Han pasado 10 años desde la noche de Iguala; aquella en la que 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecieron y hoy, su paradero, así como muchas de las circunstancias del crimen del que fueron víctimas, aún son un enigma; publica MILENIO.
La noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre de 2014 marcaron la vida de 43 familias de Guerrero y de todo un país que se cimbró por un crimen que arroja más incógnitas que respuestas.
Pasando por la llamada «verdad histórica», marcada por la tortura de los detenidos y por la desestimación de las declaraciones, y nuevos datos que ha arrojado la investigación del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el caso ha estado marcado por la sombra de la injusticia.
A 10 años de los hechos de Iguala, recordamos a los 43 jóvenes que desde ese día desaparecieron y a los que hoy hacemos homenaje.
¿Quiénes son los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos?
Abel García Hernández
Abelito, como le decían sus compañeros, tenía 19 años cuando fue desaparecido. Es mixteco, el penúltimo de los siete hijos de Micaela Hernández y Celso García Aristeo. Es originario de la comunidad Huamuchitos, en el municipio de Tecoanapa.
Desde niño quería ser soldado para proteger a su comunidad, pero decidió entrar a Ayotzinapa para convertirse en maestro y ayudar a su padre con los gastos de la casa.
Su familia lo describe como alguien callado, pero que gustaba de hacer reír con sus ocurrencias; disfruta cantar, tocar la guitarra, dibujar, escribir y cuidar de sus seres queridos. Tenía novia, Jazmín; un amigo fiel, Joaquín; y un caballo, que murió al poco tiempo de que desapareció.
En la Normal, junto a una maleta con sus pertenencias, fue encontrada una libreta donde escribió una promesa: “Lo imposible me tardaré, pero lo lograré».
Abelardo Vázquez Penitén
Nació el 20 de septiembre de 1995 en la comunidad de Atliaca en el municipio de Tixtla de Guerrero; vivía con sus padres María Micaela Hernández y Celso García Aristeo, además de sus seis hermanos: Jesús, Verónica, Edith, Óscar, Jorge y Estela.
A Abe o Pájaro, como lo llaman sus amigos, le molesta que le dijeran así porque no tenía plumas, pero en el fondo le gusta su apodo por la ilusión de poder volar; sus amigos y familiares recuerdan que es un apasionado del futbol, le gusta el baloncesto, cantar y tocar guitarra.
De acuerdo con el Centro ProDH, apoyaba a sus compañeros de escuela en matemáticas, pues él entendía cosas que a los demás les costaba un poco más de trabajo comprender; le gusta la escuela y jamás molesto a nadie.
Apoyaba a su padre en vacaciones y fines de semana en trabajos de albañilería, así como en la siembra de maíz, frijol, semilla de calabaza y jamaica; Abel ingresó a la Normal porque quería ser maestro bilingüe y ser un hombre de bien, apoyar a la comunidad y dejar una huella en el mundo.
Adán Abraján De la Cruz
Nacido en Tixtla, Guerrero, el 2 de enero de 1990, Adán Abraján de la Cruz siempre estuvo arraigado a su comunidad. Proveniente de una familia humilde y trabajadora, Adán creció en un entorno que le inculcó valores de esfuerzo y sacrificio. Desde muy joven, asumió la responsabilidad de cuidar a su esposa, Érica de la Cruz Pascual, y a sus dos hijos, José Ángel y Allison. La vida cotidiana de Adán giraba en torno a su familia; trabajaba durante la semana para sostener a los suyos, y los sábados estudiaba para culminar su educación secundaria, lo que logró un año después del nacimiento de su primer hijo.
En julio de 2014, Adán ingresó a la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa con el objetivo de darle a sus hijos una vida mejor y servir de ejemplo para ellos. A pesar de las dificultades económicas y el tiempo que había pasado trabajando, Adán no dudó en retomar sus estudios. Poco antes de su desaparición, había contraído matrimonio civil con Érica, con la esperanza de celebrar pronto una ceremonia religiosa.
La desaparición de Adán dejó una profunda herida en su familia. Su esposa Érica ha tenido que asumir el rol de madre y padre, cuidando y defendiendo a sus hijos en medio de una búsqueda que parece interminable. Los padres de Adán, Bernabé Abraján y Delfina de la Cruz, dejaron de lado sus actividades agrícolas, dedicándose completamente a la exigencia de justicia para su hijo. El vacío que dejó Adán a sus 24 años congeló el tiempo para sus seres queridos, quienes siguen esperando respuestas sobre su paradero y anhelan el día en que su familia vuelva a estar completa.
Antonio Santana Maestro
Antonio Santana Maestro forjó su vocación desde niño, cuando acompañaba a su madre, una maestra de primaria, a su lugar de trabajo. Creció en la colonia San Isidro, en Tixtla, rodeado de su familia, entre ellos su abuela Brígida, a quien consideraba su «mamá». Desde una edad temprana, demostró una inteligencia fuera de lo común y una habilidad innata para retener información.
A menudo le decían Copi por su capacidad de recordar datos sin necesidad de consultar libros, lo que alimentó su interés por la lectura y el aprendizaje autodidacta. En los talleres políticos de la Escuela Normal Rural «Raúl Isidro Burgos» de Ayotzinapa, se destacó por su elocuencia y su capacidad para hablar sobre cualquier tema, impresionando tanto a compañeros como profesores.
Antonio no solo destacaba en lo académico, sino también en el ámbito familiar. Desde joven ayudaba a su familia trabajando en el campo, en una tortería y vendiendo empanadas. Su responsabilidad y enfoque en el trabajo le permitieron contribuir económicamente al hogar mientras cultivaba una pasión por la enseñanza. Aunque su timidez fue notoria desde la primaria, donde rechazó la invitación para formar parte de la escolta escolar, su convicción hacia sus objetivos firmes. En su graduación del Colegio de Bachilleres 11, decidió no tomarse la foto con el diploma, declarando que «van a retratarme cuando tenga una carrera«.
Esta determinación lo llevó a postularse como normalista, donde en 2014 logró ingresar tras haber retrasado su ingreso un año debido a problemas con su certificado de bachillerato.
Organizador de juegos de futbol y mentor de su entorno cercano, su ausencia es sentida incluso por su perro Bobis, quien dejó de comer y enfermó tras notar que Antonio no volvía.
Alexander Mora Venancio
Con dos grandes sueños: ser maestro y futbolista profesional, Alexander Mora Venancio, de 19 años, era un joven lleno de ilusiones, energía y vocación de servicio. Nacido el 25 de abril de 1995, originario del humilde pueblo de El Pericón, Guerrero. Vivía con su padre Ezequiel Mora y sus hermanos en una casa humilde, pero siempre con las ganas de salir adelante. Decidió seguir su sueño de ser maestro en la Normal Raúl Isidro Burgos, donde empezó a cursar el primer grado.
