Por José Jaime Ruiz
El estilo plural de gobernar de la presidenta Claudia Sheinbaum se diferencia del estilo personal de gobernar patriarcal al que nos acostumbró el sistema político mexicano, la llamada presidencia imperial; lo suyo no es un ejercicio unipersonal sino de equipo, liderazgo del esfuerzo compartido. En la transición del viejo al nuevo régimen, el estilo personal de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo que echarse a cuestas la tarea titánica de enfrentar al neoliberalismo desde todos sus frentes; transgresor, rompió una regla política elemental: “no hay que pelear con todos, por todo y al mismo tiempo”. A pesar de los vaticinios, AMLO emergió triunfante y forjó la infraestructura para el nuevo régimen. La calidad moral de López Obrador pasó todas las pruebas, de él se puede decir lo que escribió Daniel Cosío Villegas acerca de los personajes de la Reforma: “Eran independientes, fiera, altanera, soberbia, insensata, irracionalmente independientes”. Claudia lo sabe, si como nación nos hace ver más lejos, es porque la subimos a los hombros de un gigante.
Científica, ni bono democrático ni luna de miel ciudadana ni tanteo opositor. A lo que te truje, desde el primer minuto la chamba organizada, la vocación social a través de la memoria histórica recordando la matanza de 1968 en Tlatelolco, las becas para los jóvenes estudiantes, la economía circular, la salud domiciliaria para la tercera edad, las farmacias del bienestar, el reconocimiento de la jornada y la doble jornada en la pensión para las mujeres entre 60 y 64 años. No puede haber prosperidad compartida sin justicia social, ahí empieza la revolución de la vida cotidiana.
El presidente López Obrador siempre consideró a Claudia Sheinbaum como una mujer excepcional, lo repitió cada vez que pudo. También advirtió, acaso con pícara sonrisa: “yo soy fresa, el fresa soy yo. No puedo decirles más. La próxima presidenta no va a actuar de manera autoritaria porque es muy humana; no va a reprimir, no va a violar las leyes, va a mantener un auténtico estado de derecho, pero al mismo tiempo, va a actuar con rectitud”.
El poder se ejerce desde la sensibilidad histórica, Sheinbaum fue investida por Ifigenia Martínez; desde la proclamación como comandanta suprema de las Fuerzas armadas. Dos mensajes: la seda y el hierro. Personaje central de nuestra arena política, Sheinbaum marcó, tangencialmente, la agenda española acerca de la pertinencia de mantener vigente a la Casa Real y sus desfiguros; el rey Felipe VI es hoy súbdito de nuestra férrea diplomacia. El calendario político del primer trienio de la presidenta, es decir, la democratización del Poder Judicial, va, como se decía antes, en tiempo y forma. Sin necesidad de autoritarismos, Sheinbaum marca el compás, ajena a chantajes y extorsiones de Norma Piña y su Cártel de la Toga. Inclusive, cuando el presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, se reúne con la presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Sheinbaum traza una fría distancia. Todas y cada una de las reformas, viento en popa; las mañaneras como mañaneras del pueblo, sello Sheinbaum.
Claudia actúa con rectitud porque su responsabilidad también es histórica; Sheinbaum es responsable, porque se debe a las mexicanas y mexicanos. Claudia, desde la izquierda, tiene mucha mano izquierda para capotear los problemas. Claudia Sheinbaum no es ni será fresa. Hasta ahora, una mano de hierro envuelta en un guante de terciopelo.