Por Alexandra Ruiz
Pesada es la luz que le llama a esconderse, retirarse de aquella compresión que no había sido invitada. La envuelve, a ella, este desolado campo que entre lápidas y astillas yacen los desvanecidos.
Sus hombros son tensos, la mano inerte. Como si a esta soledad ya se le hubieran resignado los días. ¡Mira cómo suspira!
Alguna vez fuimos otros, estos.
Cómo se detiene el viento… que se niega a recorrer las fibras de ese ropaje cálido que le acompaña ante lo perdido.
Un reflejo cristalino vislumbra en su mirada, pasan las horas; la vestimenta que le arropa cae como un delicado manto sobre su cuerpo. El sostén de las sombras avisa de un próximo atardecer, ante estos vestigios donde la renuncia le abraza.