Una de las novelas más reconocidas de Han Kang, la Premio Nobel de Literatura 2024, es un grito femenino con acento en el cuerpo, en una sociedad que vive el apogeo del capitalismo en paisajes cada vez más antidemocráticos.
La vegetariana, de la Premio Nobel de Literatura 2024 Han Kang, es un grito femenino con acento en el cuerpo, ya sin bordes, en una sociedad que está viviendo el apogeo del capitalismo en paisajes cada vez más antidemocráticos, al servicio de la eficiencia para obtener el poder. En este entorno se castiga la creatividad y la diferencia. Así esta novela ganadora del Premio Booker Internacional, habla de los rigores alimenticios autoimpuestos de la protagonista Yeong-hye que parece querer desaparecer. Son los sueños, su propia mitología, lo que la lleva a ver los alimentos, primero como una forma de purificarse y después como una entrada a su esencia: una metáfora de lo divino; publica MILENIO.
En ese sentido los tres narradores —todos hombres— son los ojos que la observan desde una postura voraz; ya sea su hermano, quien está enamorado de la decadencia de Yeong-hye a través de su mirada retorcida de artista; o por medio de su marido quien le reclama la osadía de atentar con su cuerpo (“¿cómo se atreve?, ella es su territorio”, parece gritar); o a través del reclamo que hace el esposo de su hermana por el daño que Yeong-hye le provoca a su familia al no comer. Todas estas visiones en realidad nos muestran los deseos de quienes la observan como una mujer que debería comportarse generosa y dadivosamente.
Para estos narradores, por demás apasionados, opera la lógica del viejo videojuego de Pac-Man, comer lo más posible para acumular puntos. Esta acumulación de puntos —hoy en día nada inocente—, es igual que en el antiguo juego, totalmente virtual. Esta forma de contabilizar en la novela tiene que ver con una serie de parámetros morales que establecen sobre el cuerpo una vigilancia externa que deviene interna. Las mujeres nos calificamos moralmente en todo momento. Nuestra forma de vestir, de actuar e incluso de pensar, está condicionada por la apuesta moral que hacemos de nosotras mismas en una sociedad que quiere, literalmente, tragarnos.
Y la protagonista de La vegetariana decide que la autofagia es la vía de purificación y redención. La decisión conlleva una gran fuerza de voluntad y una oposición radical a lo que establece una política global de orden y control sobre el individuo en donde la sociedad coreana es una de las más notables. Podríamos considerar que Yeong-hye es una figura premonitoria del cambio del establishment internacional.
Al tiempo, Han Kang cuestiona esta hambre cósmica que parece caracterizar a los seres humanos; su personaje renuncia a ella en una actitud absurda para cualquiera que piense que la existencia se trata de tragar comida, libros, sentimientos, paisajes, personas; de navegar en el mundo superficial de la experiencia vital que debe parecerse a un videoclip emocionante y vertiginoso, si no ¿qué clase de vida es esa?
En contraste, Han Kang nos presenta a una mujer que disfruta de preparar comida con devoción por su marido, pero pronto esa cotidianeidad se revela como inminentemente ominosa, resultado de una invasión constante en su cuerpo, que se manifiesta en una neurosis alimenticia.
En una rebeldía personal, y que podría parecer un castigo al cuerpo, la protagonista hace un viaje hacia el vacío que significa dejar de comer. Su deterioro es paulatino y los observadores-narradores están aterrorizados y fascinados por una belleza paradójica en la protagonista. La narrativa de Han Kang recupera el mismo deleite frente a la muerte que desarrolla Yasunari Kawabata en La casa de las bellas durmientes.
El deterioro físico de la protagonista es un estudiado contraste por parte de Han Kang con la sociedad coreana hipermodernizada; es la prueba de que esos sistemas basados en la eficiencia de sus ciudadanos, convertidos en engranajes de la maquinaria capitalista, no son precisamente un ejemplo de salud. Todo lo contrario, esos ecosistemas devoran el cuerpo y aniquilan la conciencia de que el mundo está comiéndose a sí mismo compulsivamente y desaparecerá en su esperanza de tener algo de divino.
Imagen portada: Especial / MILENIO