Crosthwaite fue un precursor de la literatura del norte. Pronto se distinguió alejándose de los clichés de la frontera. Se propuso contar historias desde la fragilidad de sus personajes.
La literatura mexicana está de fiesta: luego de años de espera se publica un nuevo libro de Luis Humberto Crosthwaite. Para molestia de sus lectores, durante casi una década sus libros se volvieron imposibles de conseguir, pues decepcionado de la transición que vivían las editoriales a inicios del siglo XXI, el autor recuperó los derechos de sus obras, rechazó las ofertas para reeditarlos y prefirió obsequiar los PDFs a quien lo solicitara durante la pandemia; publicó MILENIO.
Ante la desaparición de numerosas editoriales, que fueron absorbidas por grandes consorcios internacionales a lo largo de las últimas décadas, algunos de los libros más emblemáticos y de mayor calidad artística desaparecieron de los catálogos por la falta de interés de los consorcios. Se volvió difícil encontrar los libros de grandes autores, rara vez se reimprimían y, cuando esto sucedía, apenas se distribuían en unas cuantas ciudades.
Los relatos de Crosthwaite se recomiendan de viva voz por todo el país desde inicios de los años noventa, cuando una nueva generación de narradores de gran calidad que provenían de los estados del norte añadió nuevos temas, escenarios y personajes a la literatura escrita desde la Ciudad de México: Eduardo Antonio Parra y David Toscana en Nuevo León; Élmer Mendoza y Juan José Rodríguez en Sinaloa; Daniel Sada en Baja California.
En esa generación pronto se distinguió la voz de Crosthwaite que, como bien señaló Juan Villoro, en cada uno de sus relatos se alejaba de la frontera hecha de clichés, alcohol y tragedias, la que atrae a millones de turistas cada año y, en cambio, se propuso contar historias contundentes sobre la gente del norte en un español fronterizo y musical, “un Ovidio hip hop”.
Por la destreza de sus frases, la capacidad de crear personajes inolvidables y la ambición de reflejar la complejidad de la aduana más transitada del mundo en sus relatos, cada uno de sus libros es un laboratorio donde el uso del español fronterizo provoca grandes emociones.
Afortunadamente este año el narrador de Tijuana, nacido en 1962, regresa no con uno si no con cinco títulos: la UNAM reedita El gran preténder, la novela que inició la leyenda de este narrador fronterizo, capaz de adentrarse en el corazón de un pandillero y contar su historia de amor y violencia; el FCE edita uno de sus textos más impresionantes, Misa fronteriza, mientras que Debolsillo rescata dos novelas emblemáticas: Idos de la mente y Aparta de mí este cáliz.
Por si eso fuera poco, hay una novedad que nadie debería perderse: El último show del Elegante Joan (Random House), una nueva colección de relatos de este autor, que retoman su inconfundible ironía y su gran pasión por la alta literatura. Con la seguridad que distingue a un maestro de Kung-fu en el área de combate, Luis Humberto Crosthwaite entrega uno de los libros más divertidos y logrados de la narrativa reciente.
Además de su conocida pericia para el knockout, las 12 pequeñas obras que lo integran ofrecen una reflexión sobre los nexos entre el cuento y las artes marciales, la vida y el material del que están hechos los relatos literarios, la ficción y su obligación de llevarnos a una realidad mejor contada, y la certeza de que un escritor puede retirarse del combate por un tiempo, pero su combate con la literatura seguirá hasta que escriba un nuevo libro como éste.
Luis Humberto Crosthwaite, un narrador de culto
Con novelas como El gran preténder, donde su habilidad para crear personajes entrañables se apoya en un sentido del humor devastador, en la línea de José Agustín y Jorge Ibargüengoitia, Crosthwaite pronto se convirtió en un narrador de culto a lo largo del país.
A la vez que colocaba a Tijuana, su ciudad natal, en el centro de una serie de historias perfectas, también publicó un puñado de textos inclasificables y polémicos, como su célebre “Misa fronteriza”, uno de los relatos más asombrosos incluido en Instrucciones para cruzar la frontera; que funciona como performance sobre la identidad mexicana, que desde hace más de dos décadas se ha representado a ambos lados del Atlántico por los lectores más diversos, lo mismo en un auditorio de La Sorbonne que en el más cutre de los bares barceloneses. Le pido que me cuente de este texto espectacular, que parodia y examina los rasgos nacionales.
–Ahí andaba yo ‘tripiando’ por la vida, como suelo hacerlo, cuando recibí una invitación a un evento en Barcelona. La consigna era que hablara sobre la frontera norte de México, mi frontera. Con mis típicos nervios, acepté con renuencia y confeccioné un texto que abarcaba todo lo que la frontera representa para mí, desde el pesar que me causa la violencia y la situación de los migrantes hasta la dicha de las fiestas norteñas de mi familia.