Después de más de un mes en la escuela, Alexander viajó emocionado a El Pericón para reunirse con su familia y amigos del futbol, con quienes jugó un último partido antes de desaparecer.
En diciembre de ese mismo año, se confirmó que un fragmento óseo encontrados en un río y un basurero municipal de Cocula eran identificados como los restos de Alexander Mora Venancio. Su padre Ezequiel Mora con tristeza y no conforme, luchó hasta el último aliento por justicia para su hijo y los otros 42 estudiantes desaparecidos. A pesar de las dificultades y la falta de respuestas, Ezequiel mantiene viva la esperanza de que algún día se esclarezcan los hechos y se rinda cuentas a las autoridades responsables.
Benjamín Ascencio Bautista
Benjamín Ascencio Bautista creció en Alpotecancingo, una de las 57 comunidades que tiene Ahuacoutzingo, en el municipio de Chilapa de Juárez, Guerrero. Anhelaba cumplir la mayoría de edad para salir de su pueblo rodeado de montañas, quería ser maestro y si tenía que viajar al extranjero lo haría por la derecha y con sus ahorros, ya que, llegar a Estados Unidos sin documentos le parecía peligroso.
Ascencio Bautista nació el 9 de abril de 1995 y para conseguir su sueño de ser maestro, entró en agosto de 2014 a la Normal Rural de Ayotzinapa, donde pasó pruebas físicas; incluso que le provocaron golpes en el rostro, lesiones en los huesos, entre otros malestares.
Desde niño, Benja se hizo orgulloso, necio, aferrado a sus ideas, quizás por la distancia que tiene con su papá, quien lo abandonó a él y a sus hermanas cuando tenía cuatro años por irse a Bridgeport, Connecticut. Siempre decía que él nunca sería como su papá, que él tendría una familia y como maestro aportaría algo a su comunidad, a su país, señala el Centro ProDH.
Los días sin Benjamín han sido difíciles para sus familiares. Dicen que el recuerdo de Benja es tal, que se le ve bailando su canción preferida, Thriller, éxito de Michel Jackson, la cual el normalista se sabía por la influencia estadunidense en su comunidad.
Bernardo Flores Alcaraz
Bernardo Flores Alcaraz, apodado El Cochiloco, por su parecido con el actor Joaquín Cosío, nació el 22 de mayo de 1993 y era el mayor de tres hermanos.
En su primer día en la Normal Raúl Isidro Burgos, en 2013, él y sus compañeros se sentaron a ver la película El Infierno y todos dijeron que se parecía al actor Joaquín Cosío, por alto, fuerte, tosco y “desmadroso”.
Su mamá enseñó a leer y a escribir a muchos albañiles y empleadas domésticas, de ahí el deseo de Bernardo por ser maestro.
Flores Alcaraz, quien tenía más de un año de cursar estudios en la Escuela Normal Rural, fue identificado como uno de los primeros jóvenes que enfrentó a la policía de Iguala la noche del 26 de septiembre de 2014.
Al momento de su desaparición, Bernardo Flores Alcaraz tenía 21 años y, al igual que todos sus compañeros, provenía de una familia humilde.
Carlos Iván Ramírez Villarreal
Carlos Iván Ramírez Villarreal tuvo que madurar rápido para hacerse cargo de su hogar, en donde sembraba alimentos y criaba animales, porque su padre y dos hermanos mayores se fueron a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades; pese a esas responsabilidades, nunca dejó los estudios.
El muchacho vivía solo con su madre y su hermana menor, pues no conoció a su padre sino hasta que cursaba la secundaria. Desde entonces se volvieron inseparables, también se repartieron el trabajo de sembrar maíz y jamaica en su natal Ayutla de los Libres, Guerrero.
Carlos Iván tenía 20 años en 2014, cuando comenzó el calvario para su familia. Estudiaba en la escuela normal Raúl Isidro Burgos, porque no podía costear una vida en Chilpancingo. Desde esas aulas perseguía su sueño de ser maestro en la comunidad de Cerro Gordo.
Margarito, su padre, recuerda la última vez que ambos prepararon la tierra para sembrar como era costumbre, el fin de semana antes de que su vida diera un giro de 180 grados. Nadie lo esperaba, pero ese viernes 26 de septiembre comenzó un calvario para sus seres queridos.
Carlos Lorenzo Hernández Muñoz
Carlos Lorenzo Hernández Muñoz es el mayor de cinco hermanos, y portero en los partidos de futbol que jugaba desde que era niño en las canchas de Huahintepec, la Costa Chica de Guerrero.
El Frijolito, como lo llaman sus amigos, nunca le tuvo miedo al trabajo duro pues desde que era adolescente se desempeñó como albañil junto a su padre, pero su verdadera vocación era la docencia. Para conseguir su meta de ser maestro, ingresó a la Normal Isidro Burgos el mismo año en que su familia comenzó a buscarlos.
La familia de Carlos Lorenzo se quedó en su localidad de origen, pero él se fue a Ayotzinapa para trabajar en sus objetivos. Cuando terminó la preparatoria lo despidieron con barbacoa de pollo, y hasta unas cervezas aunque no acostumbraba beber.
El ataque sufrido por el joven, que ese día tenía 18 años, no era el primero que vio en la vida, de hecho ayudó a un grupo de compañeros cuando fueron detenidos por la policía de Iguala. Apenas semanas antes de la última vez que se supo dónde estaba.
César Manuel González Hernández
César Manuel era originario de Tlaxcala, pero llegó a la Normal Rural de Ayotzinapa para consolidar su sueño de ser maestro; y es que ya lo era, pues formó parte del programa del Consejo Nacional de Fomento Educativo, gracias al que enseñó a niños de comunidades pobres a leer y escribir.
De César se conocía bien su pasión por enseñar, su gusto por los toros, el respeto con el que le hablaba a su padre y la serenata que llevaba a las madres de su familia cada 10 de mayo.
Su madre, Hilda, contó que la última vez que vio a César Manuel fue cuando lo acompañó a la central de autobuses, donde tomó el camión que lo llevó a Guerrero.
Cristián Alfonso Rodríguez Telumbre
Cristian, o Clark, como le decían por sus lentes de pasta, desapareció cuando tenía 19 años. Era el único varón en una familia con cuatro hijos. Creció en Tixtla y, aunque quería otra profesión, las condiciones materiales no ayudaron, por lo que entró a Ayotzinapa.
