Finalista un año más para el Premio Nobel de Literatura, “milagro” en el que no cree, el escritor rumano Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) vuelve con la novela Theodoros (Impedimenta, 2024), de la que revela claves en entrevista con MILENIO y alerta sobre el umbral que ha alcanzado la humanidad, desde el que teme avizorar “nuestra aniquilación como especie e, incluso, la destrucción de la vida en la Tierra”; publica MILENIO.
Reivindica que el papel esencial de un autor es “escribir libros buenos”, aunque desglosa que también es un modelo en una época sin modelos, por lo que debe ser libre en su arte, pero con una obligación moral en la vida en favor de los marginados, contra la violencia y las tiranías. Sobre la preeminencia de extremos, resume: “el centro nunca ha estado tan vacío”.
—¿Cómo fue el origen de este personaje, Tudor? ¿Cómo lo elige para ser novelado? ¿O el personaje lo eligió a usted?
—Theodoros existió de verdad, fue un humilde criado en la casa de un boyardo valaco. Es evocado por el hijo del boyardo, Ion Ghica, en uno de sus volúmenes de memorias. Era un joven extremadamente ambicioso cuyo sueño supremo era convertirse en emperador. A la edad de diecinueve años desaparece de Valaquia y muchos lo consideran muerto, pues corrían tiempos peligrosos.
«El cronista cree, por el contrario, que Theodoros vio cumplido su sueño y que se convirtió en Tewodros II de Etiopía. Desde que leí el pequeño relato de Ion Ghica, supe que escribiría algún día la historia de Theodoros. Pero durante cuarenta años no encontré el tiempo ni la energía. Me siento feliz por haber conseguido escribir esta novela que me ha rondado toda la vida. Ha sido un regalo inesperado».
—Hay una constante alusión a los temas del cristianismo, desde el epígrafe de la obra.
—La imaginería bizantina y la inspiración de los antiguos textos sapienciales son de hecho mi jungla, mi perfume de guayaba, mi Macondo. Los escritores de América Latina supieron que su literatura no era realista-mágica, sino que la propia realidad de ese continente era como una enorme página de literatura exótica, surreal.
«Nosotros, los europeos, no tenemos junglas, burdeles ambulantes, circos en los que se exhiban bloques de hielo, niños con cola fruto de relaciones incestuosas, así que he buscado la magia en el Levante, en la Biblia, en el Kebra Nagast (el libro sagrado de Etiopía), en las iglesias pintadas de oriente, en la literatura sapiencial copta, armenia, etíope, siria, en la estética de los huevos pintados de Rumania, en los íconos enmarcados en plata de los altares».
«Este fondo de poesía y de leyenda no tiene que ver con la religión, sino con las imágenes y las sugerencias plásticas en las que la ingenuidad máxima se transforma en la máxima sofisticación, como en la pintura de Chirico, del aduanero Rousseau o de Frida Kahlo. Una ingenuidad superior en la que el cerebro es sustituido por el corazón y a veces por el sexo».
—África es un escenario un poco olvidado, incluso por los propios escritores africanos. ¿Cómo decide asomarse ahí?
—Etiopía es solo uno de los mundos de Theodoros, junto a la Judea del rey Salomón, la Valaquia al norte del Danubio y el Archipiélago griego. Están unidos entre sí y configuran una inmensa epopeya de mito y aventuras que se extiende por tres continentes. También el tiempo se dilata de manera fantástica en la novela, desde la época del rey Salomón y de la reina de Saba, hace tres mil años, hasta el futuro, el año 2041, cuando el Mundo se cierra y se convierte en Libro.
«Nunca he estado en África, pero cuando era niño leía con avidez libros sobre este maravilloso y desdichado continente, la cuna de toda la humanidad. En mi libro, África es una mujer de mil senos y mil lágrimas, que reúne a sus hijos alrededor de ella bajo cielos de flores y de llamas. Me ha gustado reconstruir Etiopía vista como un país de cuento, mucho más colorida que en la realidad, con muchos más perfumes y más peligros. Todos llevamos África en nuestro código genético. La reina de Saba es “negra, pero hermosa”, porque también ella es hija de ese inmenso y ensangrentado continente».
—Hay un tono épico en su obra, aun si se trata de un personaje que pasa por las peores facetas humanas. ¿Eso intentó usted? ¿Reconstruir un antihéroe?
—Uno de los grandes escritores rumanos, fallecido recientemente, me dijo hace dos años, después de leer Theodoros: “Te felicito porque has escrito un libro totalmente antimaniqueo”. Mi libro ni juzga ni condena. Nosotros no juzgamos a madame Bovary, tan solo leemos con deleite el libro de Flaubert.
«Al final de mi novela, los diablos y los ángeles se disputan con ardor el alma de Theodoros, el tirano sangriento, el hijo amoroso, el enamorado tierno, el pirata cruel, el cristiano pío y el profanador de íconos. Pero él no llega al paraíso ni al infierno. Pues la vida de cada uno de nosotros, al igual que los libros, es una obra de arte destinada a provocar la alegría del Lector supremo, situado por encima de todos. Theodoros fue un hombre de su época, un superviviente, impasible ante el bien y el mal como un león del desierto. No he visto sus vicios ni sus cualidades en mi libro, he visto tan solo su grandeza».
—¿Cada paso de esta trama estaba perfilado desde que comenzó a escribir la novela o van cambiando acciones y decisiones del personaje conforme avanza la escritura?