“Se me ocurrió contrastar el norte con el centro y sur a través de su música: los Tigres del Norte vs. José Alfredo Jiménez, para llegar a la conclusión de que todo México es una mezcla de culturas y en ello radica su riqueza espiritual. El hecho de que decidí armar todo en forma de una misa católica es el resultado de mi propia locura, mi constante deseo de buscar nuevas formas de presentar un texto. No me imaginé que tuviera repercusiones, que fuera leído y analizado en universidades, que más gente deseara leerlo o volverlo un montaje teatral.
Escribo que escribes… ¿y?
A lo largo de nuestra conversación, que ocurrió en un restaurante en la plaza de Coyoacán, luego de la presentación de su nuevo libro y de la interminable firma de ejemplares, decenas de lectores se han acercado a pedirle dedicatorias y a decirle que están muy impresionados por el cambio tan afortunado que se ve en el nuevo libro, y es que en El último show del Elegante Joan el tema central ya no es Tijuana, sino la literatura misma.
Crosthwaite dejó de contar cómo funcionan los tijuanenses y se concentró en explicar el funcionamiento de la literatura de ficción. La base sobre la cual se asientan sus nuevas historias no es una tragedia inminente, sino una serie de paradojas magníficas, que se burlan de todo y de todos, empezando por el autor mismo:
–Es el resultado de preguntarme quién soy, de qué estoy hecho, y de mis años como tallerista. De tanto explicar a otros mi concepción de cómo funciona un relato, fui construyendo mi propia filosofía personal. El libro es un recuento de los temas que me obsesionan: el quehacer literario, las editoriales, los libros, la música, el cine y, de una forma más profunda, el relato mismo, sus mecanismos y personajes. Me observé como escritor y me pregunté si yo era realmente el dueño de los infortunios de mis personajes. ¿Acaso los escritores somos esos dioses mamones que manipulan a su antojo el destino de sus personajes?
“Transferí todo ello a un universo donde las personas descubren La matrix, es decir: que son seres ficticios y habitan un libro. Me pregunté, ¿cómo lo tomarían? ¿Lo aceptarían con un ‘ni modo’ o habría rechazos, una revolución? Y así cómo en la película, había personajes conformistas que deseaban seguir saboreando el bistec, aun sabiendo que no era real, pero había otros que se oponían a ser marioneta de una deidad caprichosa, el escritor. Imaginé las consecuencias: una rebelión de personajes que cuestionan el papel de su autor como, a lo largo de los siglos, el humano ha cuestionado los designios de Dios.
“El cambio fue natural, parte de mi propio proceso evolutivo”, asegura Crosthwaite. “Escribir sobre mi entorno [Tijuana, o más ampliamente la frontera] fue un importante momento de crecimiento personal. Fue la mirada exterior, observar el mundo que me rodeaba. Lo que siguió fue echar la mirada interior, estudiarme a mí mismo, escuchar el ‘tic-tac’ de mis propios instintos. El reto consistió en no dejar que el lector vea semejantes pomposidades”.
Un escritor de fronteras, entre el cuento y la novela
Crosthwaite suele crear a personajes a partir de las grandes pasiones de la vida real: los potentes amores de juventud, el odio hacia las injusticias de la vida, carreras profesionales que terminan antes de lo deseado, estudiantes que confunden el vacío existencial con el desempleo, adulterios fuera de control, y personas que sacrifican todo por el arte, tal como el personaje que le da título a su nuevo libro, el ‘Elegante Joan’, un cantante en plena decadencia, listo para enfrentar su última batalla. Si algo tienen en común los personajes del tijuanense es que no sólo se rebelan contra el destino que les aguarda, sino contra su creador mismo, y hay quienes pretenden saltar de la literatura a la vida real sin usar pasaporte.
Por eso es inevitable preguntarle:
–Si la comparamos con la frontera entre México y los Estados Unidos, ¿cómo es la frontera entre el cuento y la novela, los géneros entre los que te has movido?
–La novela tendría que ser Estados Unidos por aquello del expansionismo. Es un género que pide más y más y el escritor debe darle todas las cuartillas posibles. El novelista debe entregarse como un soldado, obedecer sin restricciones, todo en nombre de esa patria ‘devoratodo’ llamada ‘novela’. Por otro lado, el cuento es el país tercermundista que debe hacer mucho con lo poco que tiene. El cuentista es un artesano que utiliza cada elemento de una forma muy precisa, sabe que no hay mucho espacio dentro de la brevedad que se le exige. Por lo tanto, se esmera, cuida cada palabra. La novela requiere glotonería; el cuento, una dieta frugal.