Clark era un joven activo. Se le recuerda bien por su participación en un grupo de danza folclórica y por su carácter de alumno serio. Físicamente, era alto, moreno y con fuertes ojos negros.
El 19 de junio de 2020 la Universidad Innsbruck informó a autoridades mexicanas que una de las piezas óseas que analizaron correspondía a Christian. Esos restos fueron hallados en una barranca, no el basurero del que habló Murillo Karam, tampoco en el río San Juan.
Cristián Tomás Colón Garnica
De acuerdo con el Centro Prodh, Christian tenía 22 años al momento de su desaparición; es originario de Tlacolula, Oaxaca, y decidió estudiar para ser maestro por vocación y necesidad; “completamente entregado a su formación académica, hoy sería maestro, pero sigue desaparecido”.
Antes de entrar a la Normal, sus días se dividían entre la escuela, lecturas, tareas y futbol. Era era menor de cinco hermanos y sus padres lo definen como una persona amorosa, tranquila, con pocos amigos, pero a su vez tenaz y determinado.
Su familia tenía un terreno en el que cultivaban maíz, frijoles y calabaza; y su padre, Juan Colón, trabajaba en otros campos y en construcciones. Ya que la familia no contaba con los recursos suficientes, Christian había entrado a estudiar a la Normal Rural, en búsqueda de sus sueños.
“Mi hijo es muy noble, trabajador y estudioso. Recuerdo lo sorprendido que estaba cuando estudiaba hasta tarde. Somos de una familia de muy pocos recursos y estas escuelas normales son la única forma en que estos jóvenes pueden salir adelante. Realmente no sabemos qué vamos a hacer si no están vivos. Sería demasiado para mi familia y para mí”, dijo su padre.
Cutberto Ortiz Ramos
Sus amigos lo llamaban El Komander debido a su barba y bigote que lo hacían parecer al famoso cantante de música regional; Cutberto Ortiz Ramos nació en febrero de 1992. De acuerdo con el Centro Prodh, su familia tomó la decisión de registrarlo con el nombre y la fecha de nacimiento de uno de sus tíos abuelo, quien desapareció en la guerra sucia. Ahora la historia se vuelve a repetir.
A Cutberto le gustaba jugar a la escuela cuando era niño, instalaba un salón imaginario al lado de su casa en San Juan de las Flores y les daba clases a sus cuatro hermanos. En la primaria participaba en concursos de poesía; en la secundaria, de oratoria; y para la preparatoria ya era ganador en las competencias.
Fan de los Pumas, trompetista y parte de una banda de música de viento, comenzó a estudiar en la Normal Rural de Ayotzinapa para cumplir su sueño de ser maestro. Hoy, su familia aún lo busca, y lo recuerdan.
Doriam González Parral
Entre los 43 normalistas desaparecidos aquel 26 de septiembre de 2014, está Doriam González Parral, quien entró a la Normal Rural de Ayotzinapa junto con su hermano Jorge Luis González Parral, de quien tampoco se sabe su paradero.
Doriam tenía como apodo Kinder, refiere el Centro Prodh, atribuido a su apariencia de niño. Además, se le describe como un muchacho tímido, que no solía andar por la calle. No obstante, se le reconoce por «aplicado».
El joven se dirigía a Aristeo, su padre, con respecto, hablándole de usted, y así era en su andar diario, sin groserías ni disparates.
Doriam tenía solo 19 años cuando desapareció junto con su hermano Jorge, de 21 años.
Emiliano Gaspar de la Cruz
“Sereno, racional e inteligente”, así se describe a Emiliano Alen Gaspar de la Cruz, estudiante de la Normal Rural de Ayotzinapa. Su rostro y su nombre aparecen entre los 43 normalistas desaparecidos desde el 26 de septiembre de 2014.
Según el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh), a Emiliano Alen le gustaba el orden y la leche bronca.
El joven de 23 años, se crió en Omeapa, una comunidad pequeña que pertenece al municipio de Tixtla, en Guerrero, donde vivió con su padres Celso y Naty, así como con sus hermanos.
Emiliano Alen entró a la Normal Rural de Ayotzinapa tras ser rechazado en otras escuelas. Sin embargo, la cercanía de este centro de estudios le permitía pasar tiempo con su familia y apoyar con las labores del campo a las que se dedicaba la familia. A la fecha se desconoce su paradero.
Everardo Rodríguez Bello
Everardo Rodríguez Bello, es originario de San Juan Omeapa, municipio de Tixtla, Guerrero, y quienes lo conocen le dicen Kalimba o Kali, por su parecido con el cantante mexicano. Es el cuarto de siete hermanos, sus dos hermanas mayores se han casado y formado una familia en Cuernavaca y Tixtla.
Antes de Everardo nació Raúl, le siguen Luis Gustavo, Lucas Leonel y Esveidy Viridiana; sus padres, Minerva Bello Guerrero y Francisco Rodríguez Morales son un matrimonio consolidado desde hace más de 30 años, quienes le enseñaron a valerse por sí mismo desde temprana edad.
Durante su niñez y adolescencia, Kali trabajó en el campo, ya que, se alquilaba en las épocas de cosecha y según Mine, su mamá, “él es feliz trabajando la tierra”. Familiares y amigos lo describen como un amante de los animales, uno de sus mejores momentos era salir a recoger leña en su caballo.
El futbol y la música son sus pasiones. Everardo y tres de sus hermanos eran integrantes de la Banda de San Juan Omeapa y todos los fines es el defensa estrella del equipo de su localidad.
Su familia aún lo espera para festejar los cumpleaños atrasados con su comida favorita, salsa de chile verde con cebolla y tortillas recién hechas que él mismo se encargaba de cocinar.
Felipe Arnulfo Rosa
Felipe Arnulfo Rosa nació el 4 de mayo de 1994 en la comunidad de Rancho Ocoapa, municipio de Ayutla de los Libres, Guerrero. Cuando fue víctima de desaparición forzada apenas tenía escasos cuatro meses de cumplir los 20 años y estaba a punto de iniciar sus estudios en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa.
Sus padres son el señor Damián Arnulfo y la señora Dominga Rosas y tiene dos hermanos. Desde hace 10 años Damián y Librada se han encargado de unirse a la búsqueda de Felipe y la Normal se ha vuelto su segundo domicilio.
La familia Arnulfo Rosa es mixteca y actualmente vive en Rancho Ocoapa, una comunidad enclavada en la Sierra Madre del Sur, donde solamente hay una escuela primaria, la “Benito Juárez García” y donde Felipe comenzó su historia escolar.
