Hace 120 años nació el autor de ‘Nuevo amor’, quien, entre tantas otras cosas, elaboró las dos primeras antologías de poesía norteamericana de vanguardia que se publican en México.
Por Evodio Escalante
Salvador Novo (30 de julio de 1904 – 13 de enero de 1974) irrumpe como un forajido en la literatura mexicana de los años veinte, y lo hace fraguando las dos primeras antologías de poesía norteamericana de vanguardia que se publican en nuestro país. La primera, en las páginas del último número de la revista La Falange (1923), y la segunda, en un folleto adherido a la edición que mucho circulaba de El Universal Ilustrado (1924). Es cierto que Manuel Maples Arce fue el primer dinamitero en salir a la vía pública para proclamar que había que “torcerle el cuello” al modernista González Martínez, lo que en efecto logró, un mérito que estimo que la historia le reconoce, pero habría incurrido en lo que era para muchos un pecado capital: abrevó de nuevo en la poesía de los españoles con quienes habían roto las letras mexicanas desde la época afrancesada de Gutiérrez Nájera. Aunque se sabe que Novo, de manera fugaz, colaboró con un poema en la hoja volante de los estridentistas Actual No. 3, muy pronto tomó distancia de Maples y de sus seguidores. Del estridentismo, llegó a escribir: es un “disco de segunda mano que las orquestas de provincia suelen seguir tocando, y consideran muy nuevo.” Lejos de pretender reciclar a los ultraístas españoles, de cuya medianía muy poco queda en la actualidad, Novo prefirió nutrirse en los hallazgos de la poesía norteamericana del momento, sobre todo en lo que se conoce como New Poetry.
Con ello, Novo puso sobre la mesa la única opción válida frente al intento de Maples de rendirle culto a Guillermo de Torre y de reestablecer la hegemonía en las letras de la Madre Patria. Aleccionado por el conocimiento erudito de la literatura escrita en inglés que poseía el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), de quien se hizo amigo en 1921, Novo se dedicó a crear un espacio alternativo capaz de quitarle la iniciativa de los estridentistas, y de volver obsoletas, por lo demás, las intentonas derivativas de unos escritores en ciernes que habían decidido autodenominarse Nuevo Ateneo de la Juventud ─bajo la guía entonces, por cierto, de Jaime Torres Bodet y Bernardo Ortiz de Montellano.
Dos polos se configuran en el campo cultural, y dos espacios de la ciudad se les muestran propicios. Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor, Salomón de la Selva, el autor de El soldado desconocido (1922) y Salvador Novo, que “formaban un grupo coherente” en su calidad de discípulos de Henríquez Ureña, se hospedaban en el edificio de la Universidad. “En tanto ─informa Novo─, el edificio de la Secretaría de Educación alojaba a otro grupo, el grupo del cisne-del-cuello-torcido. El cual dio principio a la publicación de una revista que ─¡oh recuerdo imborrable del doctor González Martínez!─ denominose La Falange.”
Adviértase que el joven Novo no deja de autodefinirse como un “outsider”. Por inercia solemos incluirlo dentro de grupo de Contemporáneos, pero a él le gusta definirse de otra manera. Dentro de La Falange. Revista de cultura latina (1922-23), Novo actúa con la sagacidad de un agente encubierto. El programa ciertamente conservador de hacer una literatura “sincera” y “castiza”, de tipo nacional y que habría de dar expresión “al alma latina de América”, estalla en pedazos cuando en octubre o noviembre de 1923 Novo se asocia con Rafael Lozano, quien solía residir en París y publicaba Prisma, una revista de vanguardia, pero pasaba unas semanas en la Ciudad de México, y elaboran entre los dos una breve “Antología de poesía norte-americana moderna.” Con una presentación de Lozano, la selección traduce a seis poetas de los Estados Unidos: Alfred Kreymborg, Edgar Lee Masters, Amy Lowell, Ezra Pound, Carl Sandburg y Sara Teasdale. Lozano se ocupa de traducir a Lowell, a Sandburg y a Teasdale, mientras que Novo se encarga de Lee Masters y Ezra Pound; la traducción, por último, de Kreymborg es de Antonio Dodero.
Todo hace pensar en un acto de franco sabotaje. La declaración de principios de la revista declaraba con énfasis: “Todos los que en esta revista colaboran (…) desautorizan, por ilógica y enemiga, la influencia sajona y se proponen reivindicar los fueros de la vieja civilización romana de la que todos provenimos y que es como el cogollo sangriento y augusto de nuestro corazón y nuestra vida.” El toque cursi, por demás evidente, no le quita su seriedad a la declaración. Bajo esta premisa, resulta claro que, al hospedar en sus páginas una selección de la poesía moderna de lengua inglesa, y ponerla como ejemplo a seguir, La Falange en tanto revista traicionaba su razón de ser. Por lo demás, este número fúnebre incluía un poema, qué digo, un pastiche ultraísta… ¡que aparecía firmado por Jaime Torres Bodet!
