Por Carlos Chavarría
Las contradicciones implícitas en mantener la apariencia democrática cuando en realidad se vive dentro de una autocracia, siempre serán un lastre cuando se trata de enfocar en el futuro profundo, porque los que encabezan el oligopolio político luchan por mantener el estado de las cosas que mucho les conviene a sus propósitos.
Cualquier modelo de futuro deseado que se convierta en causa e impulso para la acción de grupos, por fuerza tendrá que fijarse y estar inscrito en términos de derecho para que el modelo no sea arrastrado por la política y el poder real en las sociedades.
“Las relaciones entre derecho y poder (política) se remiten y comunican recíprocamente con independencia de si quién las estudia adopta la perspectiva de la teoría política o la perspectiva propiamente de la técnica jurídica. A pesar de ello, aún es lamentable la falta de comunicación y la mutua ignorancia que suele existir en un grandísimo número de casos entre politólogos y juristas a la hora de ocuparse de temas y problemas de estudio tan íntimamente relacionados” ( Zermeño, A., Andamios 2020).
El problema de “congelar la política” (Serrano, E., 2011) en términos de derecho es que también se congelan y quedan insertas todas las contradicciones e incongruencias que se negociaron entre partes en algún momento antecedente, en la búsqueda de algún equilibrio. Reforma judicial negociada por ejemplo.
Es muy común que los agentes políticos y sociales de todo tipo, construyan y luchen por narrativas y emblemas que luego abominan cuando ahora esos mismos agentes personifican y ejercen al poder. Por ejemplo, cuando se debilita la división de poderes o se concentra todo el poder en una sola entidad en nombre de la justicia, una vez alcanzado el nuevo estado de cosas, se empieza a vivir en la contradicción básica de todas las autocracias contra las bases éticas de la justicia.
La disolución de las oposiciones políticas por medio de la negociación conveniente para opuestos, no solo anula el debate como salida hacia la construcción de cualquier futuro consensuado, sino que condena de manera irremediable a la política misma al cínico papel de mostrarse atrapada sin pudor alguno entre la incongruencia y la contradicción, y la codicia personal e individual, del bien común ni hablar, porque sucumbirá ante la estulticia más abyecta operada como narrativa desde el poder.
En su obra “ Elogio de la Locura”, Erasmo de Rotterdam hace una relación puntual de las «ventajas» de la Estulticia sobre la Razón; señala lo felices que son los hombres cuando viven arropados por la necedad, situación de la que no escapan ni siquiera los “Gramáticos, los Filósofos, los Teólogos, los Papas, los Obispos Germánicos, los Reyes ni los Príncipes”. La estulticia se presenta ante un auditorio donde desarrolla un elogio de sí misma, logrando que su sola presencia desarrugue entrecejos y produzca cálidas sonrisas.
Enumera una por una sus cualidades, vanagloriándose de que sus muchos beneficios, se reparten entre todo tipo de personas, desde el pueblo que se contenta con pláticas y opiniones insulsas, hasta los gobernantes, juristas y escolásticos que se embriagan y ufanan de toda clase de diversiones y negocios.
El Elogio fue una crítica, que, además de exhortar a una reflexión e indirectamente a un cambio, atacaba como su blanco principal cierta contradicción en las funciones o cargos que ejercían personas de los sectores más importantes del momento.
Esa contradicción consistía en que los individuos que habían asumido ciertas vocaciones u ocupaban algunas posiciones u oficios importantes en la sociedad, en vez de cumplir los objetivos de dichas posiciones, seguían otros intereses, generalmente de tipo personal, relacionados con sus propias ambiciones, y generalmente teñidos de egoísmo, soberbia, pereza, codicia, y otras miserias humanas que en todo caso les llevaban a metas y logros que poco tenían que ver con la naturaleza del cargo o posición que ocupaban.
Son innumerables las contradicciones e incongruencias que han acompañado a las sociedades y hasta aprendimos a creer que se puede construir algo sólido a pesar de la endeble moralidad. Veamos.
La ciencia y el conocimiento son para beneficio de la humanidad, pero su dispersión se enfrenta al utilitarismo comercial que hace imposible su incorporación como conocimiento internalizado y explícito para todos.
El Estado fue creación de las sociedades para atender al bien común y lograr que ocurriesen solo cosas buenas y sin embargo los instrumentos de gobernanza son manejados desde el ocultamiento, la manipulación y la administración de la transparencia según los intereses. Ya nadie defiende a la verdad.
Redujimos la democracia a su componente electoral y supusimos que los personajes electos estarían al servicio de las comunidades, pero la realidad es que estamos a merced de la buena voluntad de los más altos funcionarios y esperando que no se equivoquen y nos condenen a más crisis.
Pero la contradicción suprema de la política autocrática será su atentado al eje rector de la civilización y es la libertad. Sin libertad plena “para” y libertad “de” es imposible construir ningún futuro preferible, porque para hacerlo se deben confrontar los términos sociales con los vericuetos y malabares que debe hacer el político para mantener ocultas sus incongruencias en una apariencia que atenta a todas luces contra el racionalismo.
“Por más consolidadas que estén las instituciones de garantía, siempre queda la posibilidad de la confusión y el sometimiento del controlador al controlado. […] De igual forma, sigue existiendo la posibilidad de que otros poderes sociales se hagan tan fuertes que sean, por decirlo de alguna manera [constitucionalmente inmunes], sustrayéndose en la práctica a cualquier forma de control eficaz y sobrepasando impunemente los límites que les imponen las normas fundamentales”. Ermanno Vitale, Defenderse del Poder, 2012