Felipe estudió la secundaria en la escuela Plan de Ayutla y después en el Colegio de Bachilleres Plantel 8, que ocupa el tercer lugar en el estado de Guerrero con la matrícula más numerosa. En su bachillerato personal de la Normal de Ayotzinapa fue al plantel para invitar a su generación a formarse como maestros, y él cumplía con todos los requisitos: ser de bajos recursos y de padres campesinos.
Convencido se inscribió al sistema de internado que garantiza educación, vivienda y alimentos sin costo alguno, con el objetivo de culminar la licenciatura en Educación Primaria Intercultural Bilingüe, ya que Felipe junto con otros cuatro compañeros hablaba mixteco.
Giovanni Galindo Guerrero
Apodado como Spider, Giovanni Galindo Guerrero era un joven delgado.
Disfrutaba correr a brincos, por ello nació su sobrenombre.
Es uno de los 43 normalistas desaparecidos desde hace 10 años tras la trágica noche de Iguala.
Israel Caballero Sánchez
Israel Caballero Sánchez es un estudiante normalista proveniente de la comunidad indígena de Atliaca. Era protector con su hermana menor, a quien siempre esperaba en la calle a que regresara de la fiesta, así como con su hija recién nacida, a quien no cargó por el miedo a lastimarla; “está muy chiquita”, decía.
Poseía la habilidad para anticiparse a las necesidades de los otros y una amabilidad tan destacable que se convirtió en el mesero favorito de los comensales de El Quetzal, restaurante donde trabajó casi un año.
Soñaba con ser militar, pero también maestro bilingüe, pues siempre decía “lo que fuera con tal de ayudar a la gente”. Le llamaban Aguirrito por cantar una arenga burlona contra el ex gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, funcionario que renunció tras la desaparición de Israel y sus 42 compañeros.
Cuando desapareció, Israel tenía gripa y calentura, aunque eso no lo detuvo para participar en los hechos de aquella noche del 26 de septiembre, cuando sus compañeros le llamaron para pedirle que se uniera a la actividad.
Israel Jacinto Lugardo
Israel Jacinto Lugardo es recordado como «gordito» y de «buen diente». Tímido, introvertido, de pocos amigos y de pocas palabras.
Israel Jacinto, el menor de cuatro hermanos, tenía 19 años cuando desapareció. Ricardo, su hermano, dijo que sólo recuerda su voz.
En medio de estruendosos estallidos, con voz entrecortada y aliento agitado provocado por los gases lacrimógenos que lanzaban policías municipales de Iguala al interior del camión, Israel le dijo a su hermano: “Nos tienen rodeados”. “Cuelga, para que puedas respirar”, le respondió él. A partir de esa llamada, alrededor de las 23:11 horas del 26 de septiembre de 2014, su número telefónico mandó a buzón.
Jesús Jovany Rodríguez
Considerado el sostén de su familia, Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa nació el 24 de diciembre de 1993 en Chilpancingo, Guerrero. Su familia le dice de cariño Jova; sus amigos: el Churro, por su lunar.
Con pocos meses de edad, Jova debió mudarse al entonces Distrito Federal porque su padre consiguió trabajo en la Marina.
Cuando regresó a su estado natal sus padres se separaron y Jova se convirtió en el principal apoyo de su madre, sus hermanos y su sobrina. Para seguir ayudando a su familia, decidió que lo mejor era buscar una escuela que no representara un gasto mayor. Con esa idea llegó a la Normal de Ayotzinapa.
Jesús Jovany es calificado por amigos y maestros como un hombre puntual, comprometido con el trabajo, que alienta a sus compañeros cuando los ve flaquear.
Jhosivanni Guerrero De la Cruz
A la familia de Jhosivanni Guerrero De la Cruz le dijeron que él había muerto a manos del crimen organizado, que miembros de Guerreros Unidos lo secuestraron la noche del 26 de septiembre de 2014, lo asesinaron y quemaron en el basurero de Cocula para después arrojar sus restos en el río San Juan junto al resto de los normalistas de Ayotzinapa, pero no fue así.
Aunque el gobierno del ex presidente Enrique Peña Nieto insistió en esta versión, forenses de la universidad de Innsbruck en Austria, revelaron que algunos restos humanos encontrados a varios kilómetros del basurero, en la barranca La Carnicería, pertenecían a Guerrero De la Cruz, sumando cada vez más dudas a la llamada Verdad Histórica.
El padre y los hermanos de Jhosivani viajaron a Estados Unidos abandonando la pobreza del norte de Guerrero tiempo antes de la noche de Iguala, Jhosivani se quedó en esa tierra en la que apenas siembran ajonjolí, tomate, calabaza y chile; donde la escuela normal Isidro Burgos parece una alternativa para mejorar la calidad de vida.
Entrevistas cuentan que Jhosivani alguna vez soñó con ser veterinario, que también cazaba conejos y venados, que sus amigos le llamaban coreano por sus ojos rasgados y que quiso ser maestro.
“Él buscaba una oportunidad de sobresalir, aspiraba a tener una profesión y ayudar a la comunidad, porque en Omeapa (Guerrero) mandan maestros que no son de aquí, son de lejos, y son profesores que no le ponen suficiente interés a la niñez”, contaron familiares de Jhosivani al personal del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan.
Guerrero de la Cruz viajó desde la escuela normal de Ayotzinapa con destino a la Ciudad de México para la marcha del 2 de octubre de ese año, quizás días antes boteó con sus compañeros para tener más víveres y no apartaba la mira de su mochila para que no le hicieran maldades, como a veces pasa entre estudiantes.
Jhosivanni Guerrero De la Cruz fue parte de los 43 normalistas de Ayotzinapa al querer viajar junto a sus compañeros para pedir más recursos para su escuela, donde tienen el lema: «bienvenidos a lo que no tiene inicio, bienvenidos a lo que no tiene final, bienvenidos a la lucha eterna por ser mejores cada día, algunos le llaman necedad, nosotros le llamamos esperanza».
Jonás Trujillo González
Durante las primeras semanas de octubre del 2014 la foto de Jonás Trujillo González fue impresa en pancartas que recorrían el Centro Histórico de la Ciudad de México y otras calles del país bajo consignas de «justicia».
Su rostro serio, cuadrado y de boca y ojos pequeños llegó a millones de lugares en México y el mundo aunque su mamá dice que esa foto lo pondría triste, porque él era muy sonriente.
«Le gustaba trabajar porque le gustaba traer dinero. Le gustaban las chamacas, andarles haciendo relajito. Era muy sonriente. Muchos chamacos lo seguían porque le gustaba andar haciendo relajito, y siempre andaba riéndose, le daba la risada, sonriente él», lo recordó así su mamá en una entrevista para el medio Vice.
