Por José Jaime Ruiz
Érase una vez que miles de mexicanos, divergentes, hubieran querido que la realidad del 2 de junio y el Segundo Piso de la Cuarta Transformación no existiesen. Apocalípticos, siguen hablando y escribiendo de desastre cuando no asumen la realidad de 2018 con Andrés Manuel López Obrador y debieran haber interiorizado su mundo postapocalíptico con Claudia Sheinbaum Pardo. La ucronía los recorre como ilusión de lo que pudo haber sido y no fue. Nostalgia absurda, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser ejemplificada en Enrique Krauze (añorar la dictadura perfecta) y Héctor Aguilar Camín (el antiguo apapacho oficial), y con ellos una Legión iracunda y desquiciada.
La esperanza los canceló el 2 de junio y la realidad los aplastó, sus quejidos sordos rumian su dolor en los rincones digitales. Legalmente desintegrados, se prenden al clavo ardiente de ocho togados que tratan de burlar la Constitución en magia de chistera para reconvertir 36 millones de votos soberanos en humo. En su ucronía, pretenden una realidad alterna no sólo fantástica sino inviable. Desintegrados en su ucronía, nunca existió un proyecto de país, ninguna historia alterna a la 4T. Su ucronía no sólo es nadería, es la Nada.
Estarían mejor si no gobernara Morena, pero eunucos de imaginación, no construyen su propia realidad: “si hubiéramos”. Esperanza trunca, prolongan su agonía. Tal vez exagero, ni siquiera construyen ucronías porque no asimilan los hechos históricos. Ni un asomo de constructo político ni deconstrucción del nuevo régimen. Frente a la revolución de las conciencias, la involución inconsciente.
La inmediatez los corroe y, sin agenda constructiva, viven al día, de milagro, sin lotería que premie su odio. Condenan Chilpancingo y Sinaloa, pero olvidan la violencia en Guanajuato. Ni activos ni reactivos, reaccionarios. Enrabiados, reaccionan con insultos y bobadas. Cristianos infieles, lo suyo no es el amor sino el odio al prójimo. Sepultan, o tratan, lo positivo con tierra negativa. Su ucronía se desintegra en la esperanza inútil que el Cártel de la Toga y Norma Piña impongan otra realidad a la realidad del país, otra historia, otro cuento, otro relato. Lo suyo no es reconstrucción, es destrucción. Fallan, cada vez sus arenas, sus escenarios, se reducen; condenados a la inexistencia, etimológicamente, se quedan sin tiempo.