Por Erick Calderón
Desde hace algunas semanas, la violencia en Sinaloa ha alcanzado niveles alarmantes debido a la guerra interna entre dos facciones del Cártel de Sinaloa: los ‘Chapitos’, hijos de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, y los seguidores del ‘Mayito Flaco’, hijo de Ismael ‘El Mayo’ Zambada.
No obstante, este conflicto, lejos de ser una simple disputa de poder entre dos bandas criminales ahora enemistadas, es en realidad una compleja disputa de alcance mayor, que ha estado siendo avivado por intereses externos que han exacerbado las tensiones.
Al centro de este conflicto, una vez más, se encuentra la sombra de las agencias estadounidenses, particularmente la DEA, cuyo rol en la desestabilización del narcotráfico mexicano ha sido constante.
Esto se deriva del contexto del pasado 25 de julio, donde Joaquín Guzmán López, hijo del Chapo, secuestró a su padrino, Ismael ‘El Mayo’ Zambada, para entregarlo a las autoridades estadounidenses.
Este acto, que parece sacado de una serie de Netflix, fue supuestamente coordinado con sus dos medio hermanos, Iván Archivaldo y Jesús Alfredo Guzmán Salazar. La razón detrás de este movimiento, ahora plenamente confirmada por su abogado, no es otra que una negociación con las autoridades de EE. UU. Con esto, buscan obtener, para él y su hermano Ovidio, una condena mínima, similar a la que obtuvo Dámaso López Serrano, ‘El Mini Lic’, tras colaborar con las autoridades norteamericanas en mayo del 2017.
Estos no son hechos aislados, ya que desde hace años, la DEA y el FBI han estado coqueteando y colaborando con algunos de los líderes de los cárteles, seduciéndolos con promesas de penas reducidas o inmunidad, sin importar las consecuencias que esto pueda generar en México. Ejemplos notables son Dámaso López Núñez y Vicente Zambada Niebla. Por ello, se ha dicho, con razón, que «cuando le va bien a la DEA, le va mal a México», y este caso es una prueba más de ello, puesto que es evidente que esta supuesta «guerra contra las drogas», en realidad es y siempre ha sido, una excusa para proteger sus propios intereses a expensas de la estabilidad mexicana.
Otra prueba de esta injerencia es la llamada «guerra contra el narcotráfico», impulsada por Felipe Calderón y su secretario de Seguridad, Genaro García Luna. Esta guerra no fue más que una estrategia para cumplir con las exigencias de Estados Unidos, que presionaba por una ofensiva militarizada. Irónicamente, García Luna, hoy sentenciado a 38 años de prisión en Nueva York por colaborar con el mismo Cártel de Sinaloa que supuestamente combatía, fue reconocido en múltiples ocasiones por agencias estadounidenses como un «héroe» de la seguridad pública. Este es el ejemplo más claro de cómo en ocasiones, hasta los mismos gringos, se creen sus propias mentiras.
Los resultados hoy son ampliamente conocidos; en el sexenio de Calderón, la guerra contra el narcotráfico se desató con fuerza y violencia sin precedentes. Bajo la tutela (presión) de Washington, el gobierno mexicano lanzó una ofensiva brutal contra los cárteles, que resultó en decenas de miles de muertos y desaparecidos. Además, la seguridad en México, en lugar de mejorar, se deterioró dramáticamente, por lo que, aunque probablemente nunca lo van a reconocer, gran parte de la responsabilidad recae en aquellos que empujaron esta estrategia desde el otro lado de la frontera.
Por ello, podemos considerar mínimamente curioso que cuando se les pregunta por las víctimas y el caos generado en nuestro país, se hacen de la vista gorda. Porque para ellos, México es solo un peón en su tablero de guerra, una nación cuya soberanía puede ser vulnerada siempre que sea conveniente para su política exterior. Consideran completamente válido manipular a líderes y gobernantes a su antojo, según sus intereses, y luego, cuando todo se desmorona, simplemente desentenderse de las consecuencias.
Hoy, con Trump presionando a los demócratas y el fentanilo siendo una prioridad electoral, vemos cómo las agencias estadounidenses, especialmente la DEA, están dispuestas a ir más allá y desatar guerras sin consideración alguna por las consecuencias locales. Esto es evidente en la actual guerra entre los Chapitos y la Mayiza, que ha resultado en una escalada de violencia en Culiacán, poblaciones aledañas, así como constantes bloqueos carreteros y el cierre de autopistas como la México 15 y la Mazatlán-Durango. Mientras tanto, en Washington, se cuelgan medallas y celebran «éxitos» que solo han traído muerte y destrucción a nuestro país.
Y es que esta no es la primera vez que los gringos violan nuestra soberanía. Bajo la excusa de su «seguridad nacional», han intervenido en México directa o indirectamente, utilizando el narcotráfico como pretexto para imponer su voluntad. Nos han querido hacer creer que la violencia aquí es culpa exclusivamente de los cárteles, ignorando intencionalmente que muchas de las armas que hoy se usan en esta guerra fratricida vienen directamente de Estados Unidos, el mayor proveedor de armas ilegales del mundo.
Otro aspecto que se niegan a admitir es que el problema no es solo el narcotráfico, sino una cultura de consumo desmedido de drogas en Estados Unidos, donde jamás han sabido lidiar adecuadamente con las adicciones. Los cárteles no existirían sin la inmensa demanda que existe al norte. Sin embargo, cuando llega el momento de enfrentar las consecuencias de este problema de salud pública, prefieren usar a México como chivo expiatorio, iniciando guerras que destruyen comunidades enteras y paralizan ciudades, como la capital sinaloense, con sus más de un millón de habitantes. Todo esto con el único objetivo de inventarse logros para pronunciar discursos vacíos. Son, en definitiva, unos completos sociópatas.
Por otra parte, lo que está ocurriendo en Sinaloa hoy es un reflejo de cómo Estados Unidos maneja sus relaciones con México: con arrogancia, intervencionismo y desprecio. Durante el gobierno de López Obrador, es bien sabido la DEA fue desenmascarada como lo que realmente es: una organización hipócrita y golpista, que solo busca su propio beneficio.
A diferencia de los sexenios de Calderón, Fox y Peña Nieto, donde a la DEA y otras agencias norteamericanas se les trataba como reyes iluminados, pues caminaban por México con la seguridad de quienes creen tener siempre la última palabra, en el gobierno de AMLO las cosas sin duda, fueron diferentes. La 4T no les ha dejado jugar a su antojo, les ha puesto límites, y claro, eso es algo que no están dispuestos a tolerar. No importa cuántos reclamos y advertencias haya lanzado AMLO en su sexenio sobre las violaciones a nuestra soberanía, ellos siguen viendo a México como un lugar donde pueden venir, armar un desmadre, y luego lavarse las manos.
Porque, al final, ¿quién puede creer que el secuestro de ‘El Mayo’ fue obra exclusiva de los Chapitos? Es absurdo pensar que orquestaron esta traición familiar sin ningún tipo de apoyo o presión desde el otro lado de la frontera, o sin tener algún acuerdo previo.
Es difícil saber la verdad ya que seguramente no hay, ni habrá, detalles claros sobre la detención de Zambada, aunque todos sepamos que las manos de la DEA están más que metidas en este teatro. Como siempre, las reglas cambian a conveniencia de los E.U, y si una ciudad como Culiacán queda sumida en el caos o si las balaceras se multiplican en Sinaloa y en toda la zona controlada por el Cártel del Pacífico, pues ni modo, ¿verdad? Al fin de cuentas, son “daños colaterales”, “gajes del oficio” y la vida de los mexicanos es solo otra estadística.