Por Diego Regalado
Los conservadores están tomando consignas progresistas para ocultar su agenda. Ahora más que nunca, es clave defender nuestras causas sociales y destapar sus verdaderas intenciones.
Hoy escuché lo que jamás creí posible: gente con gorras del PAN vitoreando «estudiante consciente se une al contingente» en la UNAM y, peor aún, «Poder Judicial no va a caer, no va a caer». Vivimos en tiempos surreales, donde los aliados del poder económico y la aristocracia utilizan las consignas de quienes se opusieron a ellos. ¿Por qué se ocultan en nuestras frases en vez de decir lo que realmente piensan? Dicen que elegir por voto popular a los ministros nos llevará a una dictadura. Supongo que también el agua seca. No, lo que ocurre es que su visión de democracia es romana: los patricios y el pópulo. Para ellos, dictadura es que mande la gente.
El conservadurismo, como categoría ambigua para englobar a los movimientos reaccionarios del mundo, tiende a invadir los espacios del discurso progresista. En Venezuela pasó con Juan Guaidó y Leopoldo López, golpistas financiados por Estados Unidos que enarbolaban un simulacro de movilización social. En Argentina, por desgracia, el discurso logró hacer mella en la gente. El «¡viva la libertad, carajo!» que gritaba la gente era muy distinto al que tenía en mente Javier Milei. La gente quería librarse de la miseria, pero él quería librar a sus amigos de los impuestos.
Afortunadamente, las condiciones sociopolíticas en México son, cuanto menos, anómalas. Venezuela es una larga víctima de las sanciones y la propaganda gringa y Argentina es el centro ideológico de la Red Atlas en America Latina. México, en cambio, era visto por Estados Unidos como un Estado vasallo cuya clase política era de fiar para mantener a la población a raya. El lento colapso de las plataformas partidistas, como el PRD, desaparecido, o el PRI, a punto de desaparecer, fomentó una búsqueda acelerada por articular un enclave ideológico en el país. Claudio X. González, a quien se le encomendó esta tarea, falló estrepitosamente por carecer del más mínimo sentido común a la hora de hacer política. Xóchitl Gálvez fue el peor fracaso de la derecha en la historia moderna de México.
El Poder Judicial es uno de los últimos bastiones que les queda. Las declaraciones de Ken Salazar son tristes y patéticas. Por un lado, porque queda en claro que los lacayos del Imperio no pueden con las indicaciones más sencillas; por el otro, porque desnuda los grotescos intereses de una nación en decadencia.
La única manera de combatirlos es creando discursos más explícitos. ¡Sí al aborto! ¡Sí a la diversidad sexogenérica! ¡Sí a los programas sociales! ¡Sí a la educación universal! ¡Sí a la democratización de las instituciones! ¡No al secuestro de los órganos de gobierno! ¡No al poder judicial al servicio de unos cuantos! ¡No a la privatización de la vida pública! ¡No al injerencismo estadounidense! Por lo demás, que se lleven las rimas que les hagan falta. Les quitaremos la máscara una y otra vez.