La escuela normal Isidro Burgos de Ayoptzinapa tiene, entre otros tantos, un lema que dice: «mientras exista pobreza, las normales rurales tendrán razón de ser».
Tal vez eso motivó a Jonás cuando quiso viajar a la Ciudad de México el 26 de septiembre del 2014 para pedir más recursos para la escuela normal de Ayotzinapa, tal vez ese lema le recordaba cómo ayudaba a su padre a cultivar mango, maíz y semillas de sésamo cuando él tenía siete años.
Jonás Trujillo González tenía alrededor de 20 cuando desapareció. Apenas había ingresado a esta escuela para algún día ser maestro y dejar atrás la vida como campesino.
En entrevistas, sus padres, Martín Trujillo Brito y Yolanda González Mendoza, dicen que lo nombraron así por la historia del profeta Jonás, quien fue arrojado al mar y devorado por una ballena durante tres días y tres noches y oró para regresar a casa, como quizás él también lo hizo en la noche de Iguala.
Jorge Álvarez Nava
Originario de La Palma, un pueblo ubicado a un costado de la carretera Tierra Colorada-Ayutla, Guerrero, Jorge Álvarez Nava es una de las 43 víctimas de Ayotzinapa. El menor de cuatro hermanos cambió la agricultura por los estudios, ya que tenía problemas de alergia; por lo que desde joven mostró una gran habilidad en el manejo de computadoras, con las que aprendió muchas cosas, entre ellas a tocar la guitarra, sobre todo canciones de Julión Álvarez.
Jorge se mudó con una tía a Tierra Colorada para poder cursar la preparatoria. Posteriormente, quiso estudiar Medicina; sin embargo, para pagar los gastos universitarios su padre, Epifanio Álvarez, intentó cruzar a Estados Unidos, pero fue detenido y deportado, por lo que la Normal Rural Isidro Burgos fue la única alternativa del joven para no dejar los estudios.
Tras meses de preparación física, Álvarez Nava logró entrar a la Rural Isidro Burgos; sin embargo, entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, el camión en el que viajaba el estudiante, con destino a una marcha en el entonces Distrito Federal, fue tomado y desde entonces su familia no volvió a saber nada de él.
Su madre, Blanca Nava, cuenta que su hijo estaba emocionado por conocer el Estadio Azteca. Ella le había advertido que tuviera cuidado con los bloqueos en la carretera y los operativos, pero su hijo le dijo que no se preocupara, que tenía que ir al viaje porque era parte de su novatada.
“Jorge es tranquilo, sensible y paciente. No le gustan las groserías ni los albures y, señalan sus compañeros, nunca dice las cosas de mala fe”, dice una semblanza sobre él del Centro Prodh.
Jorge Anibal Cruz Mendoza
Jorge Aníbal Cruz Mendoza vivió gran parte de su vida en el pueblo de Xalpatláhuac, donde solía meterse a bañar en La Cocamoca, un pozo típico de esa región de la costa chica del estado de Guerrero. La relación entre el joven y la Normal Rural Isidro Burgos es larga, ya que estuvo inscrito en dos etapas.
En la primera ocasión, Aníbal Cruz se salió de la escuela, ya que no resistió las fuertes condiciones con las que tienen que vivir los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa; sin embargo, tiempo después buscó regresar porque sus primos Doriam y Jorge Luis González Parra se inscribieran. Para esto, trabajó durante un año como mesero para ahorrar para sus estudios.
El joven normalista tenía gusto por los jaripeos a pesar de que su madre y su abuela no estaban muy contentas de que montara los toros, sin embargo, su tío, con quien disfrutaba de estos eventos y de partidos de futbol, lo apoyaba en su pasión.
“A Jorge Aníbal lo conocen sus amigos como El Chivo; es muy serio”, dice una ficha sobre él del Centro Prodh.
Además, Jorge Aníbal Cruz Mendoza también era corredor de caballos, actividad en la que era muy bueno y de la cual disfrutaba junto con un potro de color blanco, el cual hasta hace unos años se sabía que cabalga sólo esperando que algún día el joven jinete vuelva a montarlo.
Jorge Antonio Tizapa Leguideño
Hijo de Jorge Antonio Tizapa y de Hilda Leguideño, Jorge Antonino nació un 7 de junio; fue el segundo hijo del matrimonio.
Su hermana mayor, Carol, asegura que lo que más recuerda de su hermano es “cuando jugaban de niños”, pues menciona que siempre lo hacían en un árbol que se encuentra frente a su casa.
Celso, el esposo de Carol- hermana de Jorge Antonio- asegura que soño encontrarlo en un cerro.
“Fue en uno de los cerros, lo andábamos buscando: su mamá, sus hermanos, y él bajó. Yo le dije: ‘te andábamos buscando’. Él me contestó: ‘es que estábamos escondidos’. Y le respondí: ‘No manches, tu mamá está preocupada, vente, vámonos para la casa’. Pero nada más fue un sueño”, dijo su cuñado.
En la casa de Jorge Antonio, su madre conserva un altar con veladoras, crucifijos, un San Judas Tadeo, estampas de la virgen de Juquila y cuatro imágenes de la Virgen de Guadalupe.
Además, hay un mantel que dice: “Hijo, tu familia te ama. Primero Dios pronto estarás en casa”.
Jorge Luis González Parral
Jorge Luis González Parral es un joven que siempre tuvo el gusto por la música, en especial por la guitarra. Formó parte de la agrupación Poder Negro. Sus familiares aseguran que Jorge Luis tocaba en casi todas las fiestas que se realizaban.
De acuerdo con su padre, Jorge Luis es quien tiene mayor parecido a él, incluso en gustos y hasta en la altura.
«Si a mí me gusta tocar, aunque sea a uno solo de mis hijos, también”. Ése es Jorge: le gusta la música y andar de reventado”, comentó en una remembranza del Centro ProDH.
Jorge Luis es parte de cuatro hijos que sus padres tuvieron, quienes a decir del padre todos son unos jóvenes tranquilos, y asegura se les brindó la mejor educación.
“No crea que a mis hijos le gustan los disparates ni las groserías. Eso sí que no”.
Su padre asegura que cada día observa la guitarra que hijo Jorge Luis tocaba, sin embargo, ya no hay música o melodía que se escuche.
José Ángel Campos Cantor
En la media cancha de Lochos, el equipo de la colonia El Fortín en Tixtla, Guerrero, se extraña el toque exacto de José Ángel Campos Castor, que hizo campeones durante tres torneos seguidos a sus compañeros.
Aunque tenía talento, nunca pensó en dedicarse de manera profesional al futbol porque los problemas económicos de su familia le ocupaban la mayoría del tiempo.
