Sostiene Marcello Mastroianni que nunca estudió actuación; no obstante, trabajó con los mejores directores de su tiempo, divas y legendarios actores de tres generaciones. Mastroianni, quien cumpliría un siglo este 28 de septiembre, ejerció más de un centenar de profesiones, oficios y roles en la ficción: cineasta, apicultor, gay, taxista, cura, libertino, padrote, traidor, arquitecto, aviador, militar, actor, paparazzo, periodista… Pero, quizá, su papel más relevante fue encarnar el rostro de la historia y cultura de Italia; publica MILENIO.
Nació durante el régimen fascista de Benito Mussolini en un pueblo de pastores de la provincia de Lacio, el 28 de septiembre de 1924, y hasta su muerte, en 1996, en uno de sus últimos filmes, Sostiene Pereira (uno de los cinco que rodó el año previo), siguió condenando al fascismo con sus personajes.
Y aunque se le miraba como latin lover en sus decenas de vidas paralelas en la pantalla y en el teatro, sostiene Marcello que su personaje más frecuente en la mayoría de filmes que lo hicieron célebre fue el de impotente, como confiesa en la entrevista para el programa A fondo del 19 de marzo de 1978. “Siempre impotente”, reiteró al periodista español Joaquín Soler Serrano. El macho italiano, impotente.
Y enumeró: El bello Antonio (Bolognini, 1960), 8 ½ (Fellini, 1963), Casanova ‘70 (Monicelli, 1965), La mujer del cura (Risi, 1971), Una jornada particular (Scola, 1977), La noche de Varennes (Scola, 1982). “Todos impotentes”. Se suman otras obras maestras en que su relación con mujeres solo es cháchara, espejismo, nostalgia o frustración consecuencia del exceso: La ladrona, su padre y el taxista (Blasetti, 1954), La suerte de ser mujer (Blasetti, 1956), La dolce vita (Fellini, 1960), ¿Qué? (Polanski, 1972), La gran comilona (Ferreri, 1973), Gabriela (Barreto, 1983), Sostiene Pereira (Faenza, 1995).
“Todos los hechos individuales valen únicamente por haber modificado los acontecimientos o por su posibilidad de alterar una serie. Son cosas reales o posibles. Pertenecen a los científicos. El arte se encuentra en el lado opuesto de las ideas generales, se limita a describir lo individual y a desear lo único. Nunca clasifica sino que desclasifica”, escribió Marcel Schwob en sus Vidas imaginarias.
Mastroianni, único, en ese sentido, siempre fue inclasificable, parodiaba la vida, extensa.
Ironía y cinismo están en las mejores historias de sus 146 películas. Reírse de sí era su súper poder.
Algunas cómplices en esa ficción de un siglo de Marcello fueron Sophia Loren, Gina Lollobrigida, Anouk Aimeé, Ursula Andress, Jeanne Moreau, Michèle Mercier, Shirley MacLaine, Simone Signoret, Hanna Schygulla, Nastassja Kinski, Catherine Deneuve, Claudia Cardinale, Monica Vitti, Sônia Braga, Anita Eckberg, Faye Dunaway, Silvana Mangano, Nico, Lucia Bosè, Raffaella Carra, Kim Basinger…
La horma de Mastroianni en el cine fue su amiga Sophia Loren, que el 20 de septiembre cumplió 90.
Con ella compartió 16 protagónicos, la mayoría vertiginosas comedias, en las que a un cínico le ganaba la partida una descarada. En Prêt-à-Porter (1994), Robert Altman les rinde homenaje a ambos en una parodia de múltiples estrellas, al juntarlos en una relación otoñal en que se recrea el striptease que la diva romana le hizo a Marcello en Ayer, hoy y mañana (De Sica, 1964).
Sostiene Marcello, ateo de tradición católica, “como todos”, que solo se casó una vez, con Floriana Clarabella, actriz a la que conoció en sus inicios en el teatro con Luchino Visconti, de la que nunca se divorció y siempre fue amigo hasta su muerte. Matrimonio a la Marcello. Divorcio a la Marcello.
