Por Félix Cortés Camarillo
Napoleón y su magnífico ejército sellaron con las varias derrotas en las cercanías una localidad en los límites de Francia con Bélgica el destino del pequeño y obsesivo corso. Lo siguiente fue el exilio y la muerte. Desde entonces se usa el término para unirlo a un fenómeno que marque la caída de un líder, especialmente los políticos. Cada uno tiene el suyo.
Gustavo Díaz Ordaz provocó la noche de Tlatelolco; Echeverría y sus halcones, que fueron un descendiente directo del batallón Olimpia, vieron desvancerse los sueños imperiales del iluminado un jueves de Corpus. La-no-tan-extraña conjunción de la revuelta dizque zapatista en Chiapas y el asesinato de Luis Donaldo Colosio marcaron el final de la época carlista. Y así, cada uno encontró, buscándolo o no, su propio Waterloo.
Miguel de la Madrid murió históricamente por seguir nadando “de muertito”, como lo había hecho durante todo su ejercicio en el poder, bajo los escombros de la Ciudad de México en los temblores septembrinos de 1985. Felipe Calderón perdió su oportunidad cuando consideró la desaparición de los normalistas guerrilleros que “estudian” en la escuela normal de Ayotzinapa un poblema local del gobernador de Guerrero. Dejó crecer el problema a la madurez de movimiento político en sí mismo que Andrés Manuel con la misma ceguera le legará a la pobre de Claudia, como si no fueran pocos los que están en el testamento.
En términos generales, el fracaso del presidente López es indudablemente su falla en la administración pública cimentada en la seducción de la dádiva “a los pobres” del país y el excesivo gasto en obras faraónicas que -al amparo del decreto que evita todo escrutinio- permanecerá oculto por años bajo la cobija e la seguridad nacional. No obstante, esa cobija esconde un fenómeno más amplio de corrupción que apesta y salpica no solamente a los miembros de la familia del presidente.
Tal vez la más ridícula de las promesas de Lopitos ha sido la repetida hasta el día de ayer, de que México tendrá el mejor sistema de salud pública del mundo, concepto que en su inicio fue que ese sistema sería igual que el de Dinamarca.Tal vez por eso la pestilencia actual: algo está podrido en nuestra Dinamarca, escribiría Shakespeare. Y el asunto tiene que ver con la oquedad que aloja al lema esencial del cuatrote: no mentir, no robar, no traicionar. Todo ello en una sola palabra, que es la endémica corrupción mexicana.
Tal vez la corrupción sea el permanente Waterloo de los mexicanos todos. Lopitos se empeña en mofarse de la afirmación de Miguel de la Madrid de que la corrupción está en el ADN -o la cultura, vaya- de los mexicanos. Lo que quiero señalar es que la corrupción de este régimen enseñó el cobre desde hace tiempo, en la permisividad, tolerancia, aceptación o complicidad con el narcotráfico y el crimen organizado, especialmente el de Sinaloa, que manda en casi la mitad del territorio de nuestro país. Pero todo el asunto de los presos más famosos del universo y su peso en la mafia del narcotráfico y el poder en México es cosa muy seria.
Lo que era secreto a voces hoy es materia de primera plana o de horario estelar en radio y televisión: el caso del Mayo Zambada no apesta: hiede.
Y todavía hay mucho que contar.
PARA LA MAÑANERA, porque no me dejan entrar sin tapabocas: el golpe de Estado técnico que Lopitos nos tiene prometido está a punto de consumarse en la destrucción del sistema jurídico nacional, que la señora Sheinbaum ha logrado que en su agonía política Andrés Manuel ha aceptado que se haga en abonos. Ya llegará el día, como dice la historia, de la conrarreforma. No hay mal que dure….
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