La madurez le llegó pronto a José Ángel, quien a los 24 años interrumpió la preparatoria para casarse y debutar como padre, sin embargo, su nueva vida estaba acompañada de un apuro: el dinero.
Así que decidió seguirle los pasos a su padre como campesino, después a la engorda y venta de toritos. También fue ayudante de albañilería y herrero, pero ni así podía llegar a fin de mes con los bolsillos vacíos.
En septiembre de 2013 –un año antes de su desaparición— el paso del huracán Manuel por Guerrero, dejó durante semanas a Tixtla bajo el hedor de las aguas negras y los animales muertos de la laguna negra.
Con las tres cuartas partes del municipio de Tixtla inundado, José Ángel se convirtió en rescatista voluntario para auxiliar a todos los damnificados del lugar.
Con la misma edad de Jesucristo, José Ángel, decidió ingresar a la Escuela Normal de Ayotzinapa, pensó que al ser maestro tendría la oportunidad de ofrecerle una vida mejor a su familia, en especial, a la nueva integrante de su familia que estaba por nacer.
José Ángel Navarrete González
José Ángel Navarrete es muy delgado y de su rostro afilado destacan unos ojos grandes negros con pestañas largas, una sonrisa blanca y grande. Su pelo es chino y le gusta peinarlo hacia arriba con los lados recortados.
Cuando come en la calle le gusta pedir una torta cubana y hablar de futbol. Su héroe es Messi, no hay otro.
Tenía apenas unas semanas de haber ingresado a la Escuela Normal Rural Isidro Burgos, en 2014, cuando sus amigos se enteraron de la desaparición de varios estudiantes y lo fueron a buscar.
Lo extrañan todos los días por sus chistes bobos y porque le levanta el ánimo a cualquiera. Las niñas, especialmente, recuerdan su risa que da la impresión de que se está ahogando. Tiene una mirada dulce, dicen.
Un grupo de los amigos más cercanos tenía planeado hacer una excursión a Acapulco. Ahora mantienen la promesa de no ir hasta que Pepe vuelva a casa.
Su padre es de los hombres que ha impulsado las acciones de búsqueda de los 43. Se ha vuelto un orador indispensable en todas las manifestaciones de padres de familia en la Ciudad de México y a donde quiera que van, promete una y otra vez que no va a descansar hasta que no dé con su hijo y lo lleve de vuelta a casa.
Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa
Considerado el sostén de su familia, Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa nació el 24 de diciembre de 1993 en Chilpancingo, Guerrero. Su familia le dice de cariño ‘Jova’; sus amigos: el Churro, por su lunar.
Con pocos meses de edad, ‘Jova’ debió mudarse al entonces Distrito Federal porque su padre consiguió trabajo en la Marina.
Cuando regresó a su estado natal sus padres se separaron y ‘Jova’ se convirtió en el principal apoyo de su madre, sus hermanos y su sobrina. Para seguir ayudando a su familia, decidió que lo mejor era buscar una escuela que no representara un gasto mayor. Con esa idea llegó a la Normal de Ayotzinapa.
Jesús Jovany es calificado por amigos y maestros como un hombre puntual, comprometido con el trabajo, que alienta a sus compañeros cuando los ve flaquear.
José Eduardo Bartolo Tlatempa
José Eduardo también es llamado por sus conocidos y seres queridos como Bobby o Lalito. Estudiaba en la Normal de Ayotzinapa porque era la opción más viable para continuar su formación académica, pero realmente le hubiera gustado graduarse como abogado en la Universidad Autónoma de Guerrero, en Chilpancingo. Los hermanos de su abuelo lo alentaron a decantarse por la primera opción. Queda a 10 minutos a pie de su casa. No tenía que gastar en transporte.
Su sueño es ganar el dinero suficiente para que su madre deje de trabajar. La señora María de Jesús Tlatempa Bell vendía maíz cocido en las calles y la familia ahorró durante cuatro años para poner un techo sólido a su casa. En septiembre de 2013, el huracán Manuel arrancó la protección de su hogar, lo que significó los años de desesperación que vendrían.
Sus familiares lo describen como cariñoso, “un romántico”; sin embargo, Lalito solía decir que no quería enamorarse. Quería terminar una carrera antes de formar una familia.
José Luis Luna Torres
José Luis ahora sería maestro. Ingresó a la escuela normal rural pese a sus dudas iniciales causadas por la distancia con su casa. Para poner en marcha sus sus anhelos, trabajó, reunió dinero, compró sus zapatos para la clase.
Pato, como le dicen sus compañeros de clase por el parecido, decían, con la voz gangosa del amigo de Mickey Mouse. De niño jugaba con pelotas y canicas. Su predilección era volar cometas que él mismo fabricaba.
Ama a sus mascotas: su gato y su perro. Ellos y su familia, que también la integran, siguen esperándolo, luchando por saber de su paradero desde la comunidad indígena de Amilcingo, en el estado de Morelos. Llevan 10 años sin verlo.
Julio César López Patoltzin
Julio César López Patoltzin es un joven que buscaba tener una profesión porque tenía por objetivo ayudar a su familia. Eligió la normal debido a que, «como muchos jóvenes de Guerrero, tenía pocas opciones«, así lo describieron en la página ‘Ayotz1napa 43 días por los 43’.
De acuerdo con el portal, el joven antes de ingresar a dicha institución trabajó como «herrero, chofer de un camión de volteo, campesino de tiempo completo y sí, también fue parte del Ejército Mexicano durante dos años».
En el último mensaje que Julio César López Patoltzin le envió a Dulce María y Gustavo, sus hermanos, les dijo que estaba bien. Horas después fue reportado como desaparecido.
Leonel Castro Abarca
Leonel Castro Abarca fue descrito por su padre como un joven de valores. Estudiaba en la normal porque quería dejar el campo, pese a que era muy bueno haciendo surcos en la tierra, buscaba convertirse en un profesionista.
Fue educado en una familia donde los valores era algo primordial, por lo que debía distinguir lo que era bueno y malo para la sociedad.
Cuando comenzó a estudiar en el bachillerato su padre le dijo que las cosas iban a cambiar, así que le pidió siempre dar una buena cara, no tomar los objetos que no fueran suyos y obedecer las indicaciones.
Castro Abarca desapareció hace 10 años, sus padres aún siguen buscándolo, gritando por su paradero.
Luis Ángel Abarca
Es uno de los normalistas que aún era menor de edad cuando desapareció el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, lo que significa que cumplió 18 años lejos de su familia, sin que ellos tengan conocimiento de su paradero desde el 2014.