Tuvo dos hijas: Barbara (como el personaje de Claudia Cardinale en El bello Antonio), diseñadora de vestuario, que concibió con Floriana (ambas ya fallecidas). Y Chiara Mastroianni, retrato femenino de su padre, actriz como él y como su madre, Catherine Deneuve. Su última pareja, que lo acompañó en las dos décadas finales de su vida, después de Dunaway y Deneuve, fue la cineasta Anna Maria Tatò. “Brillante, tímido y divertido”, así lo recordó este 2024 Deneuve ante la prensa del Festival de Cannes.
Sostiene Marcello, que no ha muerto, sigue actuando póstumamente por interpósitas personas. Es tal el parecido físico entre Marcello y su hija Chiara, que en mayo pasado se estrenó en Cannes Marcello mío, de Christophe Honoré, en la que ella interpreta a una actriz en crisis, que se desdobla y convierte en su padre ante su madre en la vida real y hoy coprotagonista, la pareja mítica del actor, Catherine Deneuve.
Un año después de que se anunció su fallecimiento, su viuda apócrifa Tatò estrenó el documental de 198 minutos Marcello Mastroianni: mi ricordo, sì, io mi ricordo (Sí, ya me acuerdo, 1997), en el cual, en las últimas semanas de su vida, Marcello evoca el pasado y va contando anécdotas o confesándose.
Sostiene Marcello que nunca ha muerto, 146 películas lo viven, un actor con el mayor número de obras maestras en su repertorio sin haber estudiado actuación. “No solo es capacidad, también es suerte, encontrar a la gente”, decía en 1988 a estudiantes del Centro Sperimentale de Cinematografía de Roma, a quienes les resumió la historia del cine italiano a través de los cineastas que lo dirigieron. “Siempre he dicho que mi cineasta favorito es Fellini, no porque sea el más famoso —que eso también es cierto—, sino quizá porque el cine más estimulante lo hice con él. Es fantástico, yo me muevo con él como si uno fuese tomado por la vida, uno se presenta con él como si fuese despojado de todo, como un niño desnudo. Es el cineasta con el que era más fácil trabajar, aunque en la leyenda se diría que Fellini daba miedo. No es cierto. Con él era todo de verdad un juego, pero fino en el fondo. Era un amigo, más aún, un cómplice, se tenía con él una complicidad fantástica”, sostiene Marcello.
En esa clase magistral en la que, a partir de las preguntas de los estudiantes sobre si era necesario ir a la escuela para actuar, Marcello les mostró su arte poética, su teoría de la actuación: “Yo lo hago de una manera un tanto más elemental, incluso tomando mis vicios y mis defectos”.
Muchos romances le atribuyeron. Ante Soler Serrano negó haber tenido algo que ver con Anouk Aimeé. También, en otra entrevista, para Il Fatto Quotidiano, negó amores con Claudia Cardinale, pero admitió que estuvo enamorado de ella desde que hicieron El bello Antonio. Ese filme que fue su karma.
La misma actriz, su coprotagonista también en 8 ½ y Enrico IV (Bellochio, 1984), confirmó el amor no correspondido de Marcello al mismo medio italiano, durante una master class en 2016 con el director. “Es verdad, me cortejaba, pero nunca caí. Mi trabajo era una cosa y mi vida otra. Jamás tuve amoríos con actores, soy del signo Aries, testaruda y determinada”, reveló Claudia Cardinale, hoy de 86 años.
