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Por José Francisco Villarreal

En mi vida no he sido muy aficionado a los juegos de azar; en mi muerte, no tendré más remedio. Algo tiene qué ver la educación, porque mi abuelo le tenía fobia a los juegos de azar relacionados con cartas y sobre cualquier tipo de apuesta monetaria. El azar es resbaloso, juega con sus propias reglas, y son reglas tan dinámicas que es prácticamente imposible para el apostador seguir e incluso comprender ese dinamismo, una espiral que a veces es un círculo y a veces un zigzag. El resultado es invariable: el azar siempre gana. Si el apostador ganase, no sería más que un factor incidental de esa dinámica, una parte del juego. El verdadero botín del azar es más misterioso. Claro que eso no impide que batallemos contra el azar. Y no hay otra manera más que haciendo trampa.

Entiendo que, como el azar, la democracia siempre debe ganar, que juega con sus propias reglas, y que esas reglas son dinámicas. El tema aquí es que la actualización de esas reglas la dicta una colectividad no una fracción de esta.

Ni una organización internacional de dudosa reputación como la OEA, ni un puñado de fantoches togados, ni una miríada de opinólogos profesionales o no, pueden cambiar las reglas cuando no favorecen a sus amos.

El “Como veo, doy” del póker es parte de las reglas del juego, no su abolición. Por ejemplo, en México, con aritmética de cuentachiles, opositores profesionales contabilizan a modo una representación popular que intentan usurpar pero que no se sostiene con votos. Juegan con trampas. No es lo mismo una votación por la presidencia que las de legisladores. Es en las urnas, no en el papel ni en ábacos mezquinos, en donde los electores deciden si ambos poderes deben tener o no afinidad, o ser contrapesos uno de otro, o ser trincheras ante poderes fácticos o intereses extranjeros.

¿La mayoría electora es tiránica? Sí, lo es. Hasta es capaz de derrocar a un régimen, e incluso a alguno de los poderes del estado si se le pega la gana (Artículo 39 constitucional). ¿Tiene la razón? No siempre la tiene, pero el pueblo manda, y como dicen y dicen bien, si el que manda se equivoca, vuelve a mandar. El proceso electoral mexicano reciente es una muestra del empoderamiento popular. No es la primera vez que el pueblo lo hace, pero creo que ha sido menos timorato, más consciente. Mucho depende del nuevo régimen el que esta evolución progrese y no se estanque en la molicie de dejar todo en manos de los poderes del estado que por décadas no representaron al pueblo sino lo controlaron.

Es el pueblo quien dirige el timón; presidente, legisladores, jueces, y todos los funcionarios públicos son los que reman. No se interpreta una orden popular, se obedece. El espíritu de las leyes fluye en la sangre de la colmena.

Si bien el sistema democrático no es la generalidad en el mundo, si es una gran mayoría. Las elecciones en México han sido ejemplares para muchos países. Aun contra un porcentaje importante de abstencionismo, el elector activo mostró músculo, determinación y claridad. Pero más allá de los resultados, el proceso electoral mexicano expuso a una propuesta más económica que política que se despliega coordinadamente más allá de las fronteras. El movimiento morenista y sus aliados enfrentaron a una coalición internacional, y aún la enfrentan. Durante años, Latinoamérica ha sido laboratorio alquímico en la búsqueda de un solvente universal para la soberanía de las naciones, una vacuna contra la democracia. Antecedentes hay, pero la reciente reacción de la Organización de Estados Americanos de parte de Luis Almagro en contra de Nicolás Maduro, me recuerda mucho el golpe de estado contra Evo Morales en Bolivia, en el año 2019. Almagro se indigna ante los 17 muertos que contabiliza durante las elecciones en Venezuela. En 2019 la OEA, Almagro, no fueron ajenos al golpe de estado que puso a Jeanine Áñez en el poder, un gobierno que en menos de una semana asesinó a 22 ciudadanos y dejó una secuela de cerca de 200 heridos sólo en La Paz y Cochabamba,. ¿Eso no fue un “baño de sangre”, señor Almagro? Ahora es Venezuela la que se perfila como objetivo de Almagro y otros países dentro de la OEA. Para hacerlo adelantan vísperas, polarizan posturas y desacreditan definitivamente el papel moderador y conciliador que tiene la organización. Es imposible que exista un concilio de países que soslaye las acciones internas en un gobierno pero las repudie en otro.