Luis Ángel Abarca no era el más pequeño de sus cinco hermanos, sin embargo, era aquel que buscaba enseñarle a los niños un camino educativo y decidió entrar a la Escuela Normalista de Ayotzinapa sin ningún problema debido a lo dedicado y aplicado que era con sus estudios.
Dentro de sus hobbies no estaba ser fiestero o tener algún vicio, así como tampoco era un consumidor de bebidas alcohólicas y cigarrillos.
Desde que ingresó a la Normal, le hablaba cada semana a su mamá para contarle su nueva vida, La última llamada fue tres días antes de la ya conocida como la “noche más negra de Iguala” para contarle que las cosas ya estaban bien después de las penurias impuestas a los de nuevo ingreso. No han vuelto a saber de él pese a que su nombre y su rostro está por todas partes.
Luis Ángel Francisco Arzola
Con ojos pequeños, bajo de estatura, de complexión robusta y una frente amplia, donde tenía una cicatriz que se hizo de pequeño y que su tía aún recuerda, es como se puede señalar físicamente a Luis Ángel Francisco Arzola.
Lenchito, como es apodado en su casa, vivía en la localidad de San Cristóbal de Tlacoachistlahuaca, ubicada en la región de la Costa Chica en el estado de Guerrero.
En la Normal, sus compañeros lo ubican como El Cochilandia, apodo que se ganó el día que le tocó limpiar las porquerizas de Ayotzinapa.
Luis Ángel Francisco Arzola tiene 20 años. Es hijo de Benigna Arzola y de Lorenzo Francisco, además, tiene dos hermanos: Jhannet y Víctor, de 22 y 12 años. La gente cercana lo recuerda como un muchacho serio, prudente y respetuoso, alguien que habla solamente para lo indispensable.
Destaca su tenacidad para trabajar ya que desde los 14 años, trabajaba en un sitio de taxis junto a su papá durante las vacaciones y los fines de semana. Conducía una Nissan Blanca modelo 2009: la ruta número 20 que va desde la ciudad de Ometepec hasta San Cristóbal.
Lo recuerdan como un maestro al volante, su mayor deseo era estudiar en la Normal de Ayotzinapa.
Magdaleno Rubén Lauro Villegas
Magdaleno Rubén Lauro Villegas tenía 19 años y es originario de la comunidad de Tlatzala, ubicada en la alta montaña del municipio de Tlapa de Comonfort, en la región de La Montaña de Guerrero.
De acuerdo con información compartida por la madre de Lauro Villegas, algo que caracterizaba al estudiante era su perseverancia. Su madre recuerda que cuando vio a sus dos hermanos mayores irse a la escuela secundaria, no quería entrar en el jardín de niños porque quería ir «a una escuela para los mayores».
Ese día, con su primera mochila roja, el color que a partir de ese día se convertiría en su favorito para el trabajo escolar, entró en la misma primaria donde todos sus hermanos suspendieron un año, excepto él. Era un estudiante de segunda generación de la única escuela secundaria de Tlatzala, pero para continuar con la escuela secundaria se mudó a un internado que estaba a una hora y media de su casa.
Magdaleno Rubén Lauro Villegas desapareció la noche del 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala, luego de cursar un año en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, donde dos de sus hermanos concluyeron sus estudios.
Marcial Pablo Baranda
Marcial Pablo Baranda, uno de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa, estuvo enfermo durante su primer año de vida y no tuvo pelo hasta los cuatro meses de edad. Por esta razón, su familia lo llama Pelón.
Es el tercero de seis hermanos, era un niño rebelde, que recibía frecuentes reportes disciplinarios por huir de la escuela. El 1 de julio de 2014, Marcial terminó la escuela secundaria y al día siguiente viajó al Colegio de Maestros Rurales de Ayotzinapa porque está decidido a convertirse en un maestro bilingüe. Quería enseñar a los niños indígenas de su comunidad, trabajar hacia un futuro mejor para él y su familia, y construir una casa sólida para su madre.
La familia Baranda Gallardo es originaria de la comunidad de Xalpatláhuac, municipio de Tecoanapa, en la región de Costa Chica de Guerrero. Marcial pertenecía a un grupo de hombres que bailan vestidos con ropa de mujer y desfilan por la ciudad durante el Festival anual de San Juan Bautista, el santo patrón de Xalpatláhuac.
Le gusta salir con un toro, ponerse pelucas y máscaras, celebrar con sus amigos y vecinos. «Antes de bailar, nos dio un abrazo a mí y a su abuela y nos dijo que lo íbamos a extrañar», recuerda su madre, Eudocia Baranda Gallardo, según información recopilada por el portal runningforayotzinapa.com.
En Ayotzinapa, Marcial siempre cantaba y bailaba cumbias, un género folclórico originario de Colombia. Compartió habitación con Felipe Arnulfo Rosa, Abel García Hernández, Adán Abraján de la Cruz y sus primos, los hermanos Doriam y Jorge Luis González Parral. Todos ellos están entre los desaparecidos.
Marco Antonio Gómez Molina
Originario de Tixtla, Guerrero, Marco Antonio se caracterizaba por su disciplina y convicción de estudiar. Trabajó en la construcción y luego como mecánico en un taller automotriz para financiar sus estudios de preparatoria en el Colegio Nacional de Educación Profesional y Técnica (Conalep).
Era un experto en matemáticas y física. Después de graduarse insistió en seguir estudiando para convertirse en maestro. En Ayotzinapa, Marco Antonio se unió a la Casa Activista, el grupo de estudiantes que se preparaban para convertirse en miembros del comité que dirige la escuela.
Esta decisión lo ayudó a convertirse en un orador público. Su situación económica le impedía tener alternativas académicas y el deseo de estar cerca de su familia, hicieron que se quedara en Ayotzinapa. Desapareció a los 21 años con otros estudiantes de Ayotzinapa. Sus compañeros lo recuerdan fuerte, alegre y trabajador, de baja estatura, lo apodaron El Tun-tún.
Martín Sánchez García
Martín, el séptimo de ocho hermanos y rebelde en su adolescencia, ingresó a la Normal Rural de Ayotzinapa. Se caracterizaba por ser apasionado, extrovertido, inquieto y travieso. Sin embargo, cuando regresó a su casa después de completar la semana de pruebas en Ayotzinapa, había cambiado, limpiaba la casa y hacía recados para su madre.
El fútbol fue una de sus grandes pasiones, aprendió a jugar este deporte desde los cinco años y antes de cumplir los ocho ya mostraba una excelente técnica. Al ingresar a la Normal Rural de Ayotzinapa, llegó a ser defensa del equipo escolar.
Originario de Zumpango del Río, en la región central del estado de Guerrero, un lugar que en náhuatl significa “bandera de calaveras”, es la sede de la Feria de la Candelaria que se lleva a cabo cada febrero desde 1847.
