La Premio Cervantes vivió durante once años en México, donde se codeó con Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis y otros intelectuales célebres. También con la entrañable Elena Jordana.
I
En la reciente edición 43 del Foro Internacional de la Cineteca Nacional se incluyó el documental Ida Vitale (2022), de la directora María Arrillaga, y luego se integró a la programación; publicó MILENIO.
La uruguaya Ida Vitale conoció a su paisana María Arrillaga desde que la realizadora era una niña y por eso permitió que la grabaran en su casa de Montevideo. Resulta conmovedor ver a la poeta centenaria revisando cajas que contienen documentos y cartas, con el afán de depurar y tener más espacio. “¿Algún día estará esto arreglado?”, se pregunta a sí misma con una angustia fingida que resulta graciosa.
Ida se topa con añejas cartas de Enrique Fierro (1941-2016) que por supuesto libran el filtro de la limpieza. Se trata de su segundo esposo, con quien vivió medio siglo y fue el amor de su vida.
En 2019, María Arrillaga acompañó a Vitale al paraninfo de la Universidad de Alcalá, donde la poeta recibió el prestigiado Premio Cervantes. Con su pequeña cámara, la directora registró el momento en el que los encargados del protocolo le indican a la escritora que los reyes de España entran primero y luego ella.
Y así sucede: Felipe VI con sus casi dos metros de altura y Leticia Ortiz con treinta centímetros menos, avanzan hacia el interior del recinto. Atrás de ellos, la pequeña gigante Ida. Ya hubiera querido Luis Buñuel una escena como esa.
II
Ida Vitale llegó a nuestro país a mediados de los setenta y vivió aquí durante once años. Parte de esas vivencias están plasmadas en el libro Shakespeare Palace. Mosaicos de su vida en México (1974-1984), publicado por Lumen en 2018.
Con pluma fina, ágil y divertida, Vitale nos transporta a un Distrito Federal en el que ella se movía a bordo de un auto Volkswagen 67 con el cual mantuvo una relación casi amistosa, y que utilizó no solo como vehículo sino también “de escritorio, taller de traducciones, lecturas, tejidos”.
Huyendo muy a tiempo del militarismo en su país, Ida y Enrique Fierro llegaron a México casi con una mano adelante y otra atrás. Aquí fueron recibidos generosamente por Ulalume y Teodoro González de León, aunque muy pronto Elena Jordana los puso en contacto con sus caseros de la calle Shakespeare, colonia Anzures.
A Ida y su esposo les mostraron un departamento vacío de ese edificio y pagaron por adelantado dos meses de renta, lo que serviría para realizar algunas modificaciones en el inmueble. Fue así que los sudamericanos supieron lo que era lidiar con albañiles chilangos.
Luego de varios días sin ver avances en la obra, ella preguntó cuánto tiempo tardarían en acabar. La respuesta fue un tanto ambigua: “quién sabe, señito”.
En ese momento, el término “señito” le cayó como balde de agua helada solo porque iba acompañado del “quién sabe”, lo que equivalía a más días sin tener un espacio propio para vivir. En otro apartado del libro dice que, en realidad, le encantaba oír “el génerico señito, prudente ambigüedad entre señora y señorita, cosa de no ofender a nadie”.
El título del libro es, pues, un guiño al departamento en la calle Shakespeare, un verdadero palacio para dos enamorados en el exilio.
III
Enrique Fierro entró a trabajar en la UNAM e Ida Vitale en el Colegio de México, ella bajo las órdenes de Tomás Segovia. Paralelamente colaboró en Diorama de la cultura y en Plural, del periódico Excélsior, donde trató a Ignacio Solares y Octavio Paz.
Aunque en todo momento expresa admiración y gratitud a Octavio Paz, Vitale cuenta que su primera colaboración para Plural nunca fue publicada, aunque sí pagada. Le pidieron un texto acerca de un número monotemático de la revista francesa Change sobre literatura latinoamericana y ella fue un tanto crítica (“oscilé entre el humor y lo ácido”). Se trataba de una “revista amiga” y aquel artículo se perdió en la noche de los tiempos. Ella no reclamó y semanas después le solicitaron algo más para su verdadero debut.
