Por Félix Cortés Camarillo
El día de gloria llegó finalmente para los franceses, después de semanas, meses, de vivir en un ambiente de temor subcutáneo que permeó a todo el continente europeo. Ante la permanente amenaza silenciosa del terrorismo, dos conciertos de Taylor Swift fueron cancelados en Austria la semana pasada, y apenas ayer, a unas horas de la ceremonia de clausura de los juegos olímpicos de verano, la torre Eiffel -tal vez el más emblemático de todos los emblemas del mundo- fue desalojada porque un probable orate descamisado, casi un sans culotte, se trepó a mano limpia por el exterior hasta el segundo piso.
Incidentes menores, sin duda. Los franceses deben estar bien orgullosos de la organización y realización de estos juegos. De una mezcla correcta de creatividad, pragmatismo y eficiencia para realizar las competiciones sacándole jugo a todo el simbolismo ligado a lo que hoy es lo que nació como Lutetia Parisiorum, heredera de una ciudad merovingia muy cercana a donde terminaba Galicia y comenzaba Bélgica, hace 23 siglos: desde el río Sena, la Eiffel, el Palacio de Versalles, la tumba de Napoleón, que fue hospital de los Inválidos, las Tullerías o el Palacio Real. Todo fue convertido en sede olímpica esplendorosa.
Diariamente bajo la égida de una antorcha olímpica sin fuego que descansaba en tierra desde las tres de la mañana y al anochecer subía pendiente de un globo -reminiscencia del que los hermanos Montgolfier hicieron de papel y seda y echaron a volar en 1783- para armar una hermosa foto postal. Para documentar el día de gloria de los franceses.
Muy, bien, día de gloria para los franceses, con el júbilo adicional del rendimiento de sus deportistas. Por rendimientos, día de gloria para los estadunidenses también; y para los chinos, los australianos, los ucranios y muchos otros. No para los mexicanos.
Me niego a sumarme al coro que recita nuevamente que nuestros deportistas pertenecen a la estirpe del “ya merito” porque no ganaron el número de medallas que estuvieron a su alcance y que por una razón u otra se les escaparon en el último momento o el último sprint. Especialmente porque no podemos desestimar la falta de apoyo a nuestros atletas por parte de la entidad para ello existente, la CONADE, por ineficiencia, cinismo y corrupción de la señora Ana Gabriela Guevara, su titular. Pese a la señora Guevara los deportistas mexicanos trajeron cinco preciosas medallas. En contra de su actuar y voluntad de ella, de los ciento y pico olimpistas mexicanos que fueron a París a competir, muchos por sus propios medios o mediante apoyos ajenos, la quinta parte de ellos, 24, está hoy ubicado -cada uno en su disciplina- entre los mejores ocho del mundo. Eso es motivo de doble orgullo.
Se pensaria que con la entrada de una nueva administración y la desaparición del funesto personaje se arregla el problema de nuestro deporte amateur. Desde luego que no. Se requiere un replanteamiento del papel social del deporte en México. Uno, en que las escuelas primarias tengan albercas no solo para forjar Joaquines Capilla o Randales Williams sino niños y niñas sanas de cuerpo y mente; igualmente canchas de basket y voley y pista y campo y esgrima y gimnasia y….
Si eso se lograra, veríamos un beneficio adicional, colateral, que íbamos a medir en futuras medallas olímpicas para el orgullo patrio.
Claro, si nuestras escuelas primarias tuviesen luz, pizarrones y excusados eso podría ser un buen primer paso.
PARA LA MAÑANERA, (porque no me dejan entrar sin tapabocas): En la telenovela del Mayo Zambada alguien está mintiendo. Y puede que más de uno. Rubén Rocha Moya, gobernador de Sinaloa, quien afirma que el día 25 estaba en Los Ángeles, cuando de un plumazo migración gringa puede desmentirlo; el presidente López quien dice que los americanos no le han dado información completa; el embajador Salazar casi jurando que ni el aeroplano ni los que se llevaron a los dos pillines a un aeropuerto chiquito de Nuevo México eran gringos, ni el piloto ciudadano de allá. A mí se me hace que el único que está diciendo algo de verdad es el Mayo Zambada, confesando su increíble candidez de acudir a una cita de la envergadura que resultó, con sólo cuatro miserables guaruras. De lo que no tengo duda es de los muertos. Esos ya no hacen ruido.
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