Fue apodado “El Cabe de Zumpango”, un apodo que ni sus familiares ni amigos saben si hace referencia al tamaño de su cabeza o a su inteligencia. Antes de su desaparición, nunca dejó el balón, Martín de 20 años quería lograr aquello que su madre no pudo ser.
Mauricio Ortega Valerio
Ortega Valerio decidió entrar a la Normal de Ayotzinapa con el sueño de algún día llegar a graduarse como maestro, pues le apasionaba la enseñanza y compartir sus conocimientos con el resto de sus semejantes.
Además, el joven buscaba especializarse como catedrático bilingüe, lo cual hacía sus aspiraciones aún más grandes, rumbo a desempeñarse en algún punto de la vida como un profesor en dicha materia.
El Chicho, como lo conocían sus amigos, destacó siempre por sus ganas de salir adelante y encontrar un mejor camino a las opciones que tenía en donde creció, el ‘hambre’ de aprender y darle un rumbo distinto a su vida marcó siempre las convicciones de éste alumno.
Al estudiante se le describía como una persona de carácter sumamente tranquilo y abandonó su pueblo (Monte Alegre) para emprender el camino de los estudios; muchos los recuerdan como un rebelde que no quería ser carpintero, ni cuidar ovejas porque su revolución estaba en la enseñanza.
Nació en el año de 1996, un 21 de mayo y desde entonces aquella fecha es un triste recuerdo para la familia del joven, quien desapareció el 26 de septiembre de 2014 con tan sólo 18 años de edad.
Miguel Ángel Hernández Martínez
“Yo nunca le pido nada a la Virgen, yo doy, yo le ofrezco mi baile”, era la manera en que Miguel Ángel compartía lo mucho que amaba bailar y eso era su manera de ofrendar un tributo a sus creencias religiosas.
A él se le conocía como La Perra Maravilla, pues representaba un eje central de los tlacoleros, quienes pelean para evitar que los males lleguen a las cosechas, dichos males eran reflejados con un tigre, a quien debían ahuyentar para mantener el orden en los cultivos y así era como Hernández danzaba con orgullo y pasión.
Antes de desaparecer una joven compañera lo vio en Tixtla, 2 días antes, cuando el normalista festejó su cumpleaños y ella tuvo la necesidad de pedirle que no se fuera, sin embargo, recordó que él siempre le decía una peculiar frase: “ nunca me pidas que no me vaya porque me quedaré para siempre”.
Ahora en cada festejo que brindan a la Virgen es cuando la ausencia de Miguel Ángel se siente y congela el recinto religioso, donde cada año faltan sus animadas danzas, mientras al ritmo de los tambores y cohetes, las flores amarillas que decoran los sombreros de los participantes recuerdan con nostalgia al joven.
Desde hace 14 años, La Perra Maravilla dejó de formar parte de estos festejos que tanto le emocionaban, hoy -cuando se le vio por última vez- sus seres queridos vuelven a llamar la ‘presencia’ del joven para homenajear lo que en vida fue.
Miguel Ángel Mendoza Zacarías
Miguel Ángel Mendoza Zacarías, amante del básquetbol, creció en Mártir de Cuilapán, Guerrero. Fue el más pequeño de los hermanos y durante una gran parte de su infancia no contó con la presencia de su padre, Estanislao, quien se fue a Estados Unidos con la esperanza de apoyar a su familia desde el otro lado como cientos de mexicanos.
El Miklo, como lo apodaron, siempre mostró un gran interés por estudiar, siempre trató de cumplir su sueño a cualquier costo. Primero ingresó en la Universidad Autónoma Latinoamericana Caribeña de Ciencias y Artes para estudiar Medicina, ahí se dio cuenta de que no era lo que buscaba.
Entendió que su verdadera vocación era la de ser profesor y en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa vio una gran oportunidad para conseguir su ansiada meta.
Un pequeño tropiezo en las pruebas físicas lo hicieron dudar de su decisión, esa pequeña desilusión hizo que Miguel tomara la decisión de irse a California para buscar a su padre. Una vez juntos aprovecharon cada segundo para recuperar todos los momentos que se habían perdido. Tiempo después ambos fueron descubiertos por la migra y los deportaron inmediatamente.
Cuando Ángel regresó a Guerrero le volvió a nacer la ilusión por ser docente y se empeñó en volver a la normal de Ayotzinapa. Mientras esto sucedía optó por abrir una peluquería, que le servía para comprar libros, pero también para ayudar a su familia. Todo cambió el 26 de septiembre de 2014, cuando Don Tanis se enteró de la desaparición de su hijo. A casi diez años de la desaparición de los 43 normalistas, la familia de Miguel sigue con la esperanza de que su hijo regrese.
Saúl Bruno García
Saúl Bruno García de 19 años, oriundo de Magueyitos, Tecoanapa se caracterizó siempre por sobreponerse a momentos complicados de la vida. Desde que Saúl tenía dos años demostró que iba a salir adelante pese a las circunstancias. Un accidente en su infancia lo llevó a perder su dedo medio y parte del dedo anular, pues como cualquier niño, le ganó la curiosidad y metió la mano a un molino. Conforme fue creciendo, desarrolló un carácter fuerte, decidido y comprometido, lo que le permitió enfrentar todos los obstáculos que se le presentaron.
Saúl creció con nueve hermanos (Elio, Rubén, Nancy, Edmidio, Jaime, Rosa, Paula, Hugo Alberto y Adela). Por las circunstancias, él fue el único que logró continuar con su educación. A pesar de su deseo de superarse, nunca descuidó sus responsabilidades en el campo, apoyando a su padre, Don Aquileo, con las labores agrícolas que le generaban únicamente 80 pesos diarios. A los 15 años, con la ambición de cambiar su futuro, dejó su pueblo y se fue a El Pericón, Guerrero, para poder estudiar la preparatoria. Con dedicación y esfuerzo fue admitido en la Escuela Normal Isidro Burgos y en la Universidad Autónoma de Guerrero. Bruno tenía la meta de convertirse en maestro, por lo que eligió la primera opción.
Días antes de lo ocurrido, visitó a su familia en Magueyitos. Ellos expresaron tiempo después que ese día, Saûl les mostró cariño como casi nunca lo hacía, le dio un abrazo a sus padres sin saber que esa sería la última vez que se verían.
Saúl Bruno Rosario, padre del estudiante desaparecido, falleció a los 62 años a causa de la diabetes. Desafortunadamente murió en 2021, sin conocer la verdad acerca del paradero de su hijo.
Imagen portada: Especial / MILENIO