Claudia Sheinbaum tomó las riendas del país como la heredera presidencial más poderosa de la historia de la República. No sólo es la primera mujer en romper el molde político tradicional mexicano, también lo hizo con plenitud de poder político y popular, y con el absoluto respaldo de su antecesor, como desde hace un siglo no se veía; publica MILENIO.
Para encadenar la narrativa de las transformaciones, fue el propio Andrés Manuel López Obrador el primero en comparar esta sucesión presidencial con la que vivió el sexenio de Lázaro Cárdenas: entre campañas de la oposición contra el titular del Ejecutivo, reformas que han generado inconformidades y resistencias, la intervención extranjera en estos cambios políticos internos, y la decisión del embajador estadounidense entre involucrarse o actuar “con sabiduría y habilidad”.
El 18 de marzo de 2023 ante los tres aspirantes presidenciales morenistas incluida su hoy sucesora, López Obrador fue claro al equiparar su sexenio con el del 1934, con una transición presidencial que tenía en juego no sólo mantener el poder sino, además, un relevo que garantizara continuidad, pero que en aquel entonces falló.
“Era tal la oposición que Cárdenas tuvo que actuar con cautela y posiblemente, eso influyó para apoyar la candidatura de Manuel Ávila Camacho y no la del general Francisco J. Múgica, con quien tenía más afinidad ideológica y representaba una mayor certeza de continuidad. Siempre se ha hablado que el general no optó por Múgica ante el riesgo de una intervención extranjera».
“Pero la elección presidencial fue complicada y violenta. El candidato opositor claudicó, pero políticos de derecha pactaron por concesiones y prebendas con el nuevo gobierno de Ávila Camacho. Si con Porfirio Díaz imperaba la paz de los sepulcros, luego del gobierno del presidente Cárdenas se instauró la paz de las componendas y la corrupción. Por eso hoy, exclamamos a los cuatro vientos: nada de zigzaguear. Estoy convencido de que quien resulte triunfador para elegir candidato de nuestro movimiento, aplicará la misma política en favor del pueblo”, dijo entre ovaciones y una clara encomienda que los entonces aspirantes asumieron.
Claudia Sheinbaum tiene así, la misión de enmendar “la traición” de hace un siglo y no alejarse del pueblo, aquellas prácticas que convirtieron a los siguientes presidentes en herederos ilegítimos a los ojos de sus antecesores por echar por la borda el testamento político que se les asignó.
Y así lo cumplió en su primer discurso en San Lázaro. Con una banda presidencial que dejó atrás las corbatas y se posó por primera vez sobre un vestido blanco, la nueva presidenta comparó el acto histórico que encabezaba con la época de Lázaro Cárdenas.
“Andrés Manuel López Obrador es el dirigente político y luchador social más importante de la historia moderna, el presidente más querido sólo comparable con Lázaro Cárdenas”.
El pasado 1 de septiembre, en su último discurso político y masivo en el zócalo capitalino, López Obrador entregó la herencia popular a Claudia Sheinbaum, la llenó de elogios dejando claro que a diferencia de Lázaro Cárdenas, confiaba en que ella no traicionaría la continuidad. Tanto, que pasó de recibir porras, a ser el que las incitaba, para dejar claro que cambiaban de rostro y que él mismo, sería el primero en ovacionarla.
“Me voy tranquilo porque a quien entregaré la banda presidencial por mandato del pueblo, es una mujer excepcional, experimentada, honesta y sobre todo, de buenos sentimientos, de buen corazón, afín a los principios fundacionales de nuestro movimiento de transformación y auténtica defensora de la igualdad, de la libertad, de la justicia, de la democracia y de la soberanía: Claudia Sheinbaum Pardo, ¡Presidenta!, ¡presidenta!”, coreó ante sus fieles seguidores.
Después de la primera presidencia sexenal de 1934, comenzó la época de “los tapados”, a partir de Miguel Alemán en un intento fallido por influir en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines. Lo que dio paso a una práctica en la que el presidente entrante se comprometía a la continuidad para después, de a poco, acabar con los rastros de poder de su antecesor.
“Cada titular del Poder Ejecutivo que se va renovando, a su turno realiza esforzadamente su parte y deja puestas las bases para continuar con la siguiente etapa”, dijo Gustavo Díaz Ordaz al recibir el poder de manos de Adolfo López Mateos.
Hasta que en 1994 tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio comenzó una nueva etapa en el relevo presidencial, con candidatos que no eran los elegidos del presidente en turno y que rompieron por completo con éstos, como Ernesto Zedillo. Lo que continuó con la transición de los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, y el regreso del PRI con Enrique Peña Nieto, caracterizados por ser presidentes que ni siquiera apoyaban a los candidatos de sus partidos.
Hasta la llegada de Andrés Manuel López Obrador en 2018 reviviendo el espíritu revolucionario, con la idea de imponer su movimiento como la cuarta transformación del país. Y que al término de su sexenio necesitaba de dos requisitos esenciales: una base social sólida y un sucesor afín a los ideales de la que él llama “la revolución pacífica de las consciencias”.
Con la visión de López Obrador, el relevo presidencial de ayer se dio con el espíritu del cardenismo y la tercera transformación del país, para así afianzar la base de su movimiento: colocar la cuarta transformación en la historia de México. Con un sello histórico adicional: el segundo piso, la continuidad en manos de mujer.
Así es como Claudia Sheinbaum asumió la Presidencia de la República. En una sucesión repleta de sellos y cambios: anticipando su llegada al poder dos meses y dejando atrás el 1 de diciembre impuesto desde hace 90 años, la primera vez que no es un hombre el que dirigirá al país, con el dominio de los tres Poderes de la Unión, con un triunfo legítimo, con la rendición de todos los liderazgos de su movimiento, y la aceptación y el respaldo popular mayoritario. Como la heredera legítima y la más poderosa.