“Las editoriales se han encargado de virar la atención de los lectores hacia las novelas”, agrega: “Es la hipnosis del consumismo, del exceso. Solo los paladares más refinados encuentran en el cuento una admirable tradición que pertenece a nuestra cultura. En la frontera, la novela es omnipresente, apabullante; el lector se deja arrastrar por su canto de sirenas. Pero el cuento ha sabido sobrevivir y aprovecha los intersticios para cruzar los muros que lo flanquean. Desde su pequeñez, salta la barda y grita: ‘¡Aquí estoy!’. Y si logra capturar al lector, con su precisión y poderío, muestra mucho más de lo que pueden dar las múltiples páginas de una novela”.
Los mejores relatos del nuevo libro de Crosthwaite están a medio camino entre la brevedad y contundencia del cuento y la complejidad y extensión de la novela, pues aprovechan los mejores recursos de ambos formatos con gran maestría. Por ello es inevitable que el lector se pregunte qué tan consciente es el autor de tal estrategia. El escritor lo tiene muy claro:
–Busco que cada relato tenga su propia personalidad dentro del libro, como una familia en la que todos los hijos se parecen a sus padres, pero cada uno de una forma distinta. Ahora bien, nunca intenté que El gran preténder o Sabaditos fueran cuentos. Con el primero estaba experimentando con subtramas, así que tenía características de novela. En cuanto a “Novela” y “Poesía Shaolín”, para mí son cuentos, aunque ambos tienen características expansivas, más como el short story norteamericano. La historia se expande, pero luego encuentra un punto en que se empieza a comprimir, guardando un equilibrio. Pero nunca me propuse mezclar géneros.
–Para usar una imagen gastronómica, ¿podríamos decir que no inventas cócteles, sino dosis distintas de tequila?
–Cuando me dispongo a construir un relato, parto de una ilusión y está es lograr una historia que cause un impacto. Aunque parece que no me preocupan los caminos convencionales del cuento, soy un fiel seguidor de Poe, Chéjov y Quiroga. La dirección que llevan mis historias es la misma que marca el tiro de flecha que menciona Quiroga. En mente siempre tengo el blanco a donde irá a parar esa flecha. Todas las partes [de la historia] las encamino hacia allá.
Luis Humberto Crosthwaite vuelve al cuadrilátero con ‘El último show del elegante Joan’
Crosthwaite concibe personajes desde su fragilidad
Durante un buen rato hablamos sobre cierta tendencia de los narradores del Boom latinoamericano a comparar a los cuentos con islas y a las novelas con continentes, cada uno con sus propias reglas. Crosthwaite concede que la comparación es necesaria:
–Con frecuencia uso la analogía del archipiélago en mis talleres: un libro de cuentos es una serie de islas concatenadas; si alguna está suelta, no cabe dentro del conjunto… Algún lector podría decir que no todos los cuentos de El último show del Elegante Joan forman parte de un conjunto. Para mí, sin embargo, la cadena fundamental que sostiene a todos los cuentos, incluyendo a este último, es la fragilidad de los personajes.
“Estos se sostienen a la realidad por una finas y quebradizas hebras. Ya sea el que sueña con publicar su novela o la editora empedernida que lo quiere publicar contra viento y marea; el que se trauma porque su poema recibió malos comentarios o el que recorre las calles con un ramo de flores bajo la lluvia, incluso el chico que se arroja en la noche violenta con un cuchillo y una canción, todos ellos fincan sus ilusiones en lo imposible.
“No los vemos sufrir porque nunca busqué que las historia los mostraran al final de sus caminos. Me concentré más bien en su punto de ruptura. No vemos al Elegante Joan en un manicomio, tampoco al viejo que trabaja en el supermercado; los capturo, más bien, en ese glorioso momento de quiebre, cuando se entregan a la fantasía y son felices por un instante. Si le diera un nombre al archipiélago que forma mi libro, lo llamaría ‘fragilidad humana’”.
Como ocurre en un cuento impecable, antes de que pudiéramos advertirlo, el gerente llegó a anunciar que la charla debía concluir, porque ya estaban cerrando. Así que le planteé una última pregunta a Luis Humberto Crosthwaite:
–¿En qué debe concentrarse un auténtico cuentista?
–Siempre que trabajo una historia, me pongo una meta: escribir un cuento perfecto. Como lo harían Chéjov o Poe. Claro que no es una meta alcanzable, sería más fácil que un día tuviera un yate y te invitara a viajar por el Mediterráneo. Pero vivo con esa ilusión, con ese sueño: escribir el cuento que yo, metódico y ultraperfeccionista, consideraría perfecto, inigualable. No es fácil de hacer y, por supuesto, nunca lo he logrado, pero me gusta vivir con la convicción de poder alcanzarlo. Escribir el mejor cuento para mí y para el lector. O morir en el intento.
Imagen portada: MILENIO.