Por José Jaime Ruiz
La hipocresía de la derecha es selectiva: no critican el apellido Trudeau (ni su “zedillazo” judicial en Canadá), ni a la dinastía Bush. Sin razón, los hijos del presidente Andrés Manuel López Obrador (incluyendo a Jesús) fueron sometidos al escarnio mediático y digital.
En México pervivían dos apellidos simbólicos, el Cárdenas social (Lázaro) o el Alemán oligárquico (Miguel). El apellido no hace al nombre, ni al hombre ni a la mujer. Algunos nacionalistas, López (Mateos y Obrador), otros antipatriotas (Salinas y Zedillo), acaso sangrientos (Calderón), orates (Fox) o despeñados en su propia memez (Peña Nieto). En la prosaica heráldica del jarro presidencial todo cabe. Si el hábito no hace al monje… que el apellido no esponje.
Los intelectuales orgánicos de la derecha suspiran por la monarquía, Enrique Krauze como súbdito del rey español; Héctor Aguilar Camín y su historia revisitada: “¡Muera Hidalgo, viva Iturbide!”, o halagan de plano el autoritarismo sangriento de Porfirio Díaz. Los extremos se tocan en el baile absurdo de la historia: para el subcomandante Marcos, López Obrador es el peor crisol de todos, desde Díaz Ordaz hasta Salinas de Gortari. Y ahora resulta que Andrés López Beltrán es el heredero del maximato de López Obrador, quien prolongaría su dinastía en 2030.
López Beltrán, según una anécdota de su padre, despreciaba la política: “Una vez Andrés, llegó un circo a Tabasco, estaba pequeñito, y me pidió que los llevara al circo. Y tenía yo una asamblea; no una, varias, con comunidades en la tarde. Y le dije que no, que tenía yo compromiso. Y, entonces, se enojó mucho, se puso a llorar y se fue al cuarto y se encerró. Y ya cuando me iba yo a las asambleas fui y le toqué la puerta —eso, así son los hijos— y le digo: ya me voy, ábreme. Y ya me abrió. Y le dije: Ya, ya hijito, ya, mi amor, ya dame un besito. Y me dijo: ‘Que te lo dé la política’, pero le puso otra cosa”. No sabemos que adjetivo utilizó Andy, tal vez que te lo dé la “pinche política”.
La tarea de Andy es compleja: la consolidación de Morena como brazo operativo y electoral del Segundo Piso de la Cuarta Transformación, es decir, hacer partido sin perder el movimiento social. Hay confianza en esa tarea, Claudia Sheinbaum lo apuntó: “Él tiene experiencia organizativa, es, digamos, el fuerte de él es la organización. Cuando fui jefa de Gobierno él ayudó a la organización de los comités de Morena en la Ciudad de México. Tiene mucha experiencia y me da gusto, pues también es una nueva generación que va a participar en esta parte del proceso, ya para consolidar a Morena”.
No existe regreso, la revolución de las conciencias en la clase social de los desposeídos debe profundizarse. Adquirir conciencia es adquirir libertad, transformar, revolucionar la vida cotidiana, combatir el consumismo y la especulación. Por el bien de todos primero los pobres, sí, con bienestar compartido. Por eso la pertinente, la lejana cercanía de José Revueltas para los jóvenes: “Necesitamos del modo más militante que se pueda, estudiar economía, historia, biología, higiene y tantas cosas indispensables al crecimiento y desarrollo del país. Esto es una labor heroica y abnegada, tan noble, tan generosa –decía yo a un amigo lejano—como pegar manifiestos en las calles… Actividad creadora, fecundidad, un silencioso y tenaz heroísmo y una inflamada, una alegre austeridad”.
Frente al Segundo Piso de la Cuarta Transformación, la banalidad conservadora habla y escribe de monarquías, dictaduras, herencias políticas, babea sus heridas, provoca a López Obrador, Lenia Batres, Fernández Noroña, Loretta Ortiz con su deriva fascista; no reflexionan, especulan… ajenos a la Historia, arrastran la cobija y ensucian sus apellidos: Gómez Morín, Calles.