Quizá por eso Mastroianni confesó al periodista italiano Eugenio Scalfari para el diario La Reppublica: “Si quiere saber qué pienso del amor, se llevará una desilusión. No lo conozco bien. A veces creí sentirlo, pero quizás era mi sufrimiento al sentirme rechazado”. La corresponsal de El Mundo en Milán, Soraya Melguizo, recordaba en un artículo de 2016 esa confesión de Marcello y una revelación de Claudia, quien contó que fue invitada al documental Marcello Mastroianni: mi ricordo, sì, io mi ricordo, pero sus escenas no salieron a la luz porque su enamorado perdió la cabeza.
“Cuando pocas semanas antes de morir su compañera sentimental de los últimos 20 años, Anna Maria Tatò, rodó un documental sobre la vida del actor, llamó a Cardinale para participar en él. La actriz debía aparecer por sorpresa en una habitación de hotel. Pero la sorpresa se la llevó a ella. Cuando el actor entró, en lugar de saludarla, le increpó: ‘Eres una tonta, yo estaba enamorado de verdad y nunca me has tomado en serio. He sufrido por años’”, refiere Soraya. ¿Reclamó Marcello o El bello Antonio?
Entre los homenajes por el centenario de Marcello, La Reppublica presentó el martes 24 de septiembre Mastroianni 100, un libro de 170 páginas con fotografías, ensayos, entrevistas y testimonios sobre el actor de voz inconfundible, mirada melancólica y eterna elegancia (en color y blanco y negro).
“¿Por qué recordar hoy a un divo tan apreciado por su talento artístico? No solo porque fue una de las estrellas más luminosas de nuestra cinematografía. Sino también porque de algún modo Mastroianni, desaparecido el 19 de diciembre de 1996, representa todavía hoy la Italia de nuestro tiempo. Restado al pasado, es una presencia viva entre nosotros. Por decenios, el rostro de Mastroianni y la idea misma del país se sobreponían, en Italia y en el exterior. Un periodo de oro en el cual el cine, ese de la pantalla grande y las grandes pasiones, era el centro del mundo. Y en el cual un actor podía representar la imaginación y la cultura de un pueblo. Más allá de cualquier nostalgia, la energía de Marcello todavía late hoy a través de sus obras”, justifica la prensa italiana el volumen, que se regalará a los suscriptores.
También Argentina recuerda al actor con la exposición de fotografías y pósters Ciao, Marcello-Mastroianni 100, en el Centro Cultural San Martín de Buenas Aires, inaugurada el 16 de septiembre.
Sostiene Marcello que dos directores lo hicieron actor: Luchino Visconti, en el teatro; y Federico Fellini, en el cine. A Visconti le tenía miedo, respeto. Cuando estudiaba en la universidad y formaba parte de una tropa de teatro amateur, el director necesitaba a un actor que interpretara al Stanley Kowalski de la obra Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams.
“Visconti buscaba a un bruto, a alguien con aspecto de bruto. Y después hice diez años teatro con él”, comentó Marcello, siempre irónico, a Soler Serrano en aquella entrevista legendaria para un medio en español. Con Visconti no solo hizo teatro, fiel a su cultura, el cineasta trabajó con Marcello en la adaptación de dos clásicos de la literatura: Las noches blancas (1957), de Dostoyevski, y El extranjero (1967), de Albert Camus. (De Visconti, en colaboración con el Instituto Italiano de Cultura en México, que también prepara un homenaje al actor, la Cineteca Nacional presentará en diciembre próximo una retrospectiva inédita hasta hoy de su filmografía restaurada, que incluye sus películas con Marcello).
Y aunque fue dirigido por el griego Theo Angeloupolos, el ruso Nikita Mijalkov, el franco-polaco Polanski, el estadunidense Robert Altman, el brasileño Bruno Barreto, los franceses Jacques Demy y Bertrand Blier, o el portugués Manoel de Oliveira, sostiene Marcello que se negaba a trabajar fuera de Italia.
