, se han lanzado ataques directos contra los comunicadores alternativos más destacados y mejor organizados. Denise Dresser, por ejemplo, no ha sido omisa en su rabioso repudio. Por supuesto, la caída de un sistema de comunicación marca también su obsolescencia. No puede recuperarse ni regresar a sus viejas glorias de impunidad, montajes y chayoteo. Pero como la comunicación es el arma favorita de oligarcas y partidos, y si no se puede confiar en un arma que dispara salvas, lo que sigue es minar a los medios alternativos. Y esto no se puede hacer más que de una sola forma: aplastando la libertad de expresión. Algo tan contradictorio e incluso más peligroso que la ministra Piña rogando por la independencia del Poder Judicial Mexicano, ¡en Estados Unidos! 

El Gran Cisma Mediático es un hecho irreversible. La batalla será feroz. Los propios medios alternativos enfrentan la necesidad de una recomposición y nuevos esquemas para ampliar su alcance. El que la gente les crea a ellos y no a los medios convencionales, ya es un buen inicio. Para esa coalición de poderes fácticos y rescoldos partidistas a la que llaman “oposición”, luchar contra esta nueva forma de comunicación es abrir un nuevo frente en sus cotidianas hostilidades, y esto no es bueno para un ejército con tan mediocres generales. E insisto: no pueden hacerlo sin arrollar antes a la libertad de expresión, algo que ya han demostrado que no les importa y que los pinta de cuerpo entero. Sin duda que esto se pondrá cada vez más divertido. Aunque me apena que, a menos que el médico me levante las restricciones, no pueda estar más atento a este baile, que es el único que sé bailar hasta calabaceado.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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