—He utilizado tan solo una documentación mínima, pero muy exacta y verificable. No he querido reconstruir la historia sino, simplemente, construirla. No me interesaba la parte de “novela histórica”, ni la de “novela de aventuras”. Quería que Theodoros fuera un libro de una imaginación sin límites, como Las mil y una noches, como Don Quijote o como Cien años de soledad. No tenía un plan inicial para el libro, se fue perfilando a medida que escribía.
«En cierto modo, se ha escrito solo, como el resto de mis textos. Yo lo he dejado en libertad, he intervenido lo menos posible. Sin embargo, él se ha organizado y funciona de manera simultánea y sincronizada en todos los niveles, como el mecanismo de un reloj«.
—¿Cómo es el proceso de “cambiar el chip” de poesía a novela? Usted me dijo en otra entrevista que siempre se trata de poesía al final del día, pero esta obra sí se antoja narrativa pura.
—Theodoros es un poema épico, como la Ilíada, por ejemplo. Lo épico no se opone a la poesía, sino que la enfatiza. Usted habla de narración pura. La palabra “pura” en esta expresión significa poesía. Escurra Theodoros sobre la bañera como si fuera ropa mojada: caerán chorros de poesía.
«Muchos de sus capítulos son verdaderos poemas, como el último capítulo, el del Juicio Final. Pero es cierto que el flujo narrativo es tan impetuoso que arrastra consigo todo el material ensayístico, filosófico, teológico, poético o metafísico del libro. Está escrito en segunda persona, los narradores son los arcángeles del cielo, algo que me ha supuesto enormes problemas narrativos. Espero haberlos resuelto, empero, uno tras otro».
—¿Cuál es el papel del escritor en estos tiempos, ante un avance acelerado de la inteligencia artificial y un ánimo belicoso por todos lados?
—El papel esencial del escritor, en cualquier época y en cualquier situación, es escribir libros buenos. Estos justifican su existencia, lo suben al escenario desde el cual, finalmente, puede expresar sus ideas políticas, ideológicas, éticas e influir en muchas personas. Yo creo que el escritor debe ser libre en su arte, pero en la vida tiene la obligación de ser profundamente moral.
«Tienen que preocuparle los débiles, los desfavorecidos, debe enfrentarse a toda clase de discriminación, sea cual sea, entre los seres humanos; tiene que enfrentarse a la violencia, a la tiranía, a todo aquello que lacera el alma humana. Porque un escritor sigue siendo un modelo en este mundo que pierde los modelos y la orientación».
—Desde la entrevista anterior, la geopolítica ha cambiado, con la invasión de Rusia a Ucrania y la ofensiva contra Hamás y Hizbulá. ¿Qué nos amenaza más? ¿La tecnología sin control o las guerras?
—Creo que hemos alcanzado un umbral más allá del cual podría esperarnos perfectamente el desastre: nuestra aniquilación como especie y puede que, incluso, la destrucción de la vida en la Tierra. El mal que ha existido siempre en nuestra fórmula interior parece prevalecer ahora, cuando se muestra en miles de formas: el calentamiento global que no queremos frenar por la avidez de las empresas, dictaduras y guerras, radicalizaciones religiosas, fake-news, evolución descontrolada de la tecnología, relativización y virtualización del ser humano, absurdas guerras culturales.
«Desde los años previos a la ascensión del nazismo y el estalinismo, la humanidad no había estado tan radicalizada hacia la derecha y la izquierda, el centro nunca había estado tan vacío. Sea como fuere, sin embargo, debemos establecer la diferencia entre agresores y agredidos y colocarnos de parte de estos últimos.
—Por las noticias sabemos que sigue recibiendo premios literarios, como el de Dublín, De Sanctis Europa, el Mondello y el Ceppo. ¿Ve cada vez más cerca el Nobel?
—El deber de un escritor es escribir libros buenos. El resto no depende de él. Desde este punto de vista, yo he sido siempre un estoico. Recibo con agradecimiento las muestras de aprecio, pero no me entristece que no lleguen. Nunca he sabido qué decir respecto al Premio Nobel. Es un honor ser considerado digno de él, pero ganarlo de verdad es un milagro. Y no creo demasiado en los milagros.
—Sus lectores vemos con mucho gusto que su cuenta de IG proyecta a un Cărtărescu ocupado, viajero, premiado y en resumen a un hombre pleno. ¿Es usted un artista feliz? Dice Etgar Keret que si los artistas fueran felices estarían teniendo sexo y no escribiendo libros o canciones.
—Max Brod definía a Kafka como “feliz en la infelicidad”. Creo que todos somos así. Yo no sé a quién dar las gracias por mi familia, mi jardín, mis gatos, mis viajes a lugares lejanos, los momentos de ternura e intimidad, la música y los libros, las obras de teatro y las películas, los amigos a los que veo de vez en cuando. Todo me reporta alegría y felicidad.
«A los sesenta y ocho años, siento que he vivido la vida en todo su esplendor. Y, sin embargo, a esta imagen hay que añadir la cara invisible de la luna, nuestra infelicidad metafísica esencial: las enfermedades, el envejecimiento, el sentimiento de nuestra insignificancia en la infinitud del espacio y el tiempo, la muerte y nuestra desaparición definitiva durante toda la eternidad. Amores no correspondidos, ambiciones frustradas, remordimientos. De este fondo atormentado y oscuro surgen muchas veces los cristales de mina de las obras de arte».
—Confiéseme una cosa: ¿cuál es su libro favorito en español?
—Son muchísimos, pero no olvidaré jamás el asombro con que leí en la adolescencia Terra Nostra de Carlos Fuentes.
Imagen portada: Silviu Guiman / MILENIO