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Por Félix Cortés Camarillo

Memento mori: recuerda que morirás. Eso dicen que le decían a los romanos triunfantes cuando se creían los muy muy. 

Ahora que en Monterrey se me murió mi compañero de oficio y querido camarada Obed Campos, me ratifiqué en algunas convicciones viejas.

Primero que todo, no te acostumbres a contraer deudas mutuas. Ni de las otras.

Obed y yo nos comprometimos varias veces a patrocinar -eso, en tierra de codos quiere decir pagar- una comida con amigos en La Divina, que es una fonda que los dos nos sabemos. Ahora ya no puedo cobrarle el compromiso; y de pagar, mejor ni hablamos. Aunque tal vez, los presuntos comensales convocados por Paco Tijerina, terminásemos beodos recordando entre risas el afable y estruendoso humor del alto y fornido norteño.

Pero yo tengo alrededor de la muerte otras tres consideraciones irresolubles, con referencia a la manera en que enfrentamos o no ese fenómeno inevitable.

La primera es el duelo. A la muerte de un ser querido las manifestaciones de dolor no son en realidad expresiones de conmiseración por el sufrimiento de los demás; simplemente, nos estamos dando, si se quiere hablar en términos mercantiles, un enganche al dolor que vamos a sufrir en nuestra propia muerte. Estamos celebrando nuestra propia muerte. Por eso, nuestra remembranza de lo que vivimos juntos con el difunto.

La segunda es el generoso recuerdo. No tengo duda de que en una proximidad lamentable, y espero que lejana, habré de morirme. De ese axioma infiero únicamente un pensamiento morboso: nunca en mi vida, nadie ha hablado tan bien de mí, de mis cualidades éticas, intelectuales, físicas o de otro tipo, que el día en que me muera. Me cae de madre; seré el cadáver más inteligente, generoso, guapo, simpático, leal, amoroso, tierno, patriota, que nadie haya conocido jamás. O- ¿van a hablar mal de mí, cabrones?

Ahora mal. Esta tercera consideración tiene que ver con la anterior. ¿Cuánto tiempo permanece el dolor en la memoria?  Saliendo de lo que antes se llamaba el Camposanto comenzamos a olvidar el fiambre que dejamos atrás. Dice Neruda en uno de sus más bellos poemas: “ya no la quiero, es cierto; pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor y es tan largo el olvido”. Como todos los poetas, se equivoca. El olvido es la única venganza y el único perdón, como dice otro poeta de allá del sur. Que está, desde luego, equivocado. Ya estamos olvidando.

¿Se vale una cuarta consideración? 

Memento mori, memento vivere. 

Recuerda que morirás; acuérdate de vivir.

PARA LA MAÑANERA, porque no me dejan entrar sin tapabocas:Sin querer, pero a muchas insistencias, me enteré ayer de que si tengo entre mis planes morirme en un plazo perentorio, y no quiero causarle a mis queridas mujeres molestias adicionales a la disposición de un cuerpo muerto en casa, debo acumular por lo menos $57,063.60 pesos por el servicio esencial. $60,324 por el servicio premier, y $70,716.80 por servicio esencial-pro para la disposición de los despojos mencionados. De contado. 

Memento mori.

felixcortescama@gmail.com

Fuente:

Vía / Autor:

// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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