“¿Para qué? Si en Italia están los mejores directores”, decía en entrevistas. Tenía cierta razón: Visconti, Fellini, Ettore Scola, Vittorio de Sica (que también compartió créditos como actor en películas como La ladrona, su padre y el taxista), Michelangelo Antonioni, Marco Ferreri, Monicelli, Bolognini, Giuseppe Tornatori, Paolo y Vittorio Taviani, Liliana Cavani, Lina Werthmüller, Faenza…
Sostiene Marcello que Federico Fellini fue su director favorito, su amigo, porque más que un cineasta era su cómplice, su compañero de banca en la escuela, con quien soñaba. Para el cineasta, que quería a Paul Newman para La dolce vita (1960) pero su esposa Giulietta Massina lo convenció de buscar a Mastroianni, Marcello se convirtió después de ese filme en su alter ego en 8 1/2. Las dos obras más emblemáticas de Fellini, las dos actuaciones más famosas y vigentes de Mastroianni, sostiene Marcello.
“Visconti era el maestro y Fellini era el amigo, el cómplice, el compañero de banca”, sostiene Marcello.
Con Fellini y La dolce vita Mastroianni creó a su personaje más emblemático, a su oficio en la pantalla que lo acompañó hasta la víspera de su muerte en uno de sus últimos filmes, Sostiene Pereira (1996), adaptación de Roberto Faenza de la novela de Antonio Tabucchi contra el fascismo: el periodista.
Ya en La suerte de ser mujer de 1956 Mastroianni había interpretado a un fotógrafo-padrote, que se lleva una portada importante por tomar una imagen de la humilde y ambiciosa dependienta de tienda Antonietta Fallari (Sophia Loren) cuando ella mostraba la pierna. Pero del Corrado Betti de la comedia de Blasetti al Marcello Rubini de La dolce vita cuatro años después hay un gran Fellini de diferencia.
Mastroianni no solo bautizó para la posteridad del periodismo al fotógrafo como paparazzo, por el personaje de Walter Santessso en esta obra maestra del pesimismo; también convirtió el periodismo en un sueño para todos los que lo ejercen: En La dolce vita Marcello es un periodista pobre diablo, pero que maneja un Triumph Fury TR3 en busca de la gran nota, que siempre encuentra, pero nunca escribe, se codea con la aristocracia, con la jerarquía católica, con los intelectuales y la plebe. Su vida transcurre entre el jet set y las mujeres, putas o reinas (todas ilusión), entre orgía y orgía, sin sexo ni satisfacción.
La fontana de Trevi sufre el asedio del turismo gracias a la escena de Mastroianni y Eckbert en el filme.
Y cuando al final de la película conoce en un changarrito de playa a la hermosa adolescente Paola (Valeria Ciangottini, entonces de 15 años), hermoso querubín renacentista que en la escena final le ofrece redención al otro lado de un riachuelo sobre la arena, laguna Estigia fellinesca, Marcello duda. ¿Quiere? Sonríe con ese cinismo filosófico de toda su carrera y vida; advierte a la joven a señas que no puede oírla por el viento y el mar, tampoco la niña entiende. Y se despide de otra ilusión: “Ciao, ciao”.
En Sostiene Pereira, el último de sus grandes papeles, Marcello regresa como periodista. Es el editor de las páginas culturales del diario Lisboa durante el régimen fascista de António de Oliveira Salazar. Quiere mantenerse al margen de la política, pero emerge una de sus almas: la humanitaria, la activista, la política, la justa, después del asesinato de su protegido, el joven antifascista y estudiante de Filosofía, Francesco Monteiro Rossi, a manos de la policía política, a quien le cobró cariño a pesar de que escribía obituarios de escritores de izquierda muertos por el franquismo, como Federico García Lorca, o suicidas, como Vladimir Maiakovski. Pereira se asume así como conciencia crítica frente al poder, los abusos, los autoritarismos, la injusticia, y hace lo que tiene que hacer, incluso en las páginas culturales.
“Un buen obituario no se improvisa; yo busco quien lo escriba con anticipación”, sostiene Pereira.
¡Felices 100, Marcello!
Imagen portada: MILENIO