En el caso de Venezuela, todo indica que se pretende seguir la misma ruta que se siguió en Bolivia: un golpe de estado a partir de un proceso electoral. Una coyuntura que se aprovecha no para apoyar a la democracia sino para cuestionarla.

Nicolás Maduro no me parece un gobernante impoluto. Desconfío de cualquier funcionario de elección popular que se perpetúe en el cargo. Tampoco creo demasiado en la ofensiva mediática que se ha hecho en contra, primero de Hugo Chávez, luego de Nicolás Maduro, personalmente y de sus respectivos regímenes. Hay que ver el papel fundamental que ha tenido la prensa en la desestabilización política en muchos países. Hay que notar el actual descrédito de los medios de comunicación. Hay que observar la coincidencia en las estrategias utilizadas por la derecha internacional para intervenir en países, sobre todo iberoamericanos, sosteniendo o debilitando sus gobiernos, ensuciando sus procesos electorales. Maduro es un gobernante autoritario, es creíble que pudiera perpetrar una elección de estado para seguir en el poder. Sí es creíble, pero eso no quiere decir que sea verdad. Sobre todo porque la derecha internacional ya “adivinaba” esa “elección de estado” desde antes, una reacción de “manual”. En México usaron el mismo recurso, y a pesar de la contundencia de los resultados, todavía hay opositores que lo proclaman e ingenuos que se lo creen.

En vista de los comicios en Venezuela, la OEA como organización, y cada país en lo particular, tienen todo el derecho y el deber de solicitar una revisión minuciosa de los votos. No es sano social ni políticamente mantener relaciones diplomáticas con un gobernante que llegó al poder mediante un fraude. El gobierno mexicano no está feliz con Javier Milei como presidente de Argentina, pero no cuestiona su legitimidad ni exige su destitución. Los argentinos lo eligieron, los argentinos sabrán si lo sostienen o lo derrocan. A México le corresponde tratar con los argentinos a través del gobierno que eligieron. La izquierda internacional, con todos sus matices y obsesiones, puede repudiar abiertamente las acciones de la derecha, a pesar y a través de la OEA, pero no debe apoyar a ciegas a Nicolás Maduro sino a la voluntad de los electores venezolanos.

Por ahora, el rechazo presuntamente generalizado contra la reelección de Maduro se sustenta en información que ha fluido desde medios de comunicación, magnificando protestas y destacando muertes y detenciones, replicando incluso los dislates de Maduro. La discusión gira alrededor de Nicolás Maduro, no de la transparencia en los comicios, que es lo único que puede exigirse desde el exterior, y que es lo que la oposición venezolana necesita, y no volcar a la comunidad internacional contra el régimen bolivariano y contra los más o los menos que votaron por Maduro.

Tanto Bolivia como Venezuela, ambos objetivos de la derecha internacional, tienen una afinidad sustancial que no es un gobierno de izquierda sino sus recursos naturales: litio y petróleo.

Entendámoslo de una vez: ninguna derecha es democrática, no les importa el pueblo sino el control de su gobierno, recursos y, eventualmente, el desmantelamiento del estado… como en Argentina. A estas alturas, la OEA, que no es Almagro sino los países concurrentes, pretende poner en interdicto las elecciones en Venezuela y a Venezuela. La OEA, en voz de Almagro, vuelve a hacer trampa como en Bolivia, porque asume sus propias reglas constitutivas, pero ignorándolas, generando caos político, social y diplomático. De hecho, sólo hay una forma de derrotar al azar y no es torciendo las reglas sino imponiendo el caos, un “orden” en el cual ninguna sociedad podrá sobrevivir. Y bueno, ya que Estados Unidos declara ganador de esos comicios a Edmundo González Urrutia, me pregunto si en lo sucesivo tendremos qué recurrir al Departamento de Estado de Estados Unidos para que también ratifique las elecciones en México, y en cualquier otro país del orbe. No sabía que Estados Unidos hubiera sido ungido como árbitro electoral universal por encima de todos los INEs del mundo mundial. Una muestra de que la “marea rosa” tenía razón: el INE no se toca, se usurpa.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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