Por Félix Cortés Camarillo
No me sorprende en lo absoluto que los mexicanos hayan finalizado este fin de semana con un hartazgo intenso de la insistencia soez de que mañana martes comienza una etapa histórica para el pueblo de México por el simple hecho de que la persona que ocupa el poder absoluto de una supuesta República sea una mujer.
A estos efectos todo acontecimiento, así fuere el más nimio, por el mero hecho de suceder forma parte inmediata de nuestra historia, así sea a plazo largo, mediano o inmediato; ergo es histórico.
Lo que se pretende dejar asentado -y yo coincido- es que el ascenso al poder de Claudia Sheinbaum Pardo mañana martes, contiene todos los elementos para confirmar un desvío histórico de México encauzado a un duro régimen dictatorial, con la abolición plena de la división de los tres poderes y la ratificación de un método de gobierno unipersonal anclado en un ideología abundante de mitos y mentiras, dogmatismo e intolerancia.
La opción consiste en un gradual ajuste del rumbo del ejercicio del poder, con corrección razonada y razonable, que procure llevar a nuestro país al puerto seguro e imprescindible de la reconciliación nacional (y de pasadita, internacional) terreno tan perjudicado cotidianamente durante los últimos seis años.
No se trata de renunciar a los principios indiscutibles del cuatrote: no robar, no mentir, no renunciar, y por el bien de todos primero los pobres. Nadie en su sano juicio puede contrariar la justa validez de esas premisas. Se trata solamente de mudarlas de la plataforma de los enunciados retóricos a la simple realidad de una práctica válida, cotidiana y sin proclamas. Tampoco debe esperarse que esta corrección se presente de manera súbita y espectacular: el movimiento político que llevó al poder al presidente López y a la señora Sheinbaum está conformado por un mosaico de diversas tribus que, sin bien provienen de las pandillas del poder del pasado reciente, ni siquiera ellas pueden presumir de esa unidad deseable y posible con un poco de voluntad política y un mucho de manejo textil.
Y eso no es una tarea fácil.
En primer lugar, porque a pesar del desbordado júbilo que envuelven las últimas proclamas de Lopitos, la situación económica del país está más cercana a la precariedad que al optimismo. Las arcas nacionales no tienen las reservas sólidas que se presumen, si dejamos de lado las intocables reservas del Banco de México y las remesas de los mexicanos en los Estados Unidos. Si se pretende continuar e incluso intensificar los programas de asistencia social que reparten pesos para cosechar votos y simpatías, regalando dinero a los que ni estudian ni trabajan y entregando a los pobres un estipendio menguado cada vez más por la intensa inflación, no quedarán más que dos fuentes: una reforma fiscal que aumente la recaudación o una inyección de liquidez por medio de un préstamo.
La reforma fiscal implica una disciplina que obligue a pagar impuestos no solamente a los grandes evasores sino también al enorme ejército de la economía informal, más de la mitad del movimiento de mercancías en el país. Eventualmente la ampliación del impuesto al consumo, IVA. Ambas medidas son, en México y en China, altamente impopulares.
El segundo factor es más enigmático aún; sin embargo podemos adivinar qué es lo que va a pasar en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Los mexicanos estamos casados con la ilusión de que una presidente demócrata Harris sería mucho más comprensiva y amigable hacia nuestro país, mientras que un gruñón, racista y prejuicioso Donald Trump en el poder equivaldría a una nueva e inmediata invasión de los marines norteamericanos. Ni tanto que queme al santo ni tanto que ilumine a Blue Demon. Los problemas de México tenemos que solucionarlos los mexicanos.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Mañana martes tendrá lugar un nuevo debate en Estados Unidos rumbo a las elecciones de noviembre. Serán los candidatos a la vicepresidencia, Tim Walz y J.D. Vance. Las posiciones definidas radicalmente opuestas de los dos políticos harán este espectáculo más interesante. Digo.