La discusión distopista de estos dos autores es, todavía, la más notable: opresión o seducción; el terror o el placer inane.
Por Julio Hubard
Las utopías son un rasgo de modernidad. Las mueve el entusiasmo, las anima una generosidad que apuesta por el futuro, la racionalidad y los mejores valores humanos. Ni Moro, Campanella o Bacon hubieran creído que de su estirpe emergería una hija siniestra: la distopía. A diferencia de su madre, ésta fue bautizada ya de adulta. Circulaba desde las revoluciones del XVIII sin merecer nombre, pero aprendió a sobrevivir sola, como femme fatal y hoy es mucho más poderosa que su noble genitora, a la que ya nadie visita; publicó MILENIO.
Durante el siglo XX parecía que 1984 era la distopía adecuada: el poder, la humillación de todos bajo un poder opresivo, la tergiversación del lenguaje, la libertad sofocada. Encima, el mandón había logrado convencer a todos de su completa bondad. Era el miedo de los liberales ante la izquierda totalitaria.
Las hay de mil colores, pero la de Aldous Huxley y George Orwell permanece como la más notable discusión distopista: opresión o seducción; el terror o el placer inane. Hay una magnífica discusión entre Will Self y Adam Gopnik en YouTube; Self, esa suerte de Iggy Pop de la literatura, defiende a Huxley; Gopnik, sensato, inteligente, pero mucho menos histrión, a Orwell.
No fue nunca una confrontación entre ellos. Un mundo feliz (mala traducción de Brave New World) se publicó en 1931. Describe una sociedad aparentemente perfecta, pero habitada por gente que lo tiene todo, excepto humanidad. Huxley no pudo ver los ascensos de Hitler, Mussolini, ni se tenía noticia verosímil del horror de Stalin todavía. Pero Orwell escribe su novela en 1948.
Se han comparado incluso desde ellos mismos. Orwell se encargó de localizar a Huxley en California para hacerle llegar su ejemplar dedicado de 1984. Unas semanas después, recibió la carta de respuesta. Huxley lo elogia con sinceridad, pero ha mordido el anzuelo: “Creo que dentro de la próxima generación los gobernantes del mundo descubrirán que el condicionamiento infantil y la narco-hipnosis son más eficientes, como instrumentos de gobierno, que las macanas y las prisiones, y que el ansia de poder puede satisfacerse tan completamente sugiriendo a la gente que ame su servidumbre como azotándola y pateándola hasta obligarla a obedecer”.
Es admirable su modo de equivocarse y acertar al mismo tiempo. Ni el condicionamiento, ni la narco-hipnosis funcionan. Pero los miedos pascalianos a la libertad, a pensar por propia cuenta, a la incertidumbre, junto con las adicciones (desde el fentanilo hasta las redes sociales) y su promesa, nunca cumplida del todo, pero siempre renovada, de satisfacción inmediata, hacen imbatible la distopía de Huxley. Tras la caída de la URSS, la otra gran distopía seguía ahí, de la mano del mercado compulsivo, las drogas, la banalidad de la vida resuelta, sin riesgos: Un mundo feliz.
No he hallado respuesta, ni comentario de Orwell. Sus dos grandes distopías, 1984 y Animal Farm, no dejan de ser fábulas convertidas en novelas por talento y por una muy fina atención a los detalles. En cambio, Un mundo feliz, desde su concepción, es una novela. Pero algo había en 1984 que no dejaba en paz a Huxley. En 1958 publicó la continuación de sus insistencias: Brave New World Revisited. Estaba ya enganchado en su disenso. No es una bravata de envidias literarias, ni por la fama. Su tanta insistencia era como el verso: “¿cómo explicar a un sordo que su casa se quema?” Y esto es algo que comparte con los confusos ideólogos de la escuela de Frankfurt, avecindados por entonces, como él, en California, y de cierto modo continuados por Noam Chomsky: hay formas de control más eficaces y más profundas que los toletes y amenazas: “A la luz de lo que hemos aprendido recientemente sobre el comportamiento animal en general y el comportamiento humano en particular, ha quedado claro que el control mediante el castigo del comportamiento indeseable es menos eficaz, a largo plazo, que el control mediante el refuerzo del comportamiento deseable mediante recompensas, y que, en general, el gobierno mediante el terror funciona peor que gobernar mediante la manipulación no violenta del medio ambiente y de los pensamientos y sentimientos de hombres, mujeres y niños”. (BNW Revisited)
Pero hay un antecedente que tal vez haya sido el origen de estas dos distopías: la intuición evolucionista de H. G. Wells, que tanto Huxley como Orwell leyeron. Y ya habrá tiempo para volver a La máquina del tiempo, los eloi y los morlock.
Imagen portada: ESPECIAL | MILENIO.