Hace varios meses llamó a mi mamá uno de los sobrinos bisnietos de Manuel María Ponce (1882-1948). Así, tal cual. Me emocioné mucho. Me invitaba a participar en un ciclo de locos, el Ponce 243; publica MILENIO.
¿Por qué de locos? Pues es tocar toda la obra para piano del maestro Ponce. Toda.
En secreto, les cuento que sueño con tocar “La balada mexicana” como si ésta fuera una diosa del piano, pues es una pieza que adoro. Y justo en esos meses que nos contactó el doctor Omar Herrera Arizmendi, platicaba con mi maestra sobre ese deseo de interpretarla, entre otras piezas del compositor.
Ponce es uno de mis compositores preferidos, y no solo por sus obras, que son realmente extraordinarias, sino también por un tema muy emocional y sentimental para mí.
Cuando el tenor Javier Camarena me invitó a debutar en la sala grande del Palacio de Bellas Artes, para acompañarlo con una pieza de Giuseppe Verdi, me pidió que tocara algo mexicano. De las dos piezas que toqué sola, una fue la “Gavota” de Ponce.
Y, otra cosa, me sentía muy especial porque me gustaba pensar de niña en que la “M” de Manuel M. Ponce (su segundo nombre es María), era por mí. Compartía nombre con él.
Y pensar que por uno de sus bisnietos —lo comentaba con mi madre—, corre sangre de uno de los compositores más importantes que ha dado la nación. Me imaginaba que un pedazo del maestro Manuel M. Ponce me hablaba.
Omar Herrera Arizmendi me pidió tocar en cuatro recitales varias piezas de Ponce, de las cuales dos son estrenos mundiales.
Me emociona mucho. Me gusta pensar que, al pertenecer yo a una generación nueva de pianistas, puedo ser ejemplo para tocar a nuestros compositores. Para que tengan un lugar no solo en México, sino en todo el mundo.
Por eso este proyecto Ponce 243. Obra Completa para Piano. me encanta.
Tocar estas piezas nuevas en mi repertorio y, además, saber que dos de ellas nunca nadie las ha interpretado en público, me llena de felicidad.
Ponce, musicalmente hablando, es un genio. Las armonías que tienen estas piezas te atrapan. O sea, son armonías que, por lo menos yo, no he encontrado en otros compositores. Obvio, todavía soy muy joven y no he escuchado las integrales del mundo entero, pero encuentro que el maestro Ponce es único, aunque hace guiños a algunos compositores europeos.
Estas piezas, entre más las conozco, más me gustan.
Ponce se apega a los nombres que les daba a sus obras. Por ejemplo, los scherzinos realmente son muy juguetones, la “Romanza de amor” es literal una pieza para un enamorado y a lo mejor no correspondido. La “Elegía de la ausencia” duele; hay dolor, es oscura.
“Variaciones sobre un tema popular religioso” sí es un canto de iglesia convertido en una pieza magistral, pero es muy significativa para mí, pues cuando la empecé a tocar, mi mamá me comentó que su padre, mi abuelito, la cantaba a veces. Y me da mucha ternura pensar en eso.
Los dos estrenos que me tocaron son “Suspiro” y “Sonrisa”. Ya se imaginarán el tono. “Suspiro” es eso, un alivio, un recuerdo y alegría. Para mí esta pieza es de gran curiosidad. Muy diferente a otras.
Y “Sonrisa” arranca con eso, una sonrisa un poco nostálgica, como si te estuvieras acordando de un momento maravilloso del pasado, pero conforme avanza esta pequeña pieza, la sonrisa se vuelve mayor y mayor.
Tengo muchas ganas de tocar estas piezas, y me emociona ser parte de este proyecto Ponce 243. Obra Completa para Piano.
Por mis venas no corre sangre de Manuel M. Ponce, pero al tocar sus piezas, sobre todo las desconocidas hasta ahora, hacen que un poquito de esa sangre que palpitaba en su corazón, hagan palpitar el mío.
María Hanneman nació en la Ciudad de México en 2006. Como pianista ha tocado, entre otros escenarios, en el Palacio de Bellas Artes, el Carnegie Hall de Nueva York, el Royal Albert Hall de Londres y el Mozarteum de Salzburgo, Austria.
Imagen portada: Cortesía / MILENIO