Con estos hechos, si bien se ve, no solo desaparece La Falange sino de igual modo el fallido Nuevo Ateneo de la Juventud, que con ella hace mutis. También salen “raspados” de algún modo, por cierto, los figurones de Vasconcelos y González Martínez.
Este golpe maestro se hace acompañar, y se confirma, el 3 de julio de 1924, con la publicación de un cuadernillo engrapado a las páginas de El Universal Ilustrado que se ostentaba como una nueva antología de La poesía norte-americana moderna con traducción, selección y notas (esta vez como responsable solitario) de Salvador Novo. En la portada de la publicación, se indicaba: “Homenaje a los Estados Unidos en la celebración del 4 de julio.” Se trata de una selección mucho más nutrida, pues incluye 17 autores, entre quienes se encuentran Sherwood Anderson, Witter Bynner, Hilda Conkling, Alfred Kreymborg, Robert Frost, Vachel Lindsay, Amy Lowell, Edgar Lee Masters, Ezra Pound, Carl Sandburg y Sara Teasdale. En su imprescindible “Nota sobre la otra vanguardia”, José Emilio Pacheco señala que aquí constan las que son de seguro “las primeras apariciones en español de Pound, Sandburg y Frost, lo que no es pequeña victoria.” A lo que señala con tino Pacheco, habría que añadir que esta selección también despliega el que podría ser, lo anoto como una conjetura, el primer poema lésbico aparecido en la prensa de nuestro país, me refiero a “Venus transiens” de Amy Lowell.
En su “Nota preliminar”, Novo se refiere a Walt Whitman como el Abraham Lincoln de la literatura americana y destaca de modo especial los seis principios que funcionan como el “Decálogo” del movimiento imaginista encabezado por Lowell y por Pound, que habrá de servirle, por cierto, de guía en sus propios textos como se verá cuando aparezcan sus XX Poemas (1925). Sostiene ahí el recopilador, para terminar: “Una avasalladora libertad invade y distingue el arte poético contemporáneo en los Estados Unidos. Abarca todas las culturas, todos los temas y todos los modos de expresión. La Unión Americana es un crisol de razas y de espíritus.”
Para hacerle honor a Novo en su trabajo como traductor histórico de la poesía norteamericana, transcribo un par de textos de Pound y de Lowell. Comienzo con el de Pound, que por cierto ya había sido incluido antes en la selección de La Falange y que reaparece ahora en el pequeño suplemento de El Universal Ilustrado:
New York
¡Mi ciudad, mi amada, mi blanca!
¡Ah, esbelta!
Escúchame, escúchame y te infundiré un alma
delicadamente sobre el junco, atiéndeme.
Ahora sé que estoy loco
porque aquí hay un millón de gente aturdida de tráfico.
Esta no es mujer
ni podría yo jugar sobre un junco si tuviese uno.
Mi ciudad, mi amada,
tú eres una mujer sin senos,
tú eres esbelta como un junco de plata
óyeme, atiéndeme
y te infundiré un alma
y vivirás por siempre.
El de Amy Lowell es de una exquisita belleza. Tomando como ejemplo e inspiración una de las imágenes más célebres de la historia de la pintura, “El nacimiento de Venus” de Boticelli, Lowell elabora este texto para cantar la belleza sublime del cuerpo femenino, y para sugerir, al final, el encuentro carnal entre las amantes.
Venus transiens
¿Dime,
Fue Venus más hermosa
Que tú
Cuando coronaba
Las rizadas olas
Deslizándose hasta la rivera
En su concha rizada?
¿Fue la visión de Boticelli
Más hermosa que la mía,
Y las rosas pintadas
Que él echaba a su dama
De más valor
Que las palabras que te soplo
Para cubrir tu hermosura demasiado grande
Como una gasa
De plata nebulosa?
Para mí,
Estás parada
En el azul aire boyante
Rodeada de vientos lucientes,
Pisando la luz del sol,
Y las olas que te preceden
Rizan y menean
La arena a mis pies.
Quizás lo más increíble del asunto es que, cuanto publica esta antología, Novo cuenta apenas con veinte años de edad. Ya es un erudito de pleno derecho y está al tanto de las letras modernas, incluidos The Waste Land, de T.S. Eliot, y el Ulises de James Joyce, como el lector puede comprobar si consulta los textos de Novo que se recogen en los dos tomos de Viajes y ensayos que publicó el FCE en 1999, gracias a los esfuerzos, entre otros, del fallecido Sergio González Rodríguez y de Antonio Saborit. De esa época gloriosa de El Universal Ilustrado son por cierto los artículos acerca de Vachel Lindsay y Amy Lowell que escribe Novo por esos años. Los considero imprescindibles en el marco de este rescate de la obra de Novo como traductor y antologador.