En 1976, al producirse el golpe al Excélsior de Julio Scherer, obviamente Vitale deja de colaborar en ese diario. Seguiría con Octavio Paz en Vuelta, aportando ensayos y traducciones.
IV
De las páginas de Shakespeare Palace se desprende que Álvaro Mutis y su esposa Carmen fueron de los mejores amigos que tuvieron Ida y Enrique en el entonces Distrito Federal.
Cierto día, Vitale comentó en casa de los Mutis que le había gustado mucho Crónica de una muerte anunciada, que recién acababa de publicar Gabriel García Márquez. Sin embargo, Álvaro y Carmen se paralizaron cuando Ida dijo que en ese libro había comprobado que Gabo era humano, pues encontró una falla sintáctica.
De momento, Vitale no entendió por qué sus amigos se preocupaban tanto por un detalle de esa naturaleza, pero luego supo que Carmen solía leer los originales de García Márquez, antes de que él los enviara a la editorial.
La relación de Ida Vitale con García Márquez no fue muy estrecha, pero ambos tenían en común la amistad de Álvaro Mutis y eso era suficiente para generar milagros.
Ida colaboraba en El correo del libro, revista mensual de la Secretaría de Educación Pública dirigida a los maestros, donde le pidieron que consiguiera un texto exclusivo de García Márquez acerca de Crónica de una muerte anunciada. La tarea se veía casi imposible, pero Vitale le comentó eso a Álvaro Mutis y él habló con su gran amigo.
Juguetonamente, García Márquez sugirió que Ida escribiera el texto y él lo firmaría como propio. La poeta así lo hizo y Gabo firmó al calce, solo agregando tres líneas manuscritas. El artículo se publicó tal cual y todos contentos.
V
La lista de intelectuales y artistas con los que Ida Vitale entró en contacto en México es muy larga: Juan José Arreola, Juan Rulfo, Fernando Benítez, Huberto Batis, Emmanuel Carballo, Inés Arredondo, Alejandro Rossi, Juan de la Cabada, José de la Colina, Juan José Reyes y un largo etcétera.
Mención especial merece la argentina Elena Jordana. Vitale la recuerda como una mujer libre, generosa, que casi siempre tenía dificultades económicas. Menciona que, en esa época, Elena publicaba libros con hojas de papel de estraza y portadas confeccionadas con desechos de cajas de cartón.
Ida Vitale no lo dice en su libro, pero Elena Jordana era capaz de publicar tanto a escritores famosos (Octavio Paz, Nicanor Parra, Ernesto Sábato), como a poetas jóvenes y desconocidos (Doce modos, del Taller de Poesía Sintética) en su rústica editorial El Mendrugo.
VI
En 2014 entrevisté por teléfono a Ida Vitale porque se acababa de anunciar que le darían tanto el Premio Internacional Alfonso Reyes como el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En aquel momento ella vivía en Austin, Texas.
Entre otras cosas, le pregunté cómo logró zafarse del imán que atrapa a los fuereños que llegan a la Ciudad de México. Su respuesta: “Lo que pasó fue que se habían ido los militares de Uruguay, así que había una cierta obligación de volver a lo que se suponía era el mundo de uno. Cuando hay militares de por medio, todo cambia; desde los nombres de las calles hasta el espíritu de la gente. Uruguay era un país de gente tranquila, sin demasiados odios, algo bueno para vivir. Pero después vino el desastre, las posiciones contrarias, la historia modificada. Lo que la gente cree no siempre es la verdad. La verdad siempre es mejor que la mentira. Entre una verdad horrible y una mentira horrible, es preferible la verdad horrible”.
VII
Los vasos comunicantes de Ida Vitale con México no cesan. Al momento de escribir estas líneas, ella estaba por presentarse en la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios, organizado por la UNAM, para participar en un conversatorio con Luis García Montero acerca de la relación entre la poesía y el exilio. Es decir, su mero mole.
En el libro Procura de lo imposible (FCE, 2018), aparece el poema “Exilios”, que inicia así: “Están aquí y allá: de paso, / en ningún lado. / Cada horizonte: donde un ascua atrae. / Podrían ir hacia cualquier grieta. / No hay brújula ni voces”.