Fabio Morábito sostiene que sus historias rara vez obedecen a la premeditación. Lo dice con la seguridad de quien ha explorado territorios literarios que, aunque se antojan familiares, siempre están repletos de enigmas. Una mañana, sentado en el Centro Cultural Elena Garro, habla de Jardín de noche (Sexto Piso, 2024), su más reciente colección de cuentos. Una obra donde, como si se tratara de una forma musical, cada relato es una variación de un mismo motivo polivalente: una mujer, un jardín, la noche; informa MILENIO.
Todos los relatos en este libro comienzan del mismo modo: “El tiempo siempre pasa veloz cuando miro el jardín. Y debieron de haber transcurrido muchas horas, porque todo alrededor estaba oscuro”. La frase pertenece a un cuento de Haruki Murakami: “El monstruito verde”. “Es una frase bastante inocua, pero algo en ella resonó conmigo”, admite el autor al explicar cómo imaginó esa escena de una mujer que deambula sola en la penumbra. “La visualicé madura y con un gin tonic en la mano. Esa fue la imagen que me guió desde el principio”. Este detalle —la bebida alcohólica— añade un matiz de introspección a la escena. Y, como ocurre con los otros elementos, su presencia demarca, de un modo u otro, el devenir de las historias.
Morábito escribe en primera persona desde la voz de personajes femeninos, un reto que ya había asumido en el relato “La perra”, incluido en La lenta furia, su primer libro de cuentos. Pero esta vez extiende sus ambiciones: en cada cuento —cada variación—, las voces y las circunstancias de las protagonistas cambian. La protagonista es siempre distinta, pero cada una lleva consigo la marca de la traición, el deseo y las contradicciones. A Morábito le atraen la vulnerabilidad y la incapacidad de las personas para vivir según sus propios principios. “La traición, la infidelidad e incluso la traición a uno mismo, son temas fundamentales que siempre me han fascinado porque revelan nuestra fragilidad. Sin ellos, no habría historias que contar”, confiesa.
El libro es notable, entre otras cosas, por su economía narrativa. El “estilo Morábito” evita las explicaciones innecesarias. “Lo ideal sería no dar ninguna y que las cosas hablen por sí solas”, defiende. De modo que su narrativa a menudo se construye a partir de vacíos que el lector debe llenar. Para él, los cuentos más meritorios rehúyen a la tentación de los finales abiertos. “Las historias terminan, aunque la vida continúe. Prefiero compartir mis incertidumbres con el lector y permitirle construir su propio universo”.
La historia de la humanidad ha cargado el jardín de alegorías: erotismo, naturaleza domesticada, descanso. No obstante, Morábito no lo concibió como un símbolo deliberado. “Quería estar en ese jardín, más que usarlo como una metáfora”, explica. La materialidad del espacio le ofreció un escenario donde sus personajes podían deambular y revelar sus conflictos internos. “Es cierto que el jardín está lleno de connotaciones, pero mi enfoque fue más bien sensorial, concreto”.
Nacido en Alejandría en 1955, Morábito admite que, al escribir, las influencias literarias se filtran de manera inconsciente. No le inquieta tomar elementos de otros escritores, pues lo hace con la certeza de que, al integrarlos en su escritura, se transformarán en algo genuino. “No temo plagiar porque sé que lo llevaré a mi propio terreno. La literatura siempre se ha construido así, con grandes temas que se repiten: el amor, la muerte, el tiempo, la traición… Pero cada autor encuentra su voz”.
El proceso de escritura de Jardín de noche también fue un ejercicio de contención. “El peligro de repetirse siempre está presente”, advierte. “Tuve que suprimir algunas historias que, aunque eran diferentes, compartían un ánimo similar al de otras”. Para él, la repetición puede ser una trampa cuando se exploran ciertos temas u obsesiones. La clave, según Morábito, está en que la historia sorprenda al escritor. “Mientras la historia me sorprenda, sé que voy por buen camino”.
Hacia el final de la conversación, le pregunto a Fabio cómo concibe sus proyectos. Al instante aclara que desconfía de esa noción. “La palabra ‘proyecto’ siempre me ha resultado antipática”, confiesa. “La veo como una coartada frente al fracaso. Cuando decimos ‘es un proyecto’, parece que estamos anticipando una posible excusa ante lo que no se logra”. Insiste en que un libro debe ser un compromiso con la escritura y no un plan estricto y predefinido. “Si en algún momento me hubiera cansado de ese jardín y de esa mujer tomando su gin tonic, habría dejado de escribir. Un libro debe ser un libro, no un proyecto”.
Morábito ha entregado un libro donde lo cotidiano se convierte en un ejercicio de introspección. Las mujeres que pueblan sus cuentos caminan sobre la línea difusa de la traición, los deseos y la soledad. Y lo hacen bajo la mirada atenta de un escritor que sabe cómo habitar la complejidad. Al fin y al cabo, Morábito no busca rutas trazadas. “Uno no puede abarcar todo; los escritores nos movemos dentro de un puñado de temas, y el reto está en encontrar nuevos territorios dentro de esos límites”.
Imagen portada: Ángel Soto / MILENIO