Por Carlos Díaz Barriga
Comienza la conferencia mucho más temprano de lo habitual. El ambiente es tenso y de expectativa. El Presidente lleva días alterado. Su reacción a la crítica del embajador estadounidense a la reforma judicial y en especial a la elección de jueces, magistrados y ministros por voto popular, ha alcanzado niveles que los corresponsales en Estados Unidos, señalan como los de una crisis diplomática que no habían atestiguado. En Canadá también, pero acá rebota Estados Unidos. Cámaras de comercio allá, hoy el subsecretario de Estado estadunidense, calificadoras para inversionistas, los consejos empresariales acá. Está acostumbrado al sembradío de vientos y hasta ahora, casi nunca ha perdido en su cosecha de tempestades. Es lo suyo. Está en lo suyo.
Ayer se reunió en Palacio con el Secretario de Hacienda, Ramírez de la O, y con la Presidenta electa, quien salió sin dar declaraciones. Difícilmente, comentan los reporteros de la fuente, desperdiciaron el tiempo hablando del paquete económico para 2025. Más probablemente hablaron de lo que podría suceder en los siguientes 15 minutos, hoy, mañana, en septiembre. Por diversas razones se dice una y otra vez “estoy muy contento”.
Le cuestionan sobre que Claudia Sheinbaum ayer dijo que no había que acelerar los tiempos en esa aprobación. Respuesta fulminante: “No dijo eso”. Le puntualizan que Ricardo Monreal declaró ello como un sugerencia de ella. Estatequieto de tres bandas: “Pero no fue ella”. ¿Ahí hay una ruptura?: “No, no, no, porque coincidimos… eso quisieran nuestros adversarios, que nos peleáramos”.
Repite la sugerencia de que en materia de informar “se esté lo más cerca que se pueda al pueblo y lo más distante que se pueda al poder, esté quien esté en el poder”. Al final de la conferencia un youtuberos en éxtasis le pide: “Le puedo pedir un abrazo?, porque abrazarlo a usted es abrazar a la historia, Presidente”. Uh qué la…
Le preguntan si va a ver las mañaneras de Claudia: “Ya no, ya no, no, yo ya no voy a ver nada, no, no, no, nada, nada, nada”. Como le acaban de regalar unos binoculares, avisa lo que sí: “imagínense cuando se posen las guacamayas en los árboles de guapaque que tengo ahí, las voy a estar viendo”. Y dice que se lleva huaraches de todo el país: “van a descansar mis pies y miren esto (la corbata), ya no necesariamente”.
Dice a los demás y a sí mismo, por décima vez en estos 100 días últimos: “no hay que tenerle tanto apego ni al poder, ni al dinero”. Y suelta nueva variante sobre lo mismo: “ya cuando se cae en el ‘necesariato’, ‘yo soy necesario’, ‘yo soy indispensable’, también se cae en el ridículo; entonces, hay que saber retirarse a tiempo”.
Vuelve a agradecer a sus adversarios que no se hayan pasado de la raya: “Toco madera (y la toca con los nudillos) por el tiempo que nos queda, pero había asesinatos en los gobiernos anteriores, y accidentes de altos funcionarios públicos, y ahora no”. Le llevan una tarjeta al atril. Casi de inmediato, se despide. ¿Qué sería? Da igual. No lo sabremos.
Y hace un recuento absolutamente cierto, preciso: “en estas giras hay más sentimiento que antes, yo diría que nunca, en la gente, en mí, pero ya, ya”. Comparte anhelos: “ya se pasó el tiempo, resulta que ya nada más falta un mes y yo ya me voy… voy a estar cuidando mi guaya, sí, y viendo los saraguatos, y las guacamayas. Imagínense lo que es estar así viendo una ceiba (mira hacia arriba), que es un árbol sagrado de los mayas, sostén del cielo, fertilidad del suelo, y ya no me voy a pelear con nadie”. Los presentes se voltean a ver entre sí. Mujeres y hombres de poca fe.
@diazbarriga1
Imagen